Hace unos días, en un evento, escuché decir a López Obrador que “nos quieren hacer creer que la corrupción es parte de la idiosincrasia del mexicano” y citó el dicho de Peña Nieto cuando afirmó que la corrupción es cultural. El candidato y mandamás de MORENA declaró también que como él será un presidente honesto, se acabará la corrupción, habrá paz y armonía en el país.
Durante la sesión de preguntas le expuse a AMLO que efectivamente la corrupción es cultural y que no entenderlo así es un camino seguro para no remediar este azote. Lo invité a que sustituyera la palabra “idiosincrasia” por “modus operandi”. Finalmente le comenté que su postura de que al ser presidente honesto va a acabar con la corrupción, era cándida e ingenua.
Me respondió que no estaba de acuerdo conmigo y que la corrupción se daba en dirección de arriba para abajo.
Muchas personas piensan como AMLO. ¿En dónde radica nuestra diferencia? Fundamentalmente en el entendimiento de lo que es “cultural” y lo que es “corrupción”. Para el candidato y sus seguidores, corrupción parece ser un acto donde interviene un miembro del gobierno y abusa del pobre ciudadano. Para mí corrupción es algo mucho más grande. Corrupción es la degradación de algo. En una de sus acepciones, en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española dice: “En las organizaciones, especialmente en las públicas, práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquellas en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores.”
Si bien la corrupción tiene efectos nocivos en el ámbito público, no es el único territorio. Hay corrupción empresarial, estudiantil, lingüística, de materiales y más. AMLO no habló de la corrupción gubernamental en forma exclusiva y yo me refiero a la corrupción de la sociedad mexicana, una donde los valores (aquello que valoramos) se han erosionado. Por su parte, “cultural” no significa genético, consanguíneo, propio de la nacionalidad, no es destino manifiesto ni algo que no se puede erradicar, como muchos lo han interpretado. Cultural significa que es parte de nuestro código de conducta, nuestro sistema de operar para resolver el día a día, el instructivo no escrito de lo que se hace para hacer algo, la forma histórica en que estamos acostumbrados a actuar. Lo fundamental es entender que es un sistema, y todo sistema es modificable. Como es un sistema, no se hace nada más de un actor (el Presidente, por ejemplo) sino de todos quienes participamos en el sistema social, es decir, toda la sociedad. Para acabar con la corrupción se requiere una estrategia profunda que abarca a los políticos pero también a la sociedad mexicana, una estrategia que vuelva a poner por delante a ciertos valores sociales que se han perdido (ética, civismo, respeto a la autoridad, respeto a la ley, todas ellas figuras degradadas).
Veamos el ejemplo del mexicano que cruza la frontera, viaja a EE. UU. y allá es respetuoso de los señalamientos viales, no tira basura, cruza por las esquinas si es peatón, da el paso a los transeúntes en ves de echarles lámina, en fin, un ciudadano modelo. ¿Por qué actúa de forma diferente? Porque el sistema moldea conductas. El sistema cultural gringo valora la ley, el sistema cultural mexicano la desprecia. Para este mexicano no ha cambiado su genética ni su nacionalidad, simplemente ha cambiado una fuerza externa, la del contexto (el sistema) que lo modifica a él pues lo impulsa a hacer ciertas cosas y dejar de hacer otras. Para ese mexicano no ha importado si el presidente de EE. UU. es honesto o no para actuar bien, lo que ha importado es que percibe que está en un ambiente donde hay límites y consecuencias. Ley y castigo.
En la utopía lopezobradorista, el Presidente es como un mesías milagroso, al imponer sus manos impondrá también la cura divina en un mal social. Sin menoscabo de lo valioso que será tener un mandatario honesto, debería el tabasqueño entender que no es suficiente para regenerar (usando su verbo favorito) a la sociedad mexicana que hoy no respeta la luz roja del semáforo, requiere de bolardos para respetar las zonas de los ciclistas, copia en los exámenes, otros más los compran, dan “propinas” para conseguir su acceso a restaurantes, antros, espectáculos, sobornan a peritos valuadores, compran robado, o peor, roban, y así, hacen un sinfín de pequeñas y grandes “trampas”. Esas pequeñas y grandes “trampas”, esos actos ilegales son símbolos de la corrupción social y no se acabarán por decreto. Se acabarán cuando, como en una ola, crezcan los ejemplos de respeto por la ley y castigo a los infractores.
Habrá que analizar las propuestas para combatir la corrupción de los demás candidatos. Por lo pronto con el candidato de “Juntos Haremos Historia”, promete prácticamente nada para acabar con la corrupción. Sus allegados, como Poncho Romo, remiten a la lectura del documento Proyecto 18 para conocer a profundidad el plan lopezobradorista. Pero ni siquiera ahí hay un plan contra la corrupción. Todo se reduce a buenas intenciones con el remate final de un demagogo, la frase hippie por excelencia de los años 60, la expresión para evadir la realidad en un universo de éxtasis y psicodelia: “Amor y Paz”.
Decía Gómez Morín el grande “Que no haya ilusos para que no haya desilusionados”. En el indeseable caso de que AMLO gane la Presidencia, mas pronto que tarde habrá muchos desilucionados que hoy se hacen ilusiones de un cambio mágico que no llegará.
“EL PRECIO DE DESENTENDERSE DE LA POLÍTICA, ES EL SER GOBERNADO POR LOS PEORES HOMBRES” PLATÓN, Filósofo Griego. Valdría mucho la pena que TODOS, tuviéramos muy presente esto, para votar sin miedo y con plena consciencia. Yo viví los beneficios de AMLO cuando gobernó el DF y francamente no veo en ningún otro candidato posibilidades ni experiencia en gobernar como él lo hizo. Y estoy seguro que mejor que este gobierno y los dos anteriores, sí lo será.