La ninfomanía encuentra su contraparte en la satiromanía ¿de verdad son enfermedades de la libido humana o sólo condiciones moralistas?
La fiesta y los placeres carnales fueron sumamente importantes en la vida antigua. No por nada cultos, dioses, templos y festividades fueron erigidos en torno a ellos. Aunque en la actualidad las condiciones moralistas bajo las que vivimos nos obligan a acuñar términos como ninfomanía o satiromanía y describir con estos a aquellas personas que buscan la descarga de una libido potenciada -y que, claramente, deben estar enfermas y maníacas para desear algo tan sucio-. Lo cierto es que existió alguna vez la época en que, tanto hombres como mujeres, retozaban plácidamente entre los placeres del alcohol y sus excesos.
Los autores que dieron inicio a la perdición moralista tal y como la conocemos actualmente fueron: Dioniso, Pan y Silenio. El primero, hijo de Zeus, fue encomendado a ser el cuidador de la vendimia y el vino. El joven Dioniso no tardó en demostrar sus dotes como el dios que inspiraba la locura ritual y el éxtasis viviendo sus días en medio de la embriaguez, la lujuria y la fiesta. No es de sorprender que se presentara a sí mismo como un masculino-femenino pues su nombre, literalmente, significa incierto.
Los amigos que el alcohol trajo para Dioniso compartían su gusto por el vino y las mujeres. Su compañía predilecta era Pan, un fauno mitad chivo-mitad humano que defendía su título como semidios de la fertilidad y la sexualidad masculina persiguiendo los favores de las ninfas en el bosque.
El tercer miembro de la pandilla fue leal compañero del hijo del dios de dioses, se hacia llamar Silenio. Conocido como un dios menor de la embriaguez que la mitología describe como el más viejo y borracho de sus seguidores, Silenio fue conocido por sus excesos con el alcohol, pues el vino era su pasión y a menudo tenía que ser llevado en brazos o en burro pero se cuenta que cuando estaba ebrio poseía una sabiduría especial y el don de la profecía.
Los encargados de ayudar a Silenio a recuperarse, de divertir a Dionisio y de acompañar a Pan, fueron los sátiros. Criaturas masculinas, mitad cabra-mitad humano, que viajan en el bosque y cuyo deseo sexual es irreprimible. Todos juntos conformaron el cortejo dionisíaco y se dedicaron a beber, perseguir ninfas y cupular con ménades.
Los hombres no eran los únicos que formaban parte de la perdición carnal que era la Grecia antigua y, además de las ninfas, existían las ménades (literalmente, las que desvarían): mujeres que vagan en el mundo y que no tienen un hogar bien establecido. Ellas son descritas por la mitología como mujeres con las cuales era imposible razonar, se permitían a sí mismas buenas dosis de violencia, derramamiento de sangre, sexo y auto-intoxicación o mutilación cuando se encontraban bajo los efectos del frenesí extático que les producía el vino y sus misterios. Se supone también que llegaban a practicar en su éxtasis el espargamos o desgarro de sus víctimas en trozos tras lo que ingerían su carne cruda por lo cual estar con ellas era un verdadero acto de valentía.
Ya en la tierra, alejados del mundo de los dioses, los humanos les veneraban a través de prácticas similares. Se reservaban varios días para celebrar las Grandes Dionisias, fiestas llenas de alcohol, bellas mujeres con canastos de frutos y serpientes, hombres disfrazados de faunos y sátiros, tributos animales y obras teatrales. Además de esto, en los templos se encontraban las mujeres mortales que emulan a las ménades y se dedican al culto orgiástico de Dioniso
No se hablaba de ninfomanía o satiromanía en esos tiempos y se otorgaba un lugar privilegiado a los ímpetus pulsionales del individuo en lugar de reprimirlos, castigarlos y volverlos parte del cúmulo de problemas psiquiátricos con los que la era moderna cuenta.
Por Diana Caballero