“Je rentre en Europe, parce qu’après vingt ans de vivre au Mexique je me suis rendue compte que je ne le comprendrais jamais”
Donatella Lockhart
“Les mexicains, nous, on attend la mort. Ça sera mieux. Tellement on est misérable…”
Xavier de Balturce, marqués de la Desdicha
A Donatella, que dijo que no entendía queriendo decir que todo le había quedado bien claro.
París, 25 de septiembre de 2015.- Érase una vez un sol y una luna. Érase una vez una noche y un día. Érase una vez un sacerdote que se vestía con la piel de una víctima sacrificada para que el día alumbrara al hombre vivo y que en su casa comería guajolote en lugar de la carne humana de rigor para completar el rito. Érase una vez en México, donde “si” quiere decir que no y donde “no” quiere decir que si, donde la vida es muerte y la muerte es vida, donde “te amo” es “te desprecio” y una palmada amistosa en la espalda es la advertencia de un asesinato. Érase una vez un complejo mundo prehispánico de dualidades y verdades escondidas y mentiras que parecen verdades. Érase una vez que a los niños había que presentárselos al sacerdote de pelo enmarañado para que adivinara su futuro y que si éste se anunciaba radiante, la madre contaba a la gente que sería desgraciado para esquivar las envidias. Érase una vez un México polar. Luego vino el año dos mil, fecha en la que el mundo no se acabó a pesar de las amenazas mayas y luego el dos mil cinco y el dos mil diez y finalmente el dos mil quince, cuando se inauguró una exposición cuya fecha era la de un año distinto: la fecha en la que un artista que se autorretrataba escondiéndose fue escondido aunque le hubieran dicho que lo mostrarían; momento mismo en que un dibujante de bibliotecas recibió el mensaje de que su pieza – presentada – no sería mostrada.*


Érase un lugar enclavado en la parte más enlodada y afrancesada de París, donde hay que imponerse a escuchar vocablos en maya y en nahua, y a donde se entra a tomar aguardientes que en la puerta de al lado no venden.
Érase una vez un artista que con la diestra pintaba apologías dirigidas a aquellos contra quienes con la izquierda levantaba pancartas en lugar de comida.

Érase una vez un tatuador que veía al Oriente en el Occidente y a lo decrépito bajo el efímero velo de la lozanía.

Érase una vez la muerte viva que miraba, desde una vitrina, el paso de los vivos que andaban muertos.

Érase una vez la paradójica alegría en la miseria, no como en Las Hurdes, donde los reporteros de Luis Buñuel nunca habían oído cantar porque la pobreza se correspondía con el desconsuelo.

Érase una vez el corazón más generoso del mundo, que a los médicos les pareció defectuoso y decidieron que se apagaría bastante pronto.

Érase una vez la contradicción del pasado y el presente fusionados en un matrimonio de lo anacrónico con la modernidad.

Érase una vez la sutileza de un lenguaje cuya comprensión precisaba el conocimiento de la problemática más íntima de un pueblo nacido de la dualidad. Érase una vez en México.
*La exposición México circa 2000, selección de piezas de la colección de José Pinto Mazal, puede verse en el Instituto Cultural de México en Francia (119 rue vieille du Temple, 75003).
Twitter: @Diegodeybarra