Nosotros, el fotógrafo y el hechizo

 

Se nos presenta una imagen de algún still que luego nos enteramos que lo fue de Figueroa.  Para nosotros es todo más claro y simple: se trata de una imagen reconocible – aún por desconocida – de algún filme de relevancia de la época del cine de oro en México.  Podemos desconocer al autor.  La imagen es nuestra.  Nos cautiva.  Nos hace partícipes de un ambiente que, a pesar de la distancia que nos separa de él en todos sentidos, es más nuestro que nada.  Es un México que se fue y que, sin saber cómo, añoramos con un ansia que es tan incomprensible que perturba… y a la mera vez nos calma.  Todo es muy claro si no lo analizamos.  Confusísimo si pretendemos darle vueltas a las cosas.

 

Gabriel Figueroa se convirtió en el ícono de la fotografía cinematográfica de los cuarentas, cincuentas y sesentas.  Es muy posible que cualquier imagen fotográfica extraída del cine de oro que exista en nuestro acervo memorístico haya sido producida por él, en algún momento.

 

Enamorada Figueroa
Enamorada Figueroa

 

Gabriel Figueroa nació en la Ciudad de México en 1907, lugar donde murió noventa años después.  Pronto quedó huérfano de padre y madre.  Parece que cuentan que lo criaron unas tías suyas.  Por necesidad empezó a trabajar muy joven, y ya a los catorce años se tenía a sí mismo de aprendiz en algún estudio hizo su primera película: “Allá en el Rancho Grande”, con Fernando de Fuentes.

 

Mujeres rebozos

 

 

 

Aunque colaboró con los más prominentes artistas de su tiempo – Fernando de Fuentes, John Ford, John Huston y Luis Buñuel –, su característico estilo de fotografiar se consolida en los trabajos hechos con Emilio “el Indio” Fernández.

 

La fotografía de Gabriel Figueroa está cargada de nacionalismo, de romanticismo y de una estética claramente inspirada en el muralismo mexicano.  En su obra vemos escorzos, claroscuros y perspectivas de gran profundidad, que nos arrojan sin velos una visión romántica de un paisaje mexicano infinito, de terrenos interminables y cielos atiborrados de nubes que se precipitan de un lado a otro… como si eso se pudiera.

 

Gabriel Figueroa fue un maestro en el uso de la luz y los contrastes.  Son particularmente relevantes sus claroscuros, sus imponentes cielos de nubes que se difuminan – y otras que parecen pesar toneladas – mientras el escenario se cierne en torno a personajes emblemáticos de la tierra nuestra – charros, mujeres que van a misa con sus rebozos bordados, indios huarachudos, soldados revolucionarios seguidos de sus soldaderas y pobres almas atormentadas por el demonio más cruel de todos…

 

Mujer infinito

 

 

 

Hay tiempos en los que los genios se juntan y generan en equipo productos imborrables.  Hay otras ocasiones en las que un genio solitario tiene que ser reconocido a toro pasado por un público que maduró demasiado tarde.  El caso de Figueroa encaja en el primero de los dos casos.  Sus fotografías, que son magistrales y profundas, que son de un pictorialismo académico, de un tormento que busca cauce queriendo plasmar lo inconmensurable, son pieza elemental de un conjunto de creaciones monstruosas compuestas matemáticamente por grupos sólidos de magos.  Las películas del cine de oro en México en las que participa Figueroa resultan circularesen su perfección porque todos los elementos corresponden: las actuaciones de María Félix y Pedro Armendáriz en “Enamorada”; Fernando de Fuentes dirigiendo “Vámonos con Pancho Villa y “Allá en el Rancho Grande”; los vestuaristas y guionistas que hicieron posibles, junto con la creatividad de Buñuel, películas tan incomparables como “Los olvidados”, “Él” y “El ángel exterminador”; y los juegos de luces y de sombras que hicieron de “TheFugitive”, película dirigida por John Ford, una obra emblemática de la historia del cine.

 

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