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¿Por qué los ciudadanos de EU han perdido la fe en la guerra?

Redacción
2014-03-13

Lectura: 8 minutos

El último intento de EU por intervenir en un conflicto bélico fue el año pasado en Siria, tras el ataque con gas sarín que mató a más de 1,400 civiles. A pesar de la larga tradición intervencionista, en esta ocasión el presidente Obama se encontró con la desaprobación de más del 50% de la población, por lo que el ataque nunca tuvo lugar. ¿Qué cambió en la visión estadounidense, que EU tuvo que dar un paso atrás por primera vez en mucho tiempo?

 

De acuerdo con el teórico del siglo XX Lawrence Leshan, a lo largo de la historia han existido motivos de diversa índole por los que los individuos están dispuestos a sacrificar sus vidas en el campo de batalla. Estos pueden ser psicológicos, económicos, sociales, ideológicos, incluso meramente humanos, pero estudios más profundos sobre el tema han revelado que ninguno de estos factores es en verdad determinante o contundentemente aplicable a toda la raza humana.

Muchas de las teorías incluso apuntan a que los humanos están predestinados a luchar, como si fuera un instinto animal. Sigmund Freud, con sus conceptos de “pulsión de vida” y “pulsión de muerte”, creyó ser terminante al respecto.

De acuerdo con el padre del psicoanálisis, el instinto del ser humano se encuentra dividido en dos partes: por un lado, Eros, la vida, que está ligada no sólo al desear, sino al desear tener deseos. Este lado es el que lleva a una persona a tener intereses, amores, entusiasmos, ideales, todo aquello que lo lleve a sentirse “vivo”.

Por el otro, está Thanatos, que es esa fuerza “creadora” que lleva a los humanos a tener conductas autodestructivas. Son las ganas de morir, de dejarse caer, que surgen del desasosiego, de la desesperanza, y a las que todos nos encontramos expuestos. Freud señaló que, para que estos sentimientos no causen la ruina de las personas, tienen que ser proyectados al exterior, es decir, a los demás.

Sin embargo, Leshan concluyó en sus estudios que esta no es razón suficiente para explicar por qué los humanos participan en guerras. En su libro “La psicología de la guerra”, propone que las poblaciones enteras pueden guiarse por dos tipos de pensamiento: el mítico y el sensorial.

En tiempos de paz, las personas se guían por el pensamiento sensorial: existen naciones, pero dentro de estas se encuentran individuos que, aunque pueden hacer cosas malas, ello no significa que tampoco tengan cosas buenas. Así, existe el “japonés tal”, o el “japonés cual”, pero no “los japoneses”.

También, se tiene la percepción de que tanto en el propio país como en los demás se tienen situaciones parecidas, con altas y bajas, aciertos y errores, y la justicia se ve como un asunto concerniente a las leyes de los hombres.

Otro aspecto muy importante es que los individuos se encuentran “luchando solos” por su día a día, en medio de las condiciones existentes en su entorno. No se tiene idea de que exista una fuerza “maligna” o “superior” que sea la causante de todos los males y dificultades de la vida.

Cuando esta visión de la realidad comienza a trasladarse al campo de lo mítico, muchas cosas de la consciencia colectiva comienzan a cambiar. Los medios se encargan de difundir imágenes focalizadas que logren integrar en un solo frente a todos, o al menos a la mayoría, de los habitantes. Ahora, se trata de “nosotros”, contra “ellos”, es decir, contra el “enemigo”.

“Cuando se gesta una guerra, comenzamos a menospreciar al bando contrario. De modo general, los atributos positivos son adjudicados a “los nuestros”, mientras que todo lo negativo pertenece a “los otros”, incluso si se trata de acciones similares. Por ejemplo, fue legítimo que EU bombardeara centros civiles en Bagdad, pero no lo fue –y además, constituyó la mayor prueba de su naturaleza maligna- que los iraquíes lanzaran misiles hacia centros civiles de Arabia Saudita o Israel”.

Lawrence Leshan

De este modo, los estándares morales de la sociedad cambian durante las guerras. Y esta aceptación moral tiene que ver más con un sentimiento inherente a los seres humanos. De nuevo, nos encontramos divididos entre dos cuestiones: por un lado, la afirmación de la diferencia personal, lo que conforma la individualidad. Por el otro, la imperiosa necesidad de ser aceptado y tomado como parte de un grupo.

En medio del conflicto que representa compaginar ambas cosas, los hombres tienen dificultades para encontrarle un sentido a su vida. La creciente afición a las drogas posterior a la bomba atómica de Hiroshima –la cual acabó con las esperanzas de la gente hacia la guerra-, demuestra que se necesita ponerle color y sabor a los días, para no sentir que se vive en vano.

Ese es el problema con los tiempos de paz: todo es ordinario, monótono y gris. Las personas necesitan sentir que su existencia importa, que tiene un propósito. Como dice el escritor Milán Kundera, “las personas necesitan el peso, el drama, para sentirse vivos”. Claro que, además de la guerra, la violencia y las drogas, existen otros modos de encontrar ese rumbo. El activismo social, por ejemplo, es un excelente modo de contribuir y de sentirse útil. Pero, comparado con el total de la población, el porcentaje de personas involucradas en este tipo de actividades es mínimo.

Por ello, la guerra representa una salida muy fácil para todo aquel que busca trascender. Tanto los que van al campo de batalla como los que se quedan en casa a esperar noticias, se sienten excitados por ser parte de algo que los rebasa. Los soldados miembros de un batallón, pierden por completo su identidad, y sus objetivos personales se trasmutan en los del grupo.

La población tiene algo de qué hablar, de lo que depende su existencia, pues la visión mítica los lleva a pensar que el enemigo representa el mayor peligro, y que cuando se logre su redención el mundo será un lugar mejor. Casi como un cuento de hadas.

Vistas desde este punto, las sensaciones durante las guerras míticas son equiparables al más rosa de los cuentos de Disney. Tomemos como ejemplo a Cenicienta. Es una mujer de buenos sentimientos –totalmente buenos, siempre-, que tras la muerte de su padre –la pérdida del equilibrio, de la paz- es molestada continuamente por su madrastra y sus hermanastras, de quienes todas las acciones son totalmente malas.

El único camino posible para su liberación, y de paso, su felicidad, es poder casarse con el príncipe. Para ello, debe lograr llegar al baile. Es entonces que, con ayuda de sus ratoncitos aliados y un hada madrina, lucha contra sus enemigos, haciendo uso de engaños, embustes e incluso un poco de violencia. Pero esto es bueno, porque Cenicienta merece ganar.

Cuando por fin llega al baile, conoce al príncipe pero tiene que huir, olvidando su zapatilla de cristal; cuando este comienza a buscarla desesperadamente, de nuevo es atacada por las malvadas mujeres, por lo que libra una última batalla, de la cual sale victoriosa. Los malos reciben su merecido, y ella logra su objetivo, por lo que ahora no le espera sólo un matrimonio ni una vida normal al lado de su príncipe azul, sino un “y vivieron felices para siempre”.

Los habitantes de un país que se encuentra en medio de una guerra mítica suelen tener pensamientos muy parecidos al de estos cuentos: cuando el enemigo caiga vencido, todo será distinto y mejor. Juntos, pasarán entonces a un nuevo momento de la historia. Pero esto sólo es una ilusión. Como demuestra el siguiente video, las cosas después de una guerra suelen ser tanto o más difíciles que en tiempos de paz.

También, las distancias sociales se reducen: ricos y pobres por igual integran una masa que está de acuerdo en que su soberanía, seguridad e independencia deben ser defendidas. Opinar algo contrario a esto, es decir, permanecer en la visión sensorial de la realidad, se vuelve muy peligroso, y puede causar, más que el repudio y la segregación social, castigos más severos al ser considerado un “traidor”.

Una vez analizados todos estos factores, podemos darnos cuenta de por qué las personas han perdido la fe en la guerra. Como mencionábamos más arriba, el 06 de agosto de 1945 la visión de los estadounidenses, y del mundo en general, cambió al darse cuenta del nivel de destrucción que la humanidad había alcanzado. A partir de entonces, los seres humanos se convirtieron en una especie en peligro de extinción.

Esto lo demuestra el escaso apoyo a las guerras de Corea y de Vietnam, acaecidas entre los años 60’s y 70’s, en los que hubo protestas y surgió el movimiento hippie, pidiéndole a los gobiernos frenar la ola de destrucción y buscar otros caminos para la paz. En los últimos años, la guerra contra Iraq, aún sustentada en el miedo vivido el 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, no tuvo la fuerza mítica de las guerras de principio del siglo XX.

Y es que el mayor acceso a la información ha logrado tirarle el “teatrito”, en muchas maneras, a los gobiernos y a las campañas emprendidas por la Casa Blanca. En 2010, Wikileaks le quitó la venda de los ojos a miles de personas que aún creían en la defensa contra el mundo terrorista, al ver cómo sus propios soldados torturaban y masacraban sin piedad a grupos civiles –aunque, contradictoriamente, esto no quiere decir que en EU los musulmanes, y en general la gente de Medio Oriente, sea bien vista o recibida.-                                                                                     

Además, la actitud de cinismo y desesperanza que experimenta la juventud en EU no tiene precedentes. Hechos como las matanzas en escuelas, perpetradas por los propios estudiantes, se han vuelto una amenaza de cada día. Las muertes por sobredosis de opiáceos como la heroína se han ido incrementando también, con  cerca de 15,000 casos al año.

A pesar de esto, la Guerra del Golfo Pérsico demostró que aún es posible crear guerras míticas. Todo depende de su desarrollo. Durante los primeros meses, no hubo referencia alguna a hechos atroces cometidos por EU. Sólo se mostraban imágenes de “bombas inteligentes” pasando por los túneles de los cuarteles, y disparos en medio de la oscuridad que parecían no tener blancos humanos.

Se transmitieron también videos de largas filas de coches calcinados, al parecer de personas que intentaban huir del conflicto, pero que por alguna razón ya no se encontraban a bordo de esos carros, ni vivas ni muertas. Difícilmente podrían verse videos como este, en el que se muestran centros civiles siendo atacados, y el júbilo de los soldados de EU al acertar en sus blancos.

https://www.youtube.com/watch?v=kXoz5a9G9Pk

Fue así como, al terminar el conflicto, el periodista John Cancellor escribió en el New York Times:

“Desde el primer instante, millones de personas estuvieron dispuestas a creer cualquier cosa atroz sobre Saddam Hussein. Los informes de las barbaridades iraquíes fueron aceptados sin vacilaciones. (…) Antes de que comenzara la guerra, la prensa comentaba con espanto la posibilidad de que Irak utilizara explosivos fuel-air, una horrible arma de potencia casi nuclear.  Comenzados los combates, fue EU el que usó esos explosivos, y nadie reclamó por ello”.

No ha corrido con la misma suerte la última administración del país, la de Barack Obama, quien intentó intervenir en el conflicto de Siria el año pasado, con muy poco apoyo de la población y prácticamente nulo de parte del Congreso.

Pero Obama aún tiene cartas para jugar. Para nadie queda oculto que existe una tensión creciente con Corea del Norte, que ha declarado abiertamente su odio contra EU –pues considera amenazado su territorio, estratégico para la actividad comercial de Asia- y ha logrado enganchar a ambas poblaciones en un conflicto mítico. Podemos afirmar esto gracias a una encuesta realizada en febrero pasado, que arrojó que el 89% de los estadounidenses tiene pensamientos negativos de los norcoreanos, superando a los iraníes, quienes no habían perdido su notable posición desde 2004.

Y es que el tema de la defensa de los derechos humanos se ha vuelto el estandarte de EU para sustentar sus conflictos bélicos. Es cierto que tanto Corea del Norte como Rusia, el otro personaje incómodo en la escena actual del gigante americano, atraviesan por una crisis en materia de garantías civiles y respeto a los derechos de sus habitantes, pero lo que no es válido es que EU aproveche esta situación para crearse una imagen de benevolencia que está muy lejos de tener.

Es evidente el peligro en el que se encuentra la humanidad, en medio de tantos conflictos. A diario nos enteramos de ataques terroristas,  masacres, protestas reprimidas, asesinatos, infamias y desarrollo de nuevas armas. La situación mundial ha llegado a un punto en el que ya no cabe seguir fomentando la guerra, sino en el que se deben, lo más pronto posible, buscar caminos para la paz y el bienestar. Las poblaciones —al menos las occidentales— comienzan a comprenderlo, pero ¿cuándo lo van a entender los gobiernos? Esperemos que antes de que la siguiente bomba atómica sea detonada.

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