Puebla: faraway, so close!

Recientemente, y por razones estrictamente de orden laboral, visité la ciudad de Puebla de los Ángeles, cuna del urbanismo renacentista novohispano y, también, de la fundación, como designio divino –y Real- de una ciudad para españoles avecindados en nuestras tierras americanas. Una ciudad sin madre –bueno, sin una sociedad madre, original y antecesora-, fundada en un sitio sin historia local, sin antecedentes de asentamientos humanos anteriores y, por lo tanto, una ciudad moderna, una ciudad que, en su origen, buscó implantar en su territorio lo más nuevo, lo que representaba el modelo urbanístico más avanzado de su época: el trazado de una nueva ciudad con base en el modelo renacentista, una ciudad dirigida a instaurar el modelo antropocéntrico de la época –y que se logró muy bien!-.

Tres elementos ayudaron a la implantación del modelo novohispano renacentista instaurado en la ciudad de Puebla –obviamos el tema estratégico de su ubicación en su relación espacial y de movilidad que supuso el tránsito, de bienes, información y personas, entre la Villa Rica de la Vera Cruz y Tenochtitlan, por la vastedad de los textos que lo desarrollan-: las características físicas y geográficas de su territorio, el nuevo modelo urbano –la modernidad establecida en el manejo geométrico y ordenado de sus componentes- y el aprovechamiento de un territorio virgen, sin asentamientos humanos consolidados previos.

“Siendo Obispo de la ciudad de Tlaxcala, Fray Julián Garcés, soñó en varias ocasiones con un bello valle en el que cruzaban tres ríos, con árboles y montañas, en el cual bajaban los ángeles del cielo y tendían sus hilos de oro y plata y trazaban una ciudad”

 Leyenda de la fundación de la ciudad de Puebla

Los viajes ilustran…al ilustrado!, dice el refrán; para un servidor, visitar Puebla es más una sensación de transportación en el tiempo, derivada de la que sucede en el espacio, que se convierte en un viaje emocional y de recuerdos, en la micromemoria histórica de mis años como estudiante y como docente, en ambos casos, en la carrera de arquitectura -nombre, de origen inadecuado, por su proyección al ideal de ganar una competencia, ganar el concurso, ganar la foto en la revista, ganar el contrato, ganar el territorio virgen para transformarlo con arquitectura, todo por y en la “carrera” de arquitectura- pero, en particular, como docente, como agente de cambio y transformación de los futuros agentes de cambio y transformación del territorio de su ciudad, en una búsqueda histórica por inculcar una visión progresista de la profesión en su relación con la modelación de la ciudad.

En aquellos años, en los que tuve la fortuna de ejercer como docente –y, quizás, el infortunio para mis estudiantes- en diversas materias curriculares de la escuela de arquitectura, el dilema fundamental que recorría –y corría, como si de una carrera se tratara- los pasillos, aulas y cubículos del ámbito arquitectónico universitario, como temática para discurrir, debatir y reflexionar, en el pequeño grupo académico que formábamos los profesores y directivos del departamento de arquitectura de la universidad, era definir -con base en la misión y visión madre que la que la propia universidad define en sus estatutos y valores sustantivos-, dentro de los supuestos y sucesos vigentes, de esa época y de los proyectados y presupuestos del fenómeno de la arquitectura y la ciudad, cuál debía ser –el problema del ser y el deber ser profesional- el profesionista que se requería preparar, facultar, educar –en valores, para echar mano del criterio madre- y capacitar para ‘construir’, dentro del intrincado sistema socio-cultural –con todas sus deficiencias y contradicciones- existente, un agente de cambio, de transformación, que tuviera la capacidad de lograr la puesta en valor del ejercicio de la arquitectura y de la transformación física-espacial –funcional y social- de la ciudad –estábamos jóvenes y llenos de un gran optimismo profesional-.

En este estado, alimentado por la enemistad que supone el componente del tiempo en una carrera y por la anestesia autoprescrita de la autosupuesta función de la arquitectura como agente de transformación de la totalidad de la realidad, recuerdo con cierta gracia –y, como lo hice en su momento y lo sigo defendiendo de la misma forma, como desgracia para la formación profesional de los estudiantes de arquitectura- las propuestas más disparatadas y exóticas –no sólo referidas a aquello que procede de un país lejano sino de un sitio fuera de la biosfera terrícola-, fundadas en la necesidad de provocar, estimular, incitar, inducir, avivar, producir, causar, desencadenar, originar, promover, suscitar, motivar la creación arquitectónica –como si de estimulación temprana se tratara- como respuesta a fenómenos y ámbitos inventados o imaginados, en particular ¡en los primeros años de la carrera! Recuerdo un ejercicio que les impusieron a los estudiantes de uno de los primeros años del taller de diseño arquitectónico cuyo objetivo era concebir, espacial y materialmente, un habitáculo personal –una habitación para ellos- en ¡¡el valle de la boca de un volcán apagado en la luna!! El supuesto, argüido por su progenitor, se basaba en el hecho –inconfesable actualmente- del valor que suponía la abstracción de la realidad física, espacial, social, económica, política y cultural –el infantilismo conceptual- que, sobre el sujeto, sobre el estudiante, ejercía e inducía a la creación e innovación arquitectónica; como si dar respuestas a la compleja realidad circundante no hubiera representado ningún beneficio para nadie, en el desarrollo de ese maravilloso y productivo proceso de análisis y síntesis proyectual.

La realidad urbana y territorial de la ciudad de Puebla representa claramente sus procesos, épocas y corrientes –algunas de estas últimas, bastante ídem-, refleja la lucha –o la falta de ella- de una sociedad, y de sus profesionistas y líderes, para guiar la evolución y transformación de su ámbito urbano, manifiesta los criterios y valores, urbanos, económicos, sociales y ambientales, que subyacen a su modelo urbano-ambiental, al proyecto de ciudad dibujado y edificado social e históricamente. El modelo territorial vigente, si lo analizamos conceptualmente, ha seguido el mismo principio que el que le dio origen, a saber: la ‘colonización’ de territorios ‘vírgenes’ y alimentado por el modelo conceptual –o perceptual en el caso de la arquitectura- de las nematologías –las teorías ficción desarrolladas por la propia imposibilidad de cierre categorial que supone el establecimiento de una ‘teoría arquitectónica’, para tenerla por teoría general- de la arquitectura y el urbanismo materializadas en la transformación y conformación de su –nuevo- territorio.

En este sentido, el desvelamiento de la imposibilidad, social y cultural poblana, para diseñar e implantar un modelo urbano y territorial basado en el reciclaje, la regeneración, la recualificación, rehabilitación y revitalización del territorio ya urbanizado y, por lo tanto, que, de origen, supone la capitalización de la inversión urbana y territorial realizada históricamente por generaciones de ciudadanos poblanos y la incorporación de los ámbitos naturales –los territorios vírgenes- con los que todavía cuenta –o contaba, habría que analizar su evolución y proporción territorial, a detalle- la ciudad, se manifiesta –perceptualmente- en el proceso de transformación de los históricos territorios vírgenes, con vocaciones diferentes a lo urbano y, por lo mismo, con  la posibilidad perdida como componentes fundamentales para la materialización de un sistema urbano-ambiental más sustentable –en relación con el manejo racional y responsable de los valores y recursos del territorio de los que se sirve una sociedad-, más competitivo –en relación con la optimización de su territorio urbanizado y el fomento y desarrollo de actividades complementarias y sustantivas al sistema urbano-ambiental-social que conforma la ciudad en su conjunto- y más equitativo –en relación con una armónica integración social y la construcción de un modelo democrático y participativo, una democracia parlamentaria real- por las cargas y beneficios que supone el modelo urbano vigente vs el deseado o requerido.

Puebla: Faraway, so close! El abandono de una vida angelical por una vida terrenal autogenerado por un individuo –o por una sociedad-, que presupone el tema de la película de Wim Wenders, lleva necesariamente al establecimiento de un orden basado en lo terrenal, en las leyes de la vida humana –o en la transgresión a dichas leyes: la lucha cotidiana entre el orden jurídico vs el orden económico-; en el orden –o desorden- urbano, se manifiesta claramente, en el abandono de lo anterior, de la memoria histórica de la sociedad, de aquello que fue construido por las generaciones que nos antecedieron, se muestra en la posibilidad de optimizar el territorio transformado y, en su opuesto, en el uso y abuso del aprovechamiento –implantado, social y políticamente, por la diferenciación entre unos y otros, del modelo cultural vigente- de los recursos de los que se nutre una sociedad, en beneficio particular, en beneficio de quienes detentan el poder. La anestesia acrítica social y profesional impuesta o supuesta, y no desvelada, inhibe la posibilidad de ver la obscenidad –lo que se pone en escena y, por lo tanto, es visible- de la transformación urbana que se ha materializado cotidianamente, de las nefastas externalidades urbanas –modelo urbano extensivo y contaminante- resultado de la “carrera” por la utilidad económica que producen los mercados inmobiliarios y, por lo tanto, la de los ‘mercados’ del suelo –suelos con valor ambiental, convertidos, una vez adquiridos a precios irrisorios, en suelos con potencial urbano; fenómeno que impacta negativamente en la posibilidad de optimizar el suelo ya transformado- que, quienes juegan ese juego lo saben muy bien, representa mayores utilidades con menores esfuerzos, símbolo de la embriaguez social generalizada.

El caso de la ‘fundación’ de nuevas áreas de desarrollo urbano de la ciudad de Puebla tiene grandes coincidencias con la crítica social, política y comercial que se presenta en un capítulo de la familia promedio norteamericana: “Los Simpson”; que, en un caso de transgresión administrativa y jurídica –todo parecido con la realidad es pura coincidencia!- sobre el uso y destino de un predio periférico a la ciudad de Springfield –que, en una sociedad culta y educada, debería suponer una actuación dirigida e  inserta en el marco del interés general y público de la ciudad-, en el que se pretende edificar y, por lo tanto, imponer un centro comercial en una zona sin el uso del suelo y, además, sin el consentimiento, en un inicio, de la sociedad en su conjunto. El liderazgo del movimiento social de rechazo a la construcción del centro comercial está abanderado por el único miembro de la familia Simpson, que representa el último resquicio de sensatez, conocimiento y congruencia ciudadana –y, para el caso, el único miembro de la sociedad en su conjunto con conciencia social y pública-, Lisa Simpson, que es censurada, irreflexivamente, por la embriaguez de la sociedad en su conjunto, por la representación de los ‘beneficios’ –mercantiles y de consumo- que supondrá el inicio de operaciones del nuevo centro comercial y por lo ‘blasfemo’ de su discurso. Los recursos usados por los ‘desarrolladores’ –por aquellos sujetos de cambio y transformación que tienen interés por edificar y poner en operación el centro comercial- para acallar y silenciar el rechazo social, son una mezcla de componentes esotéricos y religiosos, y económicos y comerciales –la presencia, construida artificialmente como designio divino, ¡¡de un ángel!!, y el uso de la máxima publicidad de la variedad de productos y ofertas que promete el centro comercial-, que subyacen como componentes sustantivos de las coordenadas de pensamiento de esa sociedad ficticia, de los ciudadanos de Springfield.

Silencio

Prepárense para el fin!

El fin de los precios altos!

Contemplen!…La gran inauguración del centro comercial Colina del Ángel!

Y ahora, por favor, sigan al Ángel para hacer todas sus compras!”

 Discurso realizado por un maestro de ceremonias, -representando la voz divina y celestial del ángel- contratado por los promotores del centro comercial, para la inauguración, ante las miradas atónitas de los ciudadanos, durante el movimiento del ángel, a través de medios mecánicos, hacia su ubicación como símbolo y logotipo del centro comercial.

No sólo existe una incapacidad social de ver la realidad, sino la incapacidad de ver críticamente, convirtiéndola, de esta forma, a la sociedad en su conjunto, en un público sin voz ni voto, en una sociedad inmersa, sin conciencia, en una  sociedad dirigida a la construcción de consumidores y no de ciudadanos –como lo desarrolla Nestor García Canclini en Consumidores y ciudadanos: Conflictos multiculturales de la globalización-, que transita, cotidiana y perpetuamente, en un modelo autoritario –la ausencia de consenso, que genera un ejercicio del poder dominante y un orden social carente de libertades-, que incapacita o discapacita a sus ciudadanos para lograr ver, crítica y prospectivamente, todos los problemas que representa la materialización de una ciudad excéntrica, de un modelo basado en la hiperurbanización, en la gentrificación de zonas históricas, en la suburbanización de su territorio ya transformado, en la periurbanización de nuevos territorios y en los procesos indeseables y contaminantes de la generación de zonas de obsolescencia urbana.

Muy probablemente el caso ‘didáctico’ de la casa del arquitecto en el valle de la boca de un volcán apagado –como si hubiese sido evocada por Antoine de Saint-Exupéry-, ya ha sido construida, no en nuestro maravilloso e inhabitable eterno satélite, sino en la nueva colonia satélite de Puebla, en la imaginaria calle Luna, como síntesis de la embriaguez frenética por la ‘colonización’ de nuevos territorios -que ha supuesto el modelo expansivo y extensivo de aprovechamiento de territorios, cada vez más alejados, desarticulados e inconexos de las zonas de equipamiento, servicios y comercio, dentro del valle de la zona metropolitana de Puebla-Tlaxcala; modelo absurdo e hipotecario del futuro de la ciudad, de los costos intrínsecos al manejo, administración y tránsito hacia un modelo más sustentable de la ciudad-, y, por los criterios y valores –acríticos- que supone el ejercicio de las diferentes profesiones y actividades que integran el sistema económico, político y cultural de la sociedad en su conjunto. La zona de Angelópolis, de la ciudad de los Ángeles, es el modelo territorial implantado –divina o políticamente- como fenómeno representativo socio-cultural-territorial de la vigente sociedad acrítica y cautiva de Puebla.

Por cierto, les dejó una foto que he tomado de una señal de tránsito que me encontré, en mi último viaje a la ciudad de Puebla, específicamente pasando por la zona de Angelópolis y que me dejó frío: MEGA NIÑO POBLANO! Después de verla y estar consiente de que me dirigía a él aceleré –como todos los poblanos lo hacen en esa zona, seguramente invadidos por el mismo temor- para no tener el ‘gusto’ de conocerlo…ya será en otra ocasión, al fin y al cabo, Puebla está, como dice Wenders: Faraway, so close!

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