“The black person is the protagonist in most of my paintings. I realized that I didn’t see many paintings with black people in them.”*
Jean-Michel Basquiat
Museo Guggenheim de Bilbao, once de agosto de 2015.– Lo dijo sin quejarse. Más bien como platicándolo. Incluso un tanto divertido. Era ya una celebridad y los taxis amarillos de Nueva York no se detenían para llevarlo. Por negro.
Estaba por subirse al metro, distraído. Eran los años ochenta, la década de su triunfo. Un hombre blanco se incomoda al verlo entrar. Ese negro se ha equivocado de vagón.

Lo atendieron en el hospital. Luego lo despidieron diciéndole que estaba curado y que se podía ir. Le extrañó, para empezar, que lo hubieran recibido.
Reyes y santos. Coronas de tres picos en muchas de sus pinturas (sabía dibujar, decía, aunque la gente no lo pudiera creer). Un pico para cada uno de sus afanes: el boxeo, la poesía y la música.
Había empezado como grafitero en las calles de Nueva York. Como su amigo Haring. Trabajaba con los materiales que se encontraba en la calle. De chico había soñado con ser caricaturista. Y terminó siéndolo a pesar de todo. El caricaturista de una sociedad hipócrita, que lo adulaba en los salones y lo ignoraba en las calles.
No había negros en los cuadros que había visto. Los tuvo que pintar él. Coronados. Nunca un negro había soñado con llevar una corona en un reino de aquel lado del mar. Él se las puso. A los boxeadores, a los cantantes, a los poetas, a los discursistas inspirados, como Martin Luther King. Al negro que tenía diez mil vacas pero pedía leche en una esquina de una ciudad que avanzaba atropelladamente sin detenerse a ver el cartón en el que clamaba ayuda a sus hermanos. La esperanza es lo que le queda al pobre. Los últimos serían los primeros, nos habían dicho siempre.

Sabía que vivía en una dualidad perpetua. Como insider y como outsider al mismo tiempo. Dualidad constante. Lo negro y lo blanco. Los oscuro y lo claro. La noche y el día. El bien y el mal. La adulación y el desprecio.
Se compadecía de sus amigos muertos. Sabía que había podido ser él el apaleado por la policía (¡Qué contradicción, un policía negro! ¡Qué gran ironía, una víctima del orden social queriendo implementar las reglas creadas para subyugarlo!). Pude haber sido yo, se dijo. Y lloró. Todos somos el otro. No me busques tanto, que estoy en los árboles y en el aire, en las hojas secas, en las plagas de los jardines que sirven de ensalada, en los cigarrillos y en el agua clara. Él lo sabía. Matar al prójimo es equivalente a cometer un suicidio.

Le gustaba acordarse de sus orígenes. Había aprendido a que le gustara, porque sabía que no le quedaba liberación del estigma con el que había nacido. Él era negro y blanco. Puertorriqueño y haitiano. Americano y africano. Hombre y mujer. Esclavo y amo. Rey y súbdito. Extranjero y nativo. Le gustaba el dios africano del caos. Porque en el caos está el orden. Que reine el dios de la subversión. Porque en la rebeldía está la libertad.

Sus personajes se resisten a desempeñar papeles impuestos socialmente. Porque la sociedad busca que se evite el caos y se empeña en etiquetar a sus elementos para controlarlos. La sociedad arguye querer organizar las cosas para que el hombre, en su individualidad, alcance la felicidad. Grandísima patraña. La sociedad se caga en los negros.
Dualidades todo el tiempo. Sistema de riqueza y clases. El orden que esclaviza. La irrelevancia del hombre en su esencia, porque sólo es útil, sólo es perceptible, como pieza en un tablero. Como parte de una estadística.

No pensaba en el arte cuando pintaba. Pensaba en la vida. En la injusticia y la tragedia. En la maldad del hombre para con sus hermanos. En los orígenes que lo predeterminaban. En lo paradójico que puede ser que un hombre no pueda oler una flor de un jardín que ha sido sembrado para su disfrute. En experimentar un mismo día la admiración de sus hermanos y el rechazo de otros tantos. Basta de adulaciones. Hay que dar la espalda a los halagos. El hombre, dijo Cabral, acaricia al caballo para poder montarlo.
Nos lo había dicho Mateo, el escribano. Mateo el recaudador de impuestos: Los últimos serían los primeros.
*Nota del editor. La persona negra es la protagonista en la mayoría de mis pinturas. Me di cuenta que no he visto muchos cuadros con gente negra.
Twitter: @Diegodeybarra