Tiempos de rabia

Poco antes de comprobar el doblemente amargo sabor de la cicuta, tras la condena a muerte que le fue impuesta, Sócrates intentó apaciguar los enardecidos ánimos de sus discípulos adviertiéndoles —palabras más, palabras menos— acerca de la inutilidad de la rabia, si esta no se siente por la persona correcta, en el lugar y momento preciso.

Así pues, el filósofo ateniense bien claro tenía que incluso la rabia tiene un tiempo y un destiempo, que así como puede enceguecer al ser humano y provocar en éste el mayor envilecimiento posible también, en su justo momento, puede sublimarlo y dignificar su esencia.

Todo esto viene al caso, porque a mediados de la semana que recién concluye la revista Time destinó su portada —como es ya una costumbre, año con año— al personaje que considera más representativo e influyente de éste 2011 con sus horas cortas a cuestas… y contrario a la tradición, quien ilustra la edición del 14 de diciembre de esta importante publicación no es un individuo de carne y hueso, sino uno y muchos al mismo tiempo, un símbolo, un verdadero icono de estos tiempos recientes: “the protester” o, como los medios nacionales tradujeron, “el manifestante”.

Y se llevó de calle en el proceso de selección —de acuerdo con los propios editores de Time— a figuras unipersonales como el recientemente fallecido fundador de Apple, Steve Jobs, la hasta el cansancio mediatizada Kate Middleton —hoy, casada con el heredero al trono de Reino Unido— o el almirante William McRaven —quien ejecutó el operativo que terminó con la vida de Osama Bin Laden, en mayo pasado—, entre muchos otros candidatos.

¿Qué tiene de significativo esto? Precisamente, el hecho de que lo más digno, rescatable y esperanzador de los atribulados tiempos que vivimos es la capacidad que durante el presente año hemos mostrado —en prácticamente todas las latitudes del planeta— de expresar nuestra inconformidad, nuestra rabia y descontento por cuanto ocurre.

Desde la esperanzadora primavera árabe —que intenta acabar con el añejo totalitarismo de los regímenes que desafortunadamente pululan en buena parte del Magreb y Oriente Medio—, hasta los indignados que desbordaron las plazas públicas de esa Europa tan desacostumbrado a las crisis o los ocuppy de Wall Street —expresando su hartazgo hacia un sector financiero incapaz de corregir sus entuertos y una clase política incompetente—, este ha sido el año en que la indignación colectiva ha igualado al Primer y Tercer mundos, a Oriente y a Occidente, a izquierdas y derechas…

Es el año, precisamente, en que la rabia de muchos expresa la incompetencia e irracionalidad de unos cuantos, en que el justo enojo, expresado abierta y pacíficamente en la plaza pública es lo que nos rescata de las vilezas e injusticias que han puesto al mundo en jaque… Es pues, este 2011 que ya se despide, un año en que “the protester” se convierte en esa imagen esperanzadora, que nos recuerda que toda crisis es, al fin y al cabo, una ocasión sin igual para crecer, para tomar conciencia, enmendar errores y salir fortalecidos. Incluso en el medio de estos nubarrones que parecen ensombrecer el ánimo por momentos, la vocación de inconformidad expresada a lo largo de estos 12 meses es, sin duda, el mayor legado que estos tiempos nos dejan como enseñanza… y una gratísima imagen de esperanza que inyecta el ánimo para los tiempos por venir.

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