Transformaciones

A Marieta Guzmán: curadora, museógrafa y adoración transfigurante.

“Les êtres humains laissent de leur énergie dans les choses qu’ils utilisent, et les choses ont donc une histoire à raconter”

El Anatsui

“Les couches de papier peint sont comme les pages d’un libre qui s’effueille sur les murs. Il en reste un souvenir fantasmagorique, comme des fleurs flottant dans les espaces inhabités du château”

Gabriel Orozco

“Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi.”

Tancredi Falconeri al príncipe de Salina en El Gatopardo

Castillo de Chaumont. tres y cuatro de abril de 2015.

Chaumont-sur-Loire, Francia.- Uno se empeña en querer evitar que las cosas cambien. Sobre todo, digamos, los viejos se empeñan testarudamente en querer evitar que las cosas cambien. Pero ellas cambian malgré tout.

Pensé que el viaje de ida sería más difícil de soportar. No lo fue. Hablamos de cáncer, de médicos que ignoran cuánto cuesta curar a un moribundo en Francia, de la seguridad social y del socialismo. Hablamos también de los príncipes de Broglie como últimos propietarios del castillo que visitaríamos. Y de Claude Bernard, que era amigo de Lucien Freud.

El castillo de Chaumont (¿cerro caliente, me pregunto? Para un originario de Ojo-caliente en Aguas-calientes un nombre semejante no tiene nada de descabellado. Aunque más bien signifique algo así como montaña calva) lo reconstruyeron en tiempos de Catalina de Médici para que obtuviera la cara que tiene, más o menos, hoy en día. Ya no recuerdo si para ella o para la amante del rey. Luego entre ellas hicieron un trueque que pensaríamos que no interesa a la historia, pero es mentira. Cada una de las mujeres le metió los cambios que sintió convenientes al castillo correspondiente. La Médici, por ejemplo, hizo en Chenonceau un jardincito íntimo para disfrutar con el rey. Diane de Poitiers habrá hecho sus adecuaciones en cada uno de los castillos que habitó.

Y luego los últimos propietarios construyeron un camposanto para perros. Y al elefante que un marajá le llevó a la princesa espero que no lo hayan enterrado ahí. No averigüé. Y luego hicieron las caballerizas más alucinantes que uno pueda imaginar. Fue en este último complejo – complejo, directamente – donde vi algunas de las transformaciones más recientes. Las de esta última temporada, vamos. Tunga estaba ahí con toda su elegancia de finales de invierno, en el cilindro que seguramente serviría en su tiempo para darles cuerda a los caballos, explicando su Moi, vous et la lune. Hablaba de por qué un tronco petrificado de árbol, hueco por dentro y recubierto de ceras indonesias por fuera, era un excelente vehículo para la generación de las miradas. Para la transformación de un golpe de ojo en mirada al momento de encontrarse con otro golpe de ojo al otro cabo del tronco.

Una mirada no es una mirada más que a partir de que se encuentra con otra mirada, dijo.

Tunga. Moi, vous et la lune
Tunga. Moi, vous et la lune

Habiendo tocado el árbol petrificado (al día siguiente, Cecilia metería los dedos en una vasija adyacente, llena de una materia suave y blanca, para exclamar que era la mejor sensación que había experimentado últimamente), acariciando el exterior suave y frío y habiendo sentido la rugosidad pétrea de su interior, decidí que era momento de salir a fumar. Un cigarro. De tabaco oscuro. Planta transformada en vicio. En la cour des écuries, abajo del reloj, Vincent Barré había instalado una corona de espinas bastante significativa en cuanto a sus dimensiones. Como era viernes santo, sentí cierta conmoción. Luego me retiré un poco para ver la instalación de lejos: una corona de espinas enorme hecha de metal, suspendida en el aire con la ayuda de cables invisibles. Y me volví a conmover. Los viernes santos tienen algo de místico.

Vincent Barré. Couronne
Vincent Barré. Couronne

En la otra ala del complejo caballerístico, Naoya Hatakeyama había invitado a ver un pájaro que había sido testigo de una explosión. Pero en ese momento pocas cosas me interesaban más que el proyecto de ir a donde daban vino. Hablaría con el pájaro al día siguiente.

Chaz de Merode me esperaba en la plaza del mercado de Amboise. Al taxista yo le había anticipado que, pobre como rata que era yo, sería un amigo mío quien sufragaría mis gastos de transporte. En tal berenjenal no se le podrá confundir, le expliqué. Se trata de un tipo de buena facha, delgado como yo, con buena postura y sonrisa siempre dispuesta. Cuando vi a Chaz entre los puestos de cerveza, de flores y de viandas, transformado en su versión menos esbelta, adiviné que el conductor turco pensaría que nadie pagaría la deuda.

De vuelta en Chaumont pude yo orientar a la nutrida comitiva compuesta de belgas, novohispanos y gachupines como si fuese yo el anfitrión. Fuimos al interior del castillo. Volví a admirar los pisos de mayólica del siglo XVII en el Salón del Consejo y los tapices flamencos atiborrados de animales. El cuarto del astrónomo Rugieri había cambiado: ya no estaban ahí los mismos personajes del día anterior, y por las ventanas de vidrios gruesos se metían, hoy sí, algunos rayos de luz.

Salon du Conseil. Chaumont
Salon du Conseil. Chaumont

La capilla en la que otrora desde su balcón oyera misa Catalina de Médici se había transformado en un escenario lleno de colores, vegetación y utensilios inútiles. Ahí ya no rezaba ningún Broglie. Tampoco había tantos gringos tomando fotografías con sus celulares como el día anterior.

Gerda Steiner y Jörg Lenzlinger. Le cristallisateur
Gerda Steiner y Jörg Lenzlinger. Le cristallisateur

Hace algunos meses, en una serie de cuartos inutilizados, Gabriel Orozco descubrió la tapicería antigua de papeles pintados con flores y follajes. Les tomó fotos con su celular, y luego, utilizando un sistema en desuso que permite inyectar óleo sobre los lienzos, reprodujo los formatos a mayor escala y colgó las telas en sus bastidores de los muros de los distintos cuartos abandonados. Ahora los que tomaban fotos con sus celulares, admirando el resultado, eran los paseantes que emitían esos grititos de entusiasmo tan graciosos.

Gabriel Orozco. Fleurs Fantômes
Gabriel Orozco. Fleurs Fantômes

La parte de las fantásticas caballerizas ignorada a propósito el viernes santo nos vio entrar a Chaz y a mí por el lado correcto del recorrido (el resto del grupo se metió arbitrariamente al revés, de modo que ninguno pudo apreciar a cabalidad la transformación de un campo de tierra y piedras en un paraje que sufre una explosión devastadora mientras un pájaro pasa por encima). Chaz admiraba las caballerizas y pensaba que algún día construiría unas parecidas en Merode para unos caballos que pensaba comprar. Al final del recorrido decidió que el pájaro estaba ausente en al menos dos fotografías. Te equivocas, le dije. Fíjate bien. Está en todas. Ah, sí. Tienes razón. Claro que pensando en los cuartos de sus caballos inexistentes, que transformarían su castillo en un lugar de relinchos, no había prestado la atención necesaria para percatarse de la omnipresencia del ave.

Naoya Hakateyama. A bird
Naoya Hakateyama. A bird

De salida rumbo a un nuevo bar nos quedaban dos pendientes: la granja de las abejas y una bodega de buen tamaño al que antes entraba un carrito desplazándose por unos rieles.

En la granja de las abejas Guadalupe admiró una estructura de madera. Una serpiente que crecía por momentos transformándose en un monstruo sobredimensionado para acaparar casi todo el espacio disponible. De aquel lado, donde la víbora baja por las escaleras, parecería que se trata de Chaz queriendo pasar por el laberinto del jardín, apuntó Guadalupe. Chaz hizo como si en ese momento no entendiera el castellano.

Laberinto de plantas en uno de los jardines
Laberinto de plantas en uno de los jardines

No sé cuántos días con sus noches pasaría metido en la otra bodega El Anatsui para recubrir los muros de pedacería metálica semejante a la que usan ciertos africanos para recubrirse el cuerpo de trajes inverosímiles. Con desechos de lastas de refrescos los africanos se adornan la negrura de ébano. Con desechos de latas de refrescos El Anatsui vistió el escenario. Algunas secciones, al fondo, incluso se movían con la ayuda de aire arrojado con cierta fuerza hacia el interior. También la basura se transfigura en ornato. Pero la basura es diferente en cada lado.

El Anatsui. Instalación
El Anatsui. Instalación

El castillo se había transformado sin parar y cada día. Y lo seguiría haciendo. La boa de Saint-Exupéry también; la víbora de la granja de las abejas de Henrique Oliveira se había comido una caja con adentro un borreguito, diría un príncipe más joven. Y Chaz también se había transformado, habiendo engrupido en los últimos meses más que sólo un corderito, para correr el riesgo de atorarse en el laberinto de puertas cada vez más chicas de un jardín que pronto tendría árboles rebosantes de verdor. Yo me transformaba en un tipo cada día más insoportable, y mi imaginación seguía transformándose hasta casi merecer ser enterrada en un cementerio para perros, que no para el elefante del marajá transformado hace décadas en huesos sin carroña qué degustar. Y todo seguiría cambiando. Y el arte seguiría su vida cíclica de transformación constante.

Henrique Oliveira. Momento Fecundo
Henrique Oliveira. Momento Fecundo
0 0 voto
Calificación del artículo
Subscribir
Notificar a
guest
0 Comentarios
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
0
Danos tu opinión.x
()
x