En casi todas las ciudades del país, cuando una persona se integra a la población trabajadora, uno de los primeros propósitos que se plantea es comprar un automóvil. Esta decisión se toma aún y cuando existen otras cosas que podrían incorporarse dentro de las ilusiones de alguien que recién empieza a ganar dinero, como sería viajar, comprar ropa, ser miembro de algún club, o simplemente gastar un poco en servicios de esparcimiento. Otro aspecto sorprendente de la decisión es que rara vez quienes pretenden adquirir un auto piensan en lo caro que es tener un auto y utilizarlo como medio de transporte en la ciudad. Es caro el mantenimiento, el crédito, los seguros, la contaminación que se genera y si tomamos en cuenta que por lo general nunca hay lugar en donde estacionarse, hay que pagar la cuota con el cuidador callejero y correr el riesgo, cada vez más elevado, de sufrir un robo total o parcial; y, para colmo, la gasolina aumenta cada mes. La decisión es absurda desde varios puntos de vista, ¿por qué la gente insiste?
En primer lugar debemos considerar que tener un automóvil propio hoy en día es más símbolo de estatus que tener un título universitario. No importa que el auto sea manejado por el vendedor de cintas y películas pirata en el puesto del tianguis de la esquina, o que no tenga casa propia, o no conozca más allá del estadio Azteca, o que su familia se encuentre en una situación precaria, o que la mensualidad del coche no me deje ni para comer decentemente; lo que importa es cómo está la persona hoy, comparado con el resto de la población en la ciudad. Todos los lujos se pagan caro y sin duda, para un segmento muy importante de la población, vale la pena gastar en un buen símbolo de estatus.
En segundo lugar debemos considerar el efecto que la sana política de uso del suelo de la autoridad ha tenido sobre las decisiones de las personas y sus familias. La política de uso del suelo es inexistente, aunque no, debemos corregir, es una política que la define el mejor postor. Por una lana le damos su licencia para que opere un burdel en zona residencial triple A, con la debida protección policiaca, que valide la licencia cada vez que se presente alguna autoridad extraña a verificar.
Si a esas vamos, en mi condominio de lujo puedo abrir mi consultorio dental, o de terapias, o mi consultoría, o mínimo mi despacho de abogado o contador. Con este tipo de política lo que se ha logrado es que el uso comercial del espacio haya desplazado al uso urbano, a través del aumento en el precio del espacio urbano. Luego si sumamos la proliferación de edificios donde anteriormente habían casas habitación, pues la gente se tiene que ir a vivir a otro lado, definitivamente. Comprar un espacio en los nuevos edificios es para lavadores de dinero, o gente que de plano gane mucho dinero, como gerentes o directores de adquisiciones, directores o gerentes de construcción y obra pública, o revendedores de entradas a espectáculos.
La gente se ha tenido que ir a vivir cada vez más lejos, y aquí viene el aspecto más importante, que es la política de transporte público. Uno pensaría, posiblemente con ingenuidad, que los gobiernos se deben a sus electores y por lo tanto, una de sus principales tareas es ofrecer servicio público de calidad. Así uno imaginaría tener en la ciudad transporte público moderno, cómodo, seguro, con aire acondicionado, rutas bien definidas, paradas planeadas, horarios adecuados, operadores capacitados y bien educados, y demás aspectos que hagan del uso del transporte público una grata experiencia. Esto no existe y a cambio el servicio es fatal, inseguro, incómodo, sin planeación y requiere horas desplazarse de un lugar a otro; es decir, la gente debe invertir muchas horas para desplazarse.
De aquí se desprende que la gente prefiere invertir para adquirir un coche y no importa que le tome el mismo tiempo desplazarse; la diferencia es que ahora va en la comodidad de su auto, disfrutando su fino estéreo, posiblemente con aire acondicionado y sin aguantar a nadie. ¿Mala decisión? Definitivamente la de los ciudadanos no es mala, es excelente, pero, ¿qué tal la de las autoridades? Mejor sigamos tirados de risa.