Una arquitecta (activista) explica quién está detrás de la tala de árboles en el DF

Tala de árboles y agresiones a vecinos, parecen ser nuevos síntomas de la fiebre por construir en el Distrito Federal.

Ciudad de México (elsemanario.com).- Como si se quisiera ocultar lo que venía, la madrugada del ocho de marzo comenzó la tala de árboles en las inmediaciones de Río Mixcoac. Las protestas no se hicieron esperar por el ecocidio en progreso. Elementos de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal (SSPDF) replegaron a los manifestantes que bloqueaban Avenida Río Churubusco, a la altura de la zona de Barranca del Muerto. A los uniformados no les importó la presencia de mujeres y niños, algunos en brazos de sus padres, según detalles reportados  por La Jornada. Aún así, se registraron agresiones ante los ciudadanos que repudiaron el ecocidio con el argumento de que la obra busca agilizar el tránsito en circuito interior.

Es necesario recordar que ésta no es la primera obra del tipo que recibe protestas por considerar que lastimará a la ciudad. Pero, ¿cómo es que esto afecta no sólo a las zonas aledañas del conflicto, sino al DF en general? Y lo más importante, si se sabe de las repercusiones, del impacto negativo que tendrán, ¿por qué se siguen autorizando?

Raquel Rodríguez, arquitecta y planificadora urbana, miembro de la Red en Defensa de la Ciudad de México, asegura a elsemanario.com que hay un proyecto dirigido por la Dirección de proyectos especiales del gobierno del Distrito Federal, que no fue solicitado ni se hizo ninguna consulta ciudadana para llevarlo a cabo.

El proyecto trae consigo un gran impacto negativo, como la destrucción de 855 árboles, “que tienen aquí con nosotros -creemos que algunos- hasta 100 años”. Esos enormes árboles “nos protegen de la contaminación, capturan materiales (…) como el CO2, nos dan temperatura”, entre otras cosas, afirma Rodríguez; quien también menciona que este ecocidio “está dentro de la línea de todas las grandes obras y megaproyectos que está haciendo el gobierno en los cuales destruye (…) las escasas áreas verdes que tenemos en esta ciudad”.

La planificadora urbana también explica que “hoy en día, un árbol es un servicio ambiental que está catalogado y estimado con un valor de 18 mil dólares” y que estos “servicios ambientales” que prestan los gigantes de la naturaleza, el gobierno tendría que restituírselo a los ciudadanos.

Argumenta e insiste que están en contra del proyecto, que llevan meses haciendo gestiones y que –como ya supimos en los medios- cubiertos por las sombras “aprovechan como los ladrones un sábado a las 11 de la noche”; llegan con toda la fuerza, mostrando el músculo, dejando en claro que si alguien actúa contrario al plan, será reprimido. “Traen una enorme cantidad de personas y los vecinos nos pudimos organizar escasamente (…) los vecinos estuvimos tratando de impedir esto, lo cual fue imposible”, recuerda.

En protesta, los habitantes quisieron cortar la circulación vehicular y fueron reprimidos por los granaderos. “Yo fui una de las personas que fue golpeada. Yo fui golpeada por ellos, sí”. Al día siguiente, los vecinos se reunieron desde las 11 de la mañana. La arquitecta explica que “ellos pensaban terminar el derribo que nosotros en parte les habíamos dificultado la noche anterior”.

Pase lo que pase, la catástrofe ecológica ya está hecha: “árboles hermosos, completamente sanos”, fueron talados. Un solo árbol es capaz de captar hasta nueve toneladas de CO2, dice la planeadora urbana. “Una hectárea arbolada genera por hora oxígeno para 40 personas. Aquí le están quitando el oxigeno a más de 1500 personas (…) Todo eso destruido, para hacer un deprimido”.

Deprimido deprimente.

Raquel Rodríguez le cuenta a elsemanario.com, que “la verdadera razón es que hay tres torres enormes programadas sobre Avenida Insurgentes: una, la Torre Manacar (proyecto de Teodoro González de León)” que “es una torre de 150 metros de altura; sobre Mixcoac, en el terreno inmediato, otra gran torre de cuarenta o cincuenta pisos y sobre Insurgentes, otra enorme torre también de cuarenta o cincuenta pisos”, que van a traer diez mil coches que llegarán a la misma hora, en una sola de las torres, argumenta Rodríguez, quien calcula que sólo la torre Manacar tendrá cinco mil empleados y cinco mil visitantes por día. De está manera, “tenían que inventar algo urgente para que esto se pudiera edificar, porque si no, por supuesto que no hay vialidad que resista ese enorme flujo”.

La arquitecta agrega que si esto sigue sucediendo, si estos megaproyectos siguen recibiendo apoyo, es porque los grandes empresarios le apuestan a la catástrofe. “Las grandes empresas le apuestan a esto, porque ahí es donde ellos sacan la ganancia”, dice.

“Le apuestan a la ciudad que no tenga agua, donde cada ciudadano tenga que comprar una pipa –que no sé de dónde la van a traer porque no hay agua-; le apuestan a la contaminación, a la falta de alimentos, porque las grandes empresas de todo eso, se hacen millonarias”, remata con un tono de voz que no oculta la molestia y la denuncia.

Pero no se detiene ahí y no repara en decir que “los gobiernos están coludidos con los grandes empresarios, como lo está demostrando esta obra”. Para ellos, los árboles no valen nada. Venden la madera a “Green Cover” que es una empresa que cubre los camellones de la ciudad con los residuos pintados, de los árboles sanos. “Hay que denunciar a esta empresa, está haciendo negocios con estos árboles”, insiste.

Por cierto, la Organización Mundial de la Salud fija que para que una ciudad ofrezca una buena calidad de vida, deben existir como mínimo diez metros cuadrados de áreas verdes, por habitante. La ciudad de México “en este momento tiene un metro, ha ido descendiendo año con año”.

Por su parte, el diputado Orlando Anaya refiere en un boletín de prensa que “el caso de esta tala desmedida en Río Mixcoac es una expresión más de la falta de conciencia ecológica del gobierno capitalino”. También exalta que en esta ocasión las autoridaes federales deben intervenir “ya que se dañó el patrimonio ecológico de todos los ciudadanos”.

Por Alberto Cedeño.