Debido a que estamos en temporada vacacional (o temporada alta como suelen llamarle los turisteros a estos días de descanso, y debido también a la gran afluencia de turistas que normalmente tienen los hoteles y las aerolíneas), intentaremos tratar temas menos densos aunque igualmente importantes para los usuarios del transporte aéreo nacional.
La verdad es que la aviación no es –ni será dicen los entendidos- lo que solía ser: ese medio de transporte glamoroso y que ofrecía experiencias agradables a los pasajeros aunque al mismo tiempo solía ser elitista y sumamente caro.
Hoy, la industria del transporte aéreo ha entrado de lleno al esquema de globalización, a pesar del corset de libertades del aire que lo ahoga, y la meta para muchos es popularizarlo al grado de hacerlo semejante al transporte carretero en volumen, opciones y precios.
Y eso está muy bien si, además, en lugar de limitar las opciones de los pasajeros aéreos la tendencia fuera incrementar sus posibilidades, como en su momento lo hizo el transporte terrestre de pasajeros precisamente tratando de imitar al de aerolíneas.
Hoy, en un ETN por ejemplo, existe la opción de escuchar música, ver película y tomar un refrigerio como parte del precio del transporte, además de que los asientos son cada día más confortables, hay separación de cabinas y otros servicios que hacen más agradable el trayecto para los usuarios.
En contraposición, los viajeros aéreos han visto reducirse sus opciones. Los asientos son cada día más estrechos, los tiempos de espera y los controles de acceso en los aeropuertos son insufribles y las opciones a bordo cada día menos interesantes. Si hay algo más que una pequeña bolsa de cacahuates o de galletas, ya es ganancia. ¿Dónde quedó el glamour?
Es obvio que los costos –en particular los del combustible- se han disparado de una manera brutal. Y después del 11 de septiembre del 2001 la situación de crisis en el transporte aéreo se ha agudizado de tal manera que hay quienes calculan que el mercado de la comida a bordo ha caído 30% desde el 2001 y además, gran parte del mercado que hoy existe tiene costo extra para el usuario, cuando en el pasado la comida a bordo era considerada parte del beneficio al adquirir un boleto.
Si quiere comer vaya a otro lado
En los últimos diez años, las aerolíneas han hecho un verdadero esfuerzo por abatir costos. Las empresas de países serios han ahorrado en costos que se raducen en productividad y muchos de los ahorros tienen qué ver con la adopción de tecnologías.
La IATA habla de reduccione de costos de hasta 20% en estos años sólo por el uso de tecnologías de proceso.
Hay otros ahorros que, aunque parecen nimios, multiplicados en el tiempo o sumados a otros parecidos, logran adelgazar de forma suficiente la nómina o el flujo de gasto.
Por ejemplo, el lavado de los uniformes de mecánicos solía costarle a American Airlines un millón de dólares anuales, en tanto que la nueva disposición de las plataformas de contacto en el Aeropuerto de Pittsburgh ahorró a las compañías aéreas dos millones de dólares anuales sólo por disminuir los tiempos de rodaje. De poquito en poquito los ahorros se han sumado.
Sin embargo, donde las aerolíneas han ahorrado más es en esas “pequeñas cosas” que hacían a la aviación tan glamorosa –como las bebidas a bordo, las amenidades para el aseo personal, los detalles de mesa o de asiento- o bien, que parecían ser parte del glamour, como la dichosa comida a bordo.
Todo eso se acabó a partir de la crisis de la aviación. La necesidad de adelgazar las estructuras de las empresas aéreas fue barriendo poco a poco con estos detalles, y en ocasiones –malamente- con otros factores más delicados, como el salario de los trabajadores. Justo la Agencia Federal de Aviación se ha pronunciado al respecto, como ya mencionábamos en entregas anetriores.
Pero en el caso de la comida, las reacciones han sido diversas. Hay aerolíneas que, incluso, suelen exhibir letreros que rezan así: “Aquí prestamos servicios de transporte, si quiere comer vaya a la aerolínea de enfrente”. Desde luego que son exageraciones, pero ilustra muy bien el hecho de que la comida dejó de ser una de las “amenidades” a bordo.
El problema es que la comida tiene muchos beneficios que no están siendo tomados en cuenta. Y el principal beneficio tiene que ver con el manejo efectivo del estrés.
Viajar en avión –no es ningún secreto y existen muchos estudios que lo demuestran- es una actividad que, al no resultar natural al ser humano, genera mucho estrés que el cuerpo humano tiene dificultades para gestionar adecuadamente.
La comida tiene la función de ayudar en este proceso para calmar el estrés y permitir que los pasajeros disfruten el vuelo en lugar de sufrirlo como le ocurre a muchos.
Si alguien considera que esta “comodidad” resulta superflua en relación con la importancia de bajar costos, puede seguir ahorrando el resto de su vida (más corta en relación con la de quienes pueden gestionar mejor el estrés, lo cual también les ayudará a ahorrar más, puesto que vivirán menos aunque con menor calidad),
En contraposición, quienes tienen este tipo de aerolíneas y le ayudan a sus pasajeros a ahorrar mucho, suelen viajar en primera clase en otras aerolíneas más tradicionales. Y ahí es donde pueden darse cuenta que la comida, sobre todo la comida que los chefs de prestigio desarrollan para este tipo de viajero, puede llegar a ser toda una experiencia de gratificación que, sin duda, ayuda a enfrentar el estrés de vuelo de una mejor manera.
Ojalá que los tiempos del glamour regresen para los cada día más numerosos viajeros aéreos. Después de todo, la calidad no tiene por qué pelearse con los costos razonables. ¡Qué tiempos aquellos cuando Mexicana servía deliciosos platillos de nuestra cocina tradicional! Y esos, en verdad, que no tienen por qué ser caros.