A vivir más y mejor

La expectativa de vida en el mundo ha subido considerablemente en el último siglo, y México no es la excepción. Si en el año 1930 la expectativa de vida al nacer era de 34 años, el último dato registrado ubica al mismo indicador en aproximadamente 76 años.

El incremento de la expectativa de vida al nacer se explica por la disminución de la muerte infantil; pero la expectativa de vida también se ha incrementado para otros grupos poblacionales. La expectativa de vida a los 60 años (es decir, los años esperados de vida ya que se llegó a los 60 años) era de 13 años en 1930 y ahora es de alrededor de 22 años.

Ahora sabemos, gracias a los estudios del premio Nobel Fogel, entre otros investigadores, que además de los avances médicos y de las condiciones socioeconómicas (drenaje, agua potable, etc), que han sido extraordinarios en el Siglo XX, el cuerpo humano ha evolucionado. La industrialización ha estado asociada a seres humanos más altos, pesados y fuertes, que se enferman menos y tienen mayores probabilidades de curarse.

Una pregunta que ha estado en las mesas de discusión es si a futuro se podrán observar las mismas ganancias en años de vida que en el pasado, o si las ganancias ya serán decrecientes. Las proyecciones del la Oficina del Censo de Estados Unidos,  las Naciones Unidas, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos y CONAPO, sólo por poner unos ejemplos, suponen que las ganancias en los años de vida serán menos de la mitad de lo que fueron en el siglo pasado.

No obstante, algunos demógrafos y economistas creen que puede haber escenarios más optimistas. Por un lado, hoy por hoy no se han  podido aislar los efectos de la salud pública y los avances médicos, las condiciones socioeconómicas, y la evolución natural del cuerpo en la longevidad y la calidad de vida; por el otro, hay evidencia que grandes avances médicos pueden continuar en el futuro.

Así, es posible que todavía en el Siglo XXI se sigan observando importantes ganancias en la expectativa de vida. Nada descarta que nuestros hijos vivan más de cien años y que la mayor parte de ese tiempo vivan sanos, pues los periodos de fragilidad de  la salud se están comprimiendo hacia los últimos años de vida.

Esta discusión es importante para las personas y para la toma de decisiones en la política pública. Cuando la expectativa de vida era de 50 años, sonaba lógico decidir qué estudiar a los 18, o casarse a los 24, o esperar un matrimonio de 30 años. Hoy parece que es muy temprano tomar estas decisiones tan importantes. Aunque algunas personas ajustan su comportamiento, como retardar la edad del primer hijo, otras instituciones no han evolucionado en el mismo sentido. Por ejemplo, hacer y deshacer un matrimonio civil se concibe igual que cuando se instituyó, aunque ahora la evidencia indica que los matrimonios difícilmente duran más de 40 años.

Respecto a la política pública, para dos sectores es de especial relevancia esta discusión: el sector salud y el de pensiones. Se tiene evidencia que las personas valoran altamente la vida y la calidad de vida y que una mayor longevidad y nivel de ingreso estará asociado a una mayor demanda de servicios de salud. Esto generará, por un lado, mayor presión sobre las instituciones públicas de salud (¡aún más!); y por el otro lado, gasto privado creciente.

En efecto, las personas están dispuestas a gastar de su bolsillo para cubrir eventos médicos no cubiertos por los programas públicos, como acceso más rápido a especialistas o terapias más novedosas, sólo por poner dos ejemplos. Los hogares podrán sufragar estos gastos pues el precio de otros bienes que absorben el presupuesto familiar, como la comida y la ropa, han disminuido significativamente en las últimas décadas.

Ante esta situación, no esperemos que a futuro el gasto privado en México disminuya, o que la calidad (léase tiempos de acceso, terapias, medicamentos, etc.) de los servicios públicos mejore, a  menos que se incremente significativamente el gasto público (más de lo que se ha hecho hasta ahora).

En el tema de las pensiones, la mayor expectativa de vida y la mejor condición en la que llegan las personas digamos a los 60 o 70 años de edad ha sido el argumento que se usa para extender la edad mínima de retiro, hoy en el IMSS a  los 65 (o 60 con descuento). Así como ha sucedido recientemente en otros países, no descarto que pronto en México se planteen este tipo de propuestas.

No obstante, se tiene que considerar que los datos promedio de esperanza y calidad de vida esconden condiciones dispares entre grupos poblacionales. También se tiene evidencia que a los 60 ó 70 años de edad la salud de algunas personas está muy deteriorada, aunque no se les puede dictaminar una incapacidad. Incrementar la edad de retiro puede implicar costos muy altos para ellas. Considero que de aumentarse la edad mínima de retiro, los casos especiales merecerían un tratamiento especial.

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