De la profesión médica. Segunda y última parte

De chamanes y curanderos a los especialistas de la genética y la cuántica médica

Bienvenidos, continuamos en la conmemoración del Día del Médico realizando este recorrido por el progreso de la profesión. ¿Se acuerdan dónde nos quedamos? Después de la etapa renacentista, llegamos a los siglos XVI y XVII. Durante este lapso, la práctica de la medicina “aplicada” se rezagó considerablemente con relación a los progresos que registraba la medicina “científica”, éste fue un siglo de transición en el conocimiento. Las aportaciones del pensador René Descartes (1596-1650) con relación a la superioridad de la razón sobre cualquier manifestación sensible, deja una huella básica en la práctica médica, tanto, que todavía tiene vigencia. Es así que durante los siglos XVIII al XX hay una serie de patrones de la profesión que permanecen, aún en medio de la evolución y los avances tecnológicos. En este contexto, el médico e historiador español Pedro Laín Entralgo (1907-2001) refiere que, a partir de Hipócrates, los médicos comienzan a perder el carácter mítico o místico para convertirse en técnicos y científicos. Por lo tanto, describe la aplicación de los siguientes tres preceptos que siguen en vigor, y que son fundamento de la práctica médica.

  1. Saber qué enfermedad padece la persona enferma.
  2. Conocer la terapia utilizada para curar o tratar dicha enfermedad.
  3. Entender que la terapia utilizada actúa curativamente en una determinada enfermedad y no en otra.
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Pedro Laín Entralgo en su biblioteca personal (Foto: ABC).

Adicionalmente, Laín Entralgo describe tres perfiles de médico de acuerdo a su relación con el conocimiento y su manera de ejercer la medicina. Estos son:

  • Técnico profesional:
    • Trata al enfermo como paciente/cliente, fuente de su subsistencia por la profesión ejercida.
    • Privilegia el tratamiento de la enfermedad sobre el enfermo.
    • No profundiza en las causas diversas de la enfermedad, para él, la enfermedad es la entidad que ocupa su foco de atención.
  • El científico puro:
    • Trata al enfermo como “objeto de conocimiento” no como persona.
    • Es teórico o intelectual, es “une chose que pense” (una cosa que piensa).
    • Transforma en un fascículo de saberes la realidad tangible del enfermo.
  • El médico “curador” (El verdadero médico para Laín):
    • Trata personas no cuerpos.
    • Sin abandonar el “saber”, para él lo decisivo es el tratamiento y su impacto en la vida del sujeto.
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Foto: Cedoc.

Ahora bien, estos perfiles de “tipo de médico” son prototípicos y en la vida real no suelen presentarse en forma pura. Todos los médicos tienen la preponderancia de uno de los estilos con componentes de, por lo menos, uno de los otros dos prototipos. Adicionalmente, es importante identificar que, independientemente del actitudinal o comportamental del médico, el desarrollo de la tecnología ha ido determinando nuevos mecanismos de acercamiento al manejo y tratamiento de los enfermos. Para empezar, desde el siglo XIX se integra la tecnología médica o biotecnología que, a partir de una serie de estudios y análisis de laboratorio e imagen, van dando forma a la “medicina moderna” ya que permiten al médico tener un apoyo tangible para realizar diagnósticos que anteriormente se realizaban exclusivamente tomando en consideración el “ojo clínico” del facultativo.

Otra modificación substancial que sucede durante el siglo XIX, consiste en la transformación del ejercicio médico en una actividad que se incorpora a un aparato institucional. Es en este siglo en el que se establecen, a partir de las políticas públicas en el mundo, una serie de organismos que pretenden dar acceso a todos los grupos poblacionales a la salud, por lo tanto, se crean grandes clínicas y hospitales. La figura del “médico de familia o de cabecera” que prácticamente actuaba en casi todos los casos de enfermedad, comenzó a perderse ante una tendencia de masificación de la medicina. El grado de especialización de los médicos toma auge y hoy encontramos médicos que se preparan durante muchísimos años para terminar una carrera base de medicina general, luego una especialidad y después una o varias subespecialidades para tratar con mucho mayor detalle y especificidad los padecimientos que afectan a sus pacientes.

El progreso de la investigación científica y la tecnología médica es impresionante e imparable. Los diagnósticos son cada vez más precisos y la diferenciación de las enfermedades y sus causas cada vez mejor. La complicación que esta sofisticación implica es que, la complejidad y costo de muchos de estos procedimientos diagnósticos, los hacen inaccesibles para una gran cantidad de personas. Además, la necesidad de realizar una práctica médica más intrahospitalaria obedece a que los tratamientos médicos y quirúrgicos no pueden ofrecerse sin contar con la infraestructura que se ofrece institucionalmente. La brecha económica se hace cada vez más evidente y el acceso a la salud es limitado a las posibilidades del enfermo y su familia, ya sea de afrontar los costos que se deriven del tratamiento, de que dispongan de un seguro de gastos médicos mayores que los cubran o de ser derechohabientes de alguno de los niveles de salud pública.

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Foto: Cluster Salud.

Así es como hemos llegado del siglo XX al XXI y los caminos de la medicina en investigación y, en algunos casos, de la medicina aplicada, va desde el desarrollo de tratamientos de altísima complejidad quirúrgica, de prostéticos cada vez más pequeños y funcionales, de órganos y miembros generados a partir de células madre, de atención de emergencia a partir de drones y robótica, diminutas cámaras que recorren el organismo, estudios de imagen y de laboratorio que brindan mayor precisión para el tratamiento, un sinnúmero de investigaciones y desarrollos al servicio del cuidado de la salud que parecen arrancados de las novelas de ficción. Por ejemplo, el genoma humano es cada vez más investigado y conocido. La expectativa de poder modificar información genética que pueda, no sólo prevenir enfermedades al “calibrar” el ADN del individuo, sino determinar características de los sujetos parece una ficción, un “futuro fantástico” que está a punto de llamar a la puerta.

Resulta entonces que el mayor reto de la práctica médica será no perder de vista que ésta es una profesión al servicio del ser humano y que su objetivo sustancial sigue siendo aliviar el sufrimiento de las personas. Desde sus más primitivos representantes (chamanes, hechiceros y curanderos) hasta los más sofisticados especialistas “especializados en la especialidad de la especialidad”, mantienen este dogma: “primero no dañar y luego buscar el bienestar del enfermo”. Éste es su objetivo cardinal y tiene especial relevancia dado el sitio que ocupan los médicos en la preservación de la especie. Al tratar a los enfermos uno a uno, cuidan la salud del conjunto y así la evolución de la humanidad. Las esperanzas de vida y de que ésta se desarrolle con buena calidad han incrementado, sobre todo a partir del siglo XX. Los retos son importantes y la responsabilidad grande, sin embargo, muchos hombres y mujeres en la actualidad se incorporan en los distintos niveles de la práctica médica con el objetivo de cuidar de sus semejantes. Apreciar el pasado y comprender el presente de su trabajo profesional, es una forma de prepararse para el futuro.

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