Del tedio a la creación

Se cuenta que, en una tarde del siglo XVII, Isaac Newton salió de su estudio con un ojo rojo e inflamado: había pasado horas presionándolo en distintos puntos y luego analizando la manera en que se deformaban las imágenes. Unas cuantas magulladuras valían la pena para tratar de entender el funcionamiento de este órgano. Siglos después, ya bien entrado el XX, el microbiólogo Barry Marshall se inoculó a sí mismo un cultivo de Helicobacter pylori para demostrar la relación entre la bacteria, la gastritis y las úlceras estomacales. Los intereses de Newton iban desde las ciencias exactas hasta la filosofía y la religión, pasando por la alquimia. Su capacidad de asombro lo llevó a preguntarse si existía una ley de gravitación universal, o qué sucede cuando la luz pasa a través de un prisma. Aunque con intereses menos variados, Barry Marshall comparte con estudiosos como Newton la curiosidad que antecede a los grandes descubrimientos.

En su afán por entender la naturaleza de nuestro planeta y la adaptación de las especies, Humboldt por poco se congela los pies durante su ascenso al volcán Chimborazo, y el mareo de Darwin, que lo llevó a odiar el mar, no lo hicieron desistir de sus investigaciones a bordo del Beagle. En cuanto a mujeres, me pregunto si, de haber conocido los efectos devastadores de la radiactividad, Marie Curie hubiera detenido sus experimentos. Es difícil imaginar a cualquiera de estos personajes pasando por un momento de tedio. Por eso me sorprendió la frase de Víctor Hugo, ése otro gran apasionado que nos dio el siglo XIX: “Hay algo más terrible que un infierno de sufrimiento, un infierno de ocio.”

científica
Marie Curie (Ilustración: JM Beltrán, para el libro “Bajo los adoquines, la ciencia”, ed. Sirius).

La idea que tengo del autor de Los miserables difícilmente coincide con la de un hombre que experimentaba el horror del tedio. Sin embargo, sus palabras no dejan lugar a dudas. Se aburría Víctor Hugo. Y entonces me vinieron a la mente imágenes de científicos, artistas, incluso de héroes que han cambiado la historia, con la cabeza entre las manos, víctimas del mismo padecimiento. ¿Se aburrió Darwin durante sus viajes, cuando el mareo le daba un respiro y no había nada qué ver salvo la inmensidad del mar? ¿Se cansó alguna vez Newton de observarlo todo con atención, se acostó boca arriba, mirando al cielo en espera de que sucediera un evento que le devolviera el gusto por la vida? ¿Pasó una mañana Marie Curie dando vueltas por su casa en busca de cualquier cosa con que entretenerse? Seguramente. Porque aburrirse no es una tragedia, es una necesidad de la mente, al grado de que no es raro que de esos periodos surjan ideas geniales. Si Víctor Hugo no hubiera conocido el tedio, es probable que Los miserables no existieran. Incluso el cerebro del hiperactivo Humboldt necesitaba respiros para ordenarse. Desde que leí la frase del escritor francés, ver a un niño aburrido ha dejado de causarme conflictos. Como tantos otros detrás de él, ya encontrará él mismo la manera de lidiar con el ocio y, quién sabe, quizás de convertirlo en su mejor aliado.

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André Torres

Me inspira el pensar que el ocio es la cuna de los grandes sucesos de la humanidad. Es el lobby del hotel de la inspiración. Interesante artículo.

Susana Corcuera

Gracias por el comentario, André. A mí también me encanta la idea.

María José Glez Silva

Me encantó Susana. Asi me decia una maestra francesa sobre María José mi hija en tantas clases….. y a que horas se aburre?

Susana Corcuera

¡Gracias, María José! Me hubiera gustado conocer a esa maestra.

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