Domingo de kermés en la expo de Carsten Höller

Los curadores y artistas VIP han intelectualizado las mayores simplezas cotidianas, y eso paradójicamente, les ha impedido acceder a las diversiones que goza la masa inculta que no recibe becas, subvenciones ni premios. La vida dentro del impoluto cubo blanco de las galerías y museos, con su arquitectura estrambótica y los patrocinios de farmacéuticas que fabrican los opioides más vendidos del mundo, es una burbuja de aislamiento que los separa del mundo. En el Museo Tamayo montaron una conceptualizada kermés del artista Carsten Höller, ideal para los curadores, académicos universitarios, críticos a los que sus sedentarios cuerpos y anquilosada cultura les niega gozar de un parque de diversiones. La exposición tiene como objetivo humanizar a estos eruditos y darles la oportunidad de regresar al momento en que aún no eran doctorados o curadores en jefe de algún museo VIP.

Carsten Holler.

Montañas de pastillas, son un homenaje subliminal al OxyContin, la droga que es una epidemia en Estados Unidos, y muy popular en el arte porque los dueños del laboratorio son patrocinadores del Metropolitan Museum de Nueva York. Los hongos de cabeza, los pasillos luminosos, la insistencia con la “alteración de la percepción”, no debemos creer que Höller está utilizando la afición a las sustancias psicotrópicas y estimulantes que tienen millones de adictos y presionando al uso indiscriminado de ellas, en absoluto, según la curaduría del museo es una forma de “experimentar” algo distinto en un museo, como la legalidad de hacer publicidad de lo prohibido. La propuesta supera al arte que no puedes tocar, por su valor irremplazable, al arte que te puedes meter o consumir.  Carsten Holler.

El recorrido proporciona la seguridad de una guardería infantil transformada para adultos, ese sitio idílico del que fueron expulsados para enfrentarse a las dificultades del cambio de paradigma en el arte. Las exposiciones de arte VIP deben captar consumidores y por eso utilizan las estrategias de los dealers de sustancias, y las referencias infantiles, dos elementos que actúa en nuestro cerebro primitivo que, aunque no lo crean, también lo tienen los intelectuales. La hipocresía actual, llamada “ser políticamente correcto”, hace omisión de la apología de la adicción a las drogas que constituye el concepto rector de esta exposición y de toda la obra de este artista. En los años 60 con la psicodelia no se ocultaban detrás de la “infantilización y la diversión,” como lo vemos ahora, con su colgante y su carrusel, los dulces que aparentan pastillas. El Museo Tamayo urgido de exposiciones para que el público se haga selfies, no le interesa profundizar, basta con que la gente tenga una excusa para hacerse la foto. Ahora, si de verdad quieren una experiencia de riesgo que altere la percepción y las leyes de la gravedad, vayan a un parque como Six Flags, y sin pretensiones artísticas ni explicaciones pseudocientíficas van a sacar del armario al sensation seeker que llevan dentro. La montaña rusa boomerang alcanza una altura de 37 metros y hace un veloz recorrido que deconstruye los indigeribles hot dogs que la gente come antes de subir. Olvídense de las pastillas de azúcar imitando opioides, sentirse Lucy in the Sky with Diamonds (LSD) está en los juegos de los verdaderos parques temáticos, la kermés del Tamayo es para los que no saben ni qué es el arte y mucho menos qué es una experiencia extrema.

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