Dr. Otac y la comunión cósmica

Para el creyente y cuya religión acepta la ingestión de sustancias, el uso de los enteógenos tiene una connotación sagrada. Su uso se vuelve un rito que demarca el tiempo y el espacio de comunión con entes superiores y fuerzas divinas. Para el no creyente, el artista o el experimentador, su uso brinda un camino de exploración de sí y del entorno, de lo no visible y pensable bajo un estado no alterado de conciencia.

Para mí, en las ocasiones en que he probado drogas, la experiencia ha sido más cercana a la del no creyente que experimenta, o a la de aquél que desea ver la vida desde perspectivas diversas, salvo en una ocasión que relataré a continuación en la que mi hermano y su medicina me acercaron a una experiencia de comunión cercana a la divinidad:

Inhalo, huele a maíz tostado. Escucho su canto, vibración profunda. Voz que retumba; resonancia rítmica. Mi mirada se desvanece. Entro ahí, en lo verde. Huele a tierra, siento la humedad y el olor a hierba fresca. El sonido y el ritmo se alejan. Portal de luz, unión con el infinito. Entro en el no espacio, en el lugar sin límites. El lugar de los no volúmenes, el lugar del todo luz; del sólo incandescencia. Ardor. Entro en una estrella brillante y vibrante, silenciosa. De mi sale dolor, angustia, temor. Infusión amarga de emociones; ola de luz que revuelca y me aturde. Nunca había sentido con tal vigor e intensidad frustración, impotencia, coraje, dolor, angustia. Las hermanas del miedo se reúnen y me acechan, me siento nadie. No soy ni un punto en esa ola infinita de polvo luminoso que grita dolor, angustia y frustración. De pronto me siento capaz. La fuerza se mete en mí. Siento euforia, alegría, pasión, siento vida, me siento vibrante. Exploto dentro de la ola y la luz se vuelve más intensa, la nube se condensa y el calor se vuelve hielo. Siento el frío puro. Pienso: me estoy muriendo. Reflexiono con culpa. Dejé a mi esposa y a mi hijo antes de entrar aquí. Él apenas tiene seis meses. La angustia crece… De pronto paz. Silencio. Lo indescriptible. La unión del todo. El no temor. El no rencor. La sensación de que todo está bien, amor y alegría. Calma. Agua cae sobre mi rostro, me alejo de la luz como un relámpago. Regreso y estoy aquí: el tiempo real. He vuelto del infinito. Grito, me agarro a la tierra. Los busco a ellos, a los míos: mi hermano y mi madre están ahí, veo a mi compañera y busco a mi hijo. Abrazo a todos, vivo el amor, vivo en el amor. Unión.

sapo alucinogeno, experiencia psicodélica

Ese día experimenté lo que el gran poeta Octavio Paz describió en 1967 mejor que nadie. Escuché “el poema interminable, sin rimas, sin música, sin palabras que sin cesar pronuncia el universo”, experimenté con Otac la experiencia espiritual, la sensación de no estar solo. Vivencié la dimensión humana de lo inexplicable y lo incontrolable. Encontré mi lugar frente a los míos y frente a los otros. “La experiencia divina ‒dice Paz es participación en un infinito que es medida y ritmo. Fatalmente vienen a los labios las palabras agua, música, luz, gran espacio abierto, resonante. El yo desaparece pero en el hueco que ha dejado no se instala otro yo. Ningún dios sino lo divino. Ninguna fe sino el sentimiento anterior que sustenta a toda fe, a toda esperanza. Ningún rostro sino el ser sin rostro, el ser que es todos los rostros. Paz en el cráter, reconciliación del hombre con lo que queda del hombre, con la presencia total.”

No creo en dios. Tampoco creo en superpoderes más allá del de la propia naturaleza. Creo en lo inexplicable porque aún no hemos llegado ahí, porque no sabemos nada sobre muchas cosas. La divinidad aprendida y yo tuvimos un divorcio a temprana edad: en mis reflexiones sobre la vida dentro de un colegio católico aprendí a no creer, a mirar con agnosticismo las creencias, los rituales y todo aquello que se hacía en nombre de dios. Cristo siempre me pareció un hombre; un hombre distinto pero un hombre al fin. Y los santos y espíritus me parecían actores de un relato necesario que llena nuestros propios vacíos y angustias.

desierto de sonora
Desierto en Punta Chueca, Sonora (Foto: David Paniagua; México Desconocido).

Mi madre buscaba adelantar el tráfico con rezos y santos; aún pide a José Gregorio Hernández, un santo venezolano, por la salud de los suyos; mi abuela murió rodeada de cirios pascuales y sagrados corazones. El día en que probé a Otac sucedió algo que describe y reafirma las creencias de mi madre y mi agnosticismo. El sapo tiene rebotes. Así me lo advirtieron. Ese mismo día a los 15 minutos me metí nuevamente en la ola y regresé cuando yo estaba gritando con un puño arriba. Una pareja se alejaba de mí llorando. Mi madre me preguntaba qué les había dicho. No recordaba. Días después tuve otro rebote, estaba en casa y reviví ese momento. Era una pareja de argentinos que cuando me vieron llegar a la ceremonia se acercaron. Yo llevaba a mi hijo en brazos y recuerdo haberle pasado a Jerónimo a ella. Le vi su rostro de deseo de ser madre. Lo que le grité fue “Sila” y le dije que sería niña, que así le pusiera. Mi madre aún cree que me conecté con un ser supremo. Ese día en casa revisé una lectura que estaba haciendo justo el día de la ceremonia: Sila para los esquimales es el espíritu poderoso poseedor del bien y el mal. Para mí, en mi racionalidad, lo que hice fue mezclar mi experiencia con la lectura de Eskimo Realities y la impresión que me causó ver a alguien con tanto deseo de ser madre. A los pocos meses, creo quedaron embarazados. Mi madre cree que tengo poca fe.

Yo busqué en la antropología y en la filosofía respuestas a la vida y a la muerte; siempre he pensado y reflexionado sobre aquello que nos hace humanos. Estudié evolución humana y curiosamente, la creencia en el más allá, es uno de esos elementos casi universales. La palabra, el relato y la creencia, al igual que la creatividad y la reflexión, forjan nuestra humanidad.

tribu seri de Sonora y Octavio Rettig
Dr. Octavio Rettig, Don Pancho y su esposa, chamanes de Sonora de la tribu Seri (Comcaac) en una ceremonio de Bufo Alvarius (Foto: Leonardo Bondani; Punta Chueca, Sonora, México).

En la adolescencia mi hermano y yo discutimos mucho de esos temas. Los dos fuimos lectores agudos. Éramos dos agnósticos. En una ocasión cuando vivía ya en Europa, años después, en medio de su drogadicción hablé con él y me dijo: “hablé con dios, me reuní con él”. Fue en ese momento en que realmente pensé que lo había perdido para siempre. No pensé eso las múltiples veces que me habló mi madre preocupada por mi hermano. Dentro de mí me dije, “en la madre, ahora sí se quedó en el viaje”. Pero curiosamente fue la primera vez que lo escuché más cuerdo. Años después de esa llamada regresé a México. Ante mi sorpresa en una comida con amigas de mi madre me preguntaron qué opinaba de lo que hacía mi hermano. En ese momento no sabía qué decir. Contesté “el deber ser”, es un hippie, está explorando. Mi sorpresa fue cuando todas se molestaron y comenzaron a decirme los males que les había quitado: insomnio, depresión, tabaquismo. Yo incrédulo me quedé perplejo, día con día me sucedía igual: conocía a más personas que nunca imaginé que me preguntarían sobre el doctor del sapo.

A los 14 años fumamos marihuana juntos. Uno o dos años después recogería a mi hermano cerca de la preparatoria tres donde él estudiaba. Alguien me avisó que fuera por él. Llegué a una vecindad, estaba tirado rodeado de cholos y de adictos tirados y pasoneados como él. Lo levanté, lo subí a un taxi, lloré como nunca. Él seguro no lo recuerda: llegué a casa y lo dejé acostado. Ése fue el inicio de una pesadilla de adicciones. En cuanto pude salí de Guadalajara hacia la Ciudad de México para estudiar la carrera y los dejé a él y a mi madre solos en esa lucha. Pensaba que era imposible rescatarlo, pensaba que si yo me quedaba ahí me hundiría; él ya estudiaba medicina y yo sabía que eso era peor. Octavio es mayor que yo. Crecimos juntos hasta que nos separamos en la preparatoria. Yo, me alejé de él; fue un instinto de supervivencia. Pasaron más de trece años, hasta que probé el bufo alvarius en sus propias manos y cantos. No sólo me reconcilié con él, me reconcilié conmigo y con el dolor. Lo acepté y me acepté.

sapo del norte de méxico
“Bufo alvarius”, sapo alucinógeno de Sonora.

Su historia de transformación es única. El impacto que ha generado en otros es profundo. Se mezcla un ser humano genuino y profundo, un caregiver con un “gambler” y un explorador. Esos arquetipos describen parte de su persona. El gambler arriesga y va más allá, en su parte negativa puede ser adicto y perderse, el caregiver es el cuidador, es el médico y protector que lucha con la muerte de manera férrea. El explorador es ese viajero, ese curioso que aprende y emprende. Ése es mi hermano.

Octavio es un médico del XIX, que experimenta y cuestiona, pero siempre busca encontrar algo nuevo. Es alguien que reta el statu quo y navega contracorriente. Cuando todos lo creímos loco y perdido, él encontró una sustancia que lo sacó de sus adicciones y comenzó a trabajar en clínicas de rehabilitación para sacar a otros. Convencido de que el veneno del mundo moderno no estaba en las medicinas naturales sino en la industria química, intentaba recetar a sus pacientes medicinas naturales; con una bata que olía a marihuana y un afán explorador, llegó a Sonora. Ahí encontraría la sustancia que una vez en una playa de Jalisco le diera otro médico. Ahí viviría en un barrio excluido, detrás del consultorio de una farmacia. Ahí fue a buscar a más adictos a la piedra que como él estaban perdidos, y es justo ahí donde comienza a dar, entre vitaminas y recetas médicas, sus sesiones con el sapo. Uno tras otro fue rescatando adictos. Documentando su impacto. Así es como llega un Seri a él, curándolo  de su adicción, después ellos se lo llevan a Punta Chueca, los ancianos lo adoptan y él les enseña la medicina. En ese intercambio, aprende sus cantos. ¿Rehabilita un pueblo sumido y descarrilado? No lo sé, pero transforma a muchos y gana la confianza de muchos más y se mimetiza en su cultura.

libro de medicina alternativa

Con ese afán lo adoptan, le dan permiso y él sigue explorando. Hoy viaja por el mundo y transforma vidas. Algunas de esas historias las estoy explorando. Él lleva cerca de 5,000 testimonios. Su contribución reside desde mi perspectiva en tres grandes líneas: la existencial o espiritual, la médica y la antropológica.

Espero con este pequeño relato haber brindado un pequeño esbozo de su impacto en el plano espiritual.

Axatipie (“gracias”, en lengua Comcáac / Seri) a Octavio Rettig, Dr. Otac.

0 0 votos
Calificación del artículo
Subscribir
Notificar a
guest
4 Comentarios
Más viejo
Nuevo Más Votado
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
Nelly

Me late la labor que hace el Dr. Que ayuda a la gente que lo necesite, lo que no entiendido es porque no ayudan sin sacar un beneficio, estos sapitos no piden una cuota cuando ustedes toman su veneno, para su uso, porque no podemos solo ayudar por ayudar tal ves ahí habría beneficio mas grande,es muy cara la dosis ($1,500 en cdmx) y según son 3 tomas, no todos tenemos la posibilidades.

Paco Blanca

Conocí a tu hermano en Holanda y la medicina del sapo. Desde entonces mi vida cambio para siempre. El todo entro en mi y yo fui parte del todo. Hoy solo siento gratitud y amor infinito, por tu hermano y por este mundo en el cual estamos todos conectados. Un ser de luz y de mucha fuerza, su alegria de vivir intensamente, es una motivacion continua para los que necesitan esa fuerza. Gracias por compartir. Axatipe ! Paco Blanca

Ildegar Sierra

Yo he estado con Octavio en dos oportunidades, conocí la muerte y estoy vivo, esa experiencia extrema le dió otra perspectiva a mi vida, no tengo más dinero, no tengo más éxito, no soy más famoso, pero tengo paz, entiendo que somos más que carne, tendones, huesos, codicia, miedo, que hay algo más que esta cárcel, dónde nos encontramos atrapados, y eso libera de alguna manera. Siempre estoy muy agradecido con ese encuentro “accidental” con Octavio, sin ese encuentro creo que me hubiera autodestruido, no les voy a decir que ahora tengo superpoderes, o que soy claro vidente, alguna cosa de esas soy el mismo pero desnudo, ahora solo cargo lo necesario, a veces da miedo, no lo niego, pero siempre algo se resuelve, a eso le llamo Fe, en mi mismo que es la única fe importante, que es la misma que en Dios, y que es la misma que en la Humanidad, esas tres entidades, o lugares cósmicos, por no decir cosas son lo mismo, Dios, el Otro y Yo. Este entendimiento da paz, y la paz es distinta a la felicidad a la alegría, a veces estoy triste, pero con paz, a veces estoy feliz pero con paz, es raro pero creo que el sapo me dejó loco, o cuerdo antes estaba loco, no se no me importa ya. Jajajaja, tomen sapo, lo peor que les puede pasar es que se mueran jajajaj, o que queden locos para siempre jajaja, en realidad no importa, la cordura y la vida aunque no lo podamos creer no son lo más importante, saludos hermano Octavio siempre estarás en mi corazón.

Alejandro Gomez

No sabía que Octavio tuviera un hermano y además despertando.
Yo no tomo drogas, tabaco solamente, mi aventura con Octavio comenzó hace algunos años ayudando a mis hijos, Octavio accedió a algunas sesiones con mi familia únicamente y ahí empezó la aventura, he fumado el sapito cerca de 13 o 14 veces, si pudiera iría cada año.
Desde la primera vez fue una experiencia inexplicable de unión y amor con todo lo que existe, nunca e experimentado miedo ni ningún sentimiento negativo, solo unión y amor. Octavio me a guiado y sus cantos han sido un gran apoyo y mi agradecimiento hacia el y el sapito es infinito.
Ahora tengo 67 años y aún cuando desde muy joven siempre me interesó el estudio de la conciencia y lo desconocido de la naturaleza, el sapito me ha llevado a un nivel muy diferente de conciencia en el cual ahora no solo es teoria, sino experiencia.
Dale un fuerte abrazo a Octavio y a tu madre (que he tenido el placer de conocer) de todo corazon.

4
0
Danos tu opinión.x