El arte de engañar colonos: un chasco francés

Un curioso pasaje hoy olvidado de la historia mexicana es el que tuvo lugar entre 1828 y 1833, cuando cientos de franceses fueron engañados por un pillazo, también francés, para venir a colonizar y hacerse ricos en la región veracruzana del istmo de Tehuantepec.

Concluidos los cocotazos de la Independencia lo que urgía era echar a andar al país, pues si se buscaba en el diccionario la palabra bancarrota aparecía la foto de México chimuelo.

Por supuesto, la primera salida era la de atraer inversión extranjera. Sin embargo, otra de las soluciones que los políticos veían viable era la de incentivar a los extranjeros a colonizar México, sobre todo poblar “espacios vacíos” de importancia estratégica, como era el istmo de Tehuantepec. No sólo porque estos extranjeros iban a invertir y desarrollar económicamente la región, sino como una estrategia de seguridad nacional, ya que en las primeras décadas del siglo XIX el garañón expansionista del norte ya se veía dueño del balón: había que darse prisa.

Simón Tadeo Ortiz de Ayala
Simón Tadeo Ortiz de Ayala.

Así en 1822, al grito de ¡traigan güeros! (europeos), se firmó el Proyecto de ley general sobre colonización, ideada e impulsada principalmente por Lucas Alamán y el escritor, empresario y diplomático Tadeo Ortiz. Aumentando la población y promoviendo económicamente, aquellos lugares quedaban “blindados”, sobre todo el istmo que mantenía el sueño de ser canal navegable para comunicar el Atlántico y el Pacífico.

Nacido en Jalisco en 1788, Simón Tadeo Ortiz de Ayala fue maestro de latín y filosofía de los hijos del virrey José de Iturrigaray. Cuando ocurrió el primer levantamiento de independencia, en 1808, el virrey salió por piernas a España con todo y el joven tutor. En 1811 Ortiz se enteró de la revuelta mexicana y de inmediato quiso participar. Se embarcó de regreso, pero la estrecha vigilancia española y la falta de papeles lo dejaron fuera de juego. Sin embargo, pudo contactarse con algunos líderes de la insurgencia, quienes le pidieron que buscara apoyó de jefes insurrectos en otras colonias españolas. Así fue como Ortiz participó en la intentona de liberar Texas de los españoles y viajó varios años por Estados Unidos, Londres, el Caribe y Sudamérica, en calidad de diplomático mexicano contactando gente de influencia entre diputados, militares, piratas, cónsules, cortesanos, masones y cualquier tipo de peludo liberal, hasta que por fin regresó a México en 1822.

Hijo de la Ilustración, Ortiz era un optimista de esos que amanecen sonriendo. También era un ferviente admirador de Alexander von Humboldt, el primero en medir y advertir las grandes posibilidades del istmo como pasaje náutico. Como buen optimista Ortiz creía que todo problema tenía solución, y el del istmo era poblarlo, comercializarlo y administrarlo, pues su valor geoestratégico, decía, “era objeto de la ambición de las naciones marítimas, así como su jerarquía mercantil, idónea nada menos que para hacer cambiar la faz del comercio de la China y la India.” ¡Así quién no le entra!

Después de sesudas reuniones el Congreso aceptó, el 14 de octubre de 1823, que el istmo de Tehuantepec se convirtiera en provincia independiente. Se dio un dinero para tierras y otro para repartirlo entre los que quisieran poblarlo. También se dieron incentivos fiscales fuertes.

Alexander von Humboldt
Alexander von Humboldt y Bonpland en la selva amazónica del río Casiquiare (óleo de Eduard Ender, hacia 1850; Fuente: Wikipedia).

Lo primero que hizo Tadeo Ortiz fue conseguir tierras con el propósito de establecer una colonia francesa, esto en la localidad del Espíritu Santo, en Veracruz, al lado del poco amigable río Coatzacoalcos. Pero para que no se vieran las tierras pelonas y se animara el extranjero, mandó relocalizar a más de setenta familias indígenas; los vistieron y les construyeron chozas y a los caimanes los disfrazaron de bailarinas balinesas para el folleto. Así, en 1827, nació Minatitlán, punto de arranque para cruzar el istmo a Oaxaca.

El siguiente paso fue promover en Francia aquel paraíso terrenal. Parte de la culpa de que el europeo soñador vieran a México como una manera fácil de hacer fortuna la tuvo Alexander von Humboldt, a quien todo ilustrado francés y alemán había leído. Humboldt fue uno de los científicos viajeros que más contribuyó al reconocimiento de la diversidad y riqueza de la naturaleza americana, pero también difundió la idea en toda Europa de que las tierras exóticas más ricas del planeta eran las nuestras, y que sólo faltaba “civilizarlas”. La propaganda que llegó a Francia a principios del XIX describía a México como “el más poblado, poderoso y rico de los nuevos estados de América. Su Constitución es federal y calcada de los Estados Unidos, favorable al establecimiento de extranjeros. Todos los indios de las provincias que rodean a la concesión son dulces, civilizados y trabajadores…”.

Y es aquí donde entra el bribón de Grabriel-Jacques Laisné de Villéveque, al parecer “cuestor de la cámara de diputados”, quien sedujo a cientos de sus paisanos para establecerse en una villa que supuestamente le habían dado en Coatzacoalcos y que describía en su folleto como el lugar “más bello y fértil del globo. La fertilidad de la comarca sobrepasa todo lo que la imaginación pueda concebir. Los valles y llanuras saturadas de maderas preciosas… se recogen hasta cuatro cosechas de maíz al año, las frutas más deliciosas se dan en abundancia”. Para terminar, Villéveque prometía que al llegar “encontrarían seis aldeas pobladas por más de ciento veinte familias en donde podrían vivir y serían recibidos por personas que los guiarían hasta quedar establecidos en esos lugares seguros.” Una vez sableados por Monsieur Pillazo, los ingenuos y cándidos franceses, con familia o sin ella, dejaban todo y se lanzaban a la aventura. Entre 1829 y 1931 se hicieron cuatro expediciones, dejando un aproximado de quinientos franceses a su suerte en la costa veracruzana.

Villévêque
Gabriel-Jacques Laisné de Villévêque (Fuente: Wikipedia).

Pongamos el caso del joven Mathieu de Fossey, quien organizó una pequeña expedición formada por vinicultores de la Borgoña y varios sirvientes de su acaudalada familia. Salió a México a finales de 1830 y después de setenta y nueve días de horrible viaje descubre que el único comité que estaba para recibirlos, como se le había prometido, eran dos zopilotes y cientos de caimanes rockeros. Una vez en tierra fueron azotados por el clima, por nubes de mosquitos y bichos ponzoñosos. Y de las aldeas paradisíaca, nada: no existían. Con escases de agua y refugio muchos comenzaron a enfermar, otros a morir por picaduras de serpiente o escorpiones. Pero no había vuelta atrás, aunque quisieran escapar.

Al año siguiente llegó otra expedición encabezada por Pierre Charpenne, de la Provenza, que como sabía latín creía hablar español, traía a doce personas y una sierra mecánica, porque el señor Villéveque le prometió que se haría rico con la explotación forestal. En cuanto llegó Charpenne, va encontrando a su paso “miserables restos de otras expediciones”, colonos enfermos y deprimidos. El entusiasta leñador apunta: “Todos los franceses que vivían en Minatitlán estaban enfermos, sus cuerpos llenos de llagas o con fiebres intermitentes… los de las dos últimas expediciones habían visto morir, en tres meses, a cerca de un tercio de sus compañeros de viaje.”

Seis meses después nuestro leñador Charpenne, seguía sin poder usar la sierra que lo haría millonario. Para cerrar con broche de oro, cuando por fin tuvo oportunidad de regresar a su patria fue picado por un escorpión; pasó más de veinte días delirando, hasta recuperarse y salir corriendo hasta Nueva York.

De los más de mil quinientos franceses que llegaron entre 1829 y 1834 sólo noventa y seis lograron establecerse con sus familias en Acayucan, dedicándose a la agricultura.

libro de intervención francesa

El fracaso de la colonización francesa se debió a muchas cosas, pero ante todo sencillamente porque nadie pudo haber tenido éxito en esos lugares, no por haber sido engañados o porque eran los hombres equivocados, sino “porque la visión de esa naturaleza tan particular, como el trópico húmedo, tenían los hombres del siglo XIX, les impedía aprovecharla como hubiera sido posible”, escribe Chantal Cramaussel, en Viajeros y migrantes franceses en la América española durante el siglo XIX (2007)

Fue hasta el final del siglo XIX que los franceses lograron asentarse como colonia en la región de Jicaltepec y en la de San Rafael, donde aprendieron nuevos cultivos, como la caña de azúcar y lo que más tarde sería su más importante fuente de ingresos: la vainilla.

Posdata. Don Tadeo Ortiz duró un par de años en el pueblo que fundó, Minatitlán; al ver que aquello no cuajaba con los ideales de la colonización europea, traspasó su modelo a Texas, donde había menos zancudos y caimanes.

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Lucia Yolanda

Que locura de relato histórico!!! No tenía ni o idea qie Minatitlán fue destino de migrantes franceses…. pobres incautos, no me los imagino con ese calor insufrible!!!

Gracias por ilustrarme querido Australia!!!

Abrazos

Gerardo Australia

Así es, doña Yolanda, no somos dueños del invento de la corrupción!!…Mil gracias por leer y tomarse el tiempo de escribirme
Abrazo cordial

Enrique Obregon

Muy interesante como siempre. A la fecha los europeos y extranjeros en general que visitan Mexico se quedan maravillados de nuestra gran riqueza. Mexico es tan grande que ni extranjeros ni nuestros paisanos nos lo hemos acabado. Y lo hemos explotado, vendido etc.
Mis hijos estudian en el Colegio Aleman Alexander Von Humboldt. Y en mas de una vez hemos estudiado a este gran personaje. Vida fascinante.
Gracias y espero el proximo articulo con gusto.
Seguramente sera divertido e interesante.
Te felicito

Gerardo Australia

¡Mil, mil gracias por leer y tomarse el tiempo de escribir, don Enrique!!…Cierto, México es una verdadera caja de sorpresas que se cuaja aparte y uno de los primeros maravillados fue precisamente Humboldt, ese gran personaje que siempre nos puso en alto.
¿Sus hijos participan en el increíble coro que siempre ha tenido el Colegio Alemán Humboldt?…
Reciba un abrazo cordial

Virginia

Otro excelente artículo. Lástima la “escases de agua”, que habría sido mejor si hubiera sido “escasez”.

Gerardo Australia

Jajajajaja, toda la razón, doña Virginia y mil gracias por apuntarme esos dedazos que a veces salen, pero que son precisamente de los que uno aprende. Le agradezco haya tomado un minuto de su valioso tiempo para escribirme y leerme….Por favor reciba un saludos cordial

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