La magistral actuación de José Tomás, del sábado 22 de junio de 2019 en Granada, poco a poco se va revelando a través de las imágenes producidas por artistas de la cámara como Emilio Méndez y algunas más de los celulares de quienes ocuparon el coso granadino.
En ellas se palpa la maestría, la suavidad, el temple, el dominio de la escena de un torero de época que en sus muy dilatadas actuaciones, toma la batuta y muestra su vibrante tauromaquia.
Recuerdo que hace años en Ronda, el 6 de septiembre de 1998, actuando el de Galapagar con José María Manzanares y Francisco Rivera Ordoñez, con toros de Juan Pedro Domecq –en la que acudió, por decir un nombre memorable, la recordada Condesa de Barcelona–, me di el lujo al final del festejo de mantener una inolvidable plática con Antonio Ordoñez en la última corrida que organizó antes de irse al paseíllo de la gloria, el ilustre Maestro.
En la barrera del vetusto coso de la calle Pedro Romero, nos tocó al lado el que fuera presidente del Atlético de Madrid, Jesús Gil y Gil, padre de mi estimado Miguel Ángel, quien como todos, estaba feliz de ser testigo de tan memorable acontecimiento.
Amable y cordial, Don Antonio me apuntó que las banderillas del cuarto de la tarde eran verde, blanco y rojo por haber varios mexicanos en los tendidos y por el recuerdo de faenas como la de Cascabel de San Mateo, en el Toreo de Cuatro Caminos (hoy ya desaparecido), que le valieron para ser el rondeño en el toreo. El suceso fue el 9 de diciembre de 1956, fecha de cumpleaños de quien lo conoció por aquellos años mi querido padre, José Luis.
Le comenté que en una entrevista con Paco Camino, al preguntarle al camero si pensaba que había influido en algunos de los trazos de Manolo Martínez, en particular en la ‘Chicuelina’ y en el ‘Cambio de Muleta de Mano’, en aquel mano a mano en Querétaro en 1977, cuando el regiomontano interpretó en la línea del sevillano el lance y el pase descritos agregando un sello propio; contestó lacónicamente: “los güenos toreros nos parecemos” y nos dijo a Julio Téllez y quien escribe: “en mi tauromaquia me decían que yo tenía cosas de Ordoñez”.
El genial Antonio me ripostó “en esa lógica te comento que José Tomás Román Martín, templa el toreo como seguramente tu padre me vio torear antaño, es de mi cuerda”.
A los toros de diferentes ganaderías que le tocaron en suerte en Granada, en especial al cierra plaza de Núñez del Cuvillo (del que obtuvo los máximos trofeos), parecía –como decían los cronistas antiguos– que llevaba cloroformo en el capote y la muleta, embebidos los bureles en los engaños, atentos a sus suaves toques, muy ceñido con sus embestidas.
Lo que ha pasado en la muy impactante Feria de San Isidro de éste año, es que fue claro que quienes se atrevan a ocupar los terrenos en los que para torear, cruje la seda, como lo impone José Tomás (desde más de veinte años, cada uno en su interpretativa), impactará –y así lo pudimos constatar con varios de los triunfadores rotundos de la extraordinaria feria madrileña–, el último Paco Ureña, quien hizo crujir por su temple y valor, las estructuras del coso de la calle de Alcalá.
Y para rematar, acudo a una declaración de hace años de Luis Francisco Esplá: “¿Qué es el valor?”, le preguntaron hace ya tiempo. “El valor es el sitio donde se pone José Tomás”, contestó. Se lo recordé al genial matador en Bilbao el año pasado y sonrió, pero nunca me dijo que él no lo hubiera dicho.
Clase magistral hubo en Granada, esperemos a la próxima, pues con José es imposible saber dónde y cuándo. Por ello, cuando acontezca que la afición de todo el mundo se desplaza, es a saborear en vivo a quién, con actuaciones esporádicas marca un rumbo, ritmo y modo en época de grandes figuras que dan la cara con mucha mayor frecuencia y así mantener en conjunto la llama del arte efímero, vigente. ¡Viva el toreo!