En estas temporadas de regalar juguetes, piensa qué visión del mundo quieres transmitirle a tus hijos.
Ciudad de México.- La identidad personal es producto de un largo y complejo proceso de socialización por el cual, desde la primera infancia, se interiorizan una serie de normas, actitudes, valores, formas de entender la realidad, etc. El juego tiene una notable influencia en la construcción de la identidad de género. Mediante el juego simbólico, los niños y las niñas reproducen situaciones cotidianas de comunicación y relación que desempeñan los adultos y entrenan esquemas que construyen su información sobre el género a través de estas experiencias.
Cualquiera que crea que los juguetes sirven simplemente para diversión, está equivocado. Los juguetes representan para el niño la herramienta de aprendizaje básica, se asocian con la adquisición de saberes y conocimientos, desarrollan su plasticidad neuronal y sobre todas las cosas tienen un nivel de influencia enorme dentro de su capacidad de apreciar al mundo.
Desde el principio de los tiempos, se ha construido para hombres y mujeres dos versiones de mundo en las cuales, dependiendo de su condición biológica, deben insertarse. Cada uno de estos sectores cuenta con características propias: acciones, herramientas, vestido y pensamientos, de los cuales ese cuerpo debe de apropiarse en orden a pertenecer a ‘su grupo’.
La forma en la que esto es aprendido ¡parece cosa de juego! y de hecho lo es, no resulta extraño ver a una niña jugando con sus muñecas, arrastrando pequeñas carriolas o haciendo pasteles, así como no nos es extraño ver a un niño con pistolas de plástico, camiones de juguete y luchadores miniatura.
La forma en la que se le enseña lo que es ‘propio’ de hombres y mujeres a esta temprana edad es a través del juego lúdico; propiciando con esto que el individuo entienda ‘lo que esta bien o esta mal’ para cada uno. Se les enseña las posibilidades de lo que pueden acceder y las prácticas comunes entre unos u otras.
Se promueve aún la visión de las mujeres como exclusivas en el trabajo del hogar, en el cuidado y la crianza de los hijos, se promueve desde edades muy tempranas que se preocupen por su aspecto y el gustar a otros. Para los niños las expectativas recaen en la construcción de su fortaleza y valentía a través del juego rudo, se les incita a desarrollarse en actividades públicas como la construcción y los deportes, también se les pide incursionar en tareas manuales mucho más que en aquellas relacionadas con la adquisición de saberes.
Se construyen individuos que repiten una y otra vez los patrones de comportamiento genérico, que están arraigados en nuestra sociedad desde hace cientos de años, aun cuando no sean funcionales para la vida en sociedad actual, aun cuando esto genera malestar en las personas y aun cuando los niños se rehúsan a aceptarlo o toman estas enseñanzas con displacer.
El niño no tiene problema alguno en jugar con cualquier objeto, hasta que aprende que esta acción puede ser ‘mala’ y reprochable, antes de eso solo toma cualquier material que llame su atención y lo manipula sin diferenciar en los significados que esta acción pueda tener.
Por lo general es la familia cercana la encargada de reprimir al infante, principalmente por miedo… miedo a que esa criatura se deforme, se vuelva un horrible ‘en medio’, que no pertenezca a ningún sector porque sus gustos están combinados… la razón no alcanza para explicar lo ridículo que resulta esto ¿es en realidad patológico y enfermo crear opciones de convivencia equitativa?
Los niños también quieren jugar con cocinas y casas de muñecas, al igual que las niñas quieren correr tras un balón o usar las herramientas porque para ellos, lo verdaderamente importante es convivir. Los roles que hemos asignado a los juguetes son un producto adulto pero nunca algo innato en los niños.
Seguimos propiciando la exclusión bajo la idea de que una cosa no puede ser si otra se presenta; creamos individuos segregados y altamente limitados pues lo que unos pueden y deben hacer, los otros no podrán ni deberán nunca y para lograr acceder a esas opciones hemos de conseguir a otro que pueda. Los hombres dependen en su mayoría de las mujeres para que, entre otras cosas, cocinen o laven la ropa pues ellos perderán su rol como masculinos si lo hacen; las mujeres dependen de un hombre que pueda arreglar cosas del hogar como la plomería porque de hacerlo ellas mismas ponen en riesgo su respetabilidad como dama, por ejemplo.
Estos procesos completamente inconscientes y aprendidos desde mucho antes que existiera en nosotros un lenguaje completo, determinan la vida adulta y la forma en la que los humanos tratamos a otros humanos pero sobre todo la forma en la que nos tratamos a nosotros mismos.