La lección de Aviñón

El festival de teatro en Aviñón, el encuentro anual de los amantes de la representación escénica, se materializa durante casi todo el mes de julio en esta ciudad medieval, donde calles angostas y caprichosas ofrecen sombra a toda hora para mitigar el peso de un sol ardiente que hace llegar el termómetro por encima de los 35 grados.

Conferencias, carromatos, corrillos corales, performances espontáneos, cantantes de plaza, promotores de espectáculos del inn y el off, se mueven contentos con sus cortos discursos ensayados para promover en 30 segundos, a veces, sus propuestas escénicas y en una conversación sincera e improbable si la circunstancia e interlocutor se empatan.

Festival de Aviñón
Calle de Aviñón (Fotografía: Gastón Melo).

El teatro llevado aquí al paroxismo de cerca de mil representaciones en menos de 21 días, es en cierta medida un oráculo al que acudimos para hacerle preguntas impertinentes y para poder extraer de la experiencia la mejor lección.

Así, para cada obra, para cada percepción, para cada incursión en el sentido de un texto, la misma pregunta llevada siempre en mi arsenal sensitivo: ¿qué le dice esto a México?

Porque el teatro es la vida como lo expresa Yeats, cuando señala que lo que le atrae al drama, a la acción, al teatro, es que la experiencia implica de la manera más evidente y directa lo que todas las demás artes son sólo después de su exégesis: un momento de vida intensa.

Aviñón es a la vez sobrio y elegante. La ciudad es una epifanía constante de sus tiempos de gloria papal, entre los años 1309 a 1377. Las principales iglesias y los edificios administrativos, las viviendas burguesas gozan de una arquitectura gótica justo a medio camino entre el origen de esta escuela arquitectónica y el Renacimiento del siglo XV. El palacio papal debate su vocación entre fortaleza medieval y recinto real.

En la Cour d’Honneur se llevan a cabo las representaciones más fastuosas del festival. En esta ocasión el director Olivier Py, cedió el espacio al mimado Pascal Rambert, consentidazo de un público que extraña y busca aún el remplazo de su añorado Peter Brook, cuya ausencia del teatro francés se sigue resintiendo.

Festival de teatro en Aviñón
Cour d’Honneur Palais des Papes, montaje para “Architecture” de Pascal Rambert (Fotografía: Gastón Melo).

Rambert presenta en ese inmenso espacio la puesta en escena de un texto interesante, “Architecture” donde repasa las diversas corrientes de pensamiento en el primer tercio del siglo XX. La decandencia de la nobleza, el asesinato del archiduque austriaco François Ferdinand, la emancipación femenina, el nacimiento del nacional socialismo,  el psicoanálisis, la Guerra del 14 –la Primera Guerra Mundial–, un siglo en donde a decir de un crítico francés, lo falso devora la verdad.

Pascal Rambert cuida la escena con un minimalismo barroco, sí, también el minimalismo puede serlo cuando se integra y dialoga en un espacio tan polisémico como el patio de honor del palacio papal de Aviñón. Cuida también a sus actores al punto de una fruición patética, donde la realidad se construye en cada gesto increíblemente más verdadero que lo verdadero mismo.

Un arquitecto que ejerce un patriarcado abusivo y la incursión de todos los personajes en un psicologismo individualista que disloca la razón. Como le escuché a algún crítico local, Rambert tiene confianza en el poder de las palabras para llenar la escena vastísima.

Los años pasan y los corazones se rompen, la locura aparece natural y exacta. La escena es cuidada a punto de composición ultra reflexionada. Tres horas duras de lenguaje que golpea y sorprende. La obra resulta pretenciosa en la forma, pero el público decide tolerar a su consentido quicuagenario que gusta, influenciado por su formación filosófica tal vez, de los largos parlamentos.

Camille Claudel
Fotografía: Gastón Melo.

La representación cíclica y múltiple en Aviñón de la eterna Camille Claudel, nos llevó en esta ocasión a presenciar una Claudel, extraordinaria en su libertad, en su valentía, en su fuerza artística y en su dolor humano, en la exquisita y lapidada cordura de su asilo en Ville-Évrard, su muerte en Montfavet, su entierro en una triste fosa común ante la negativa de su contradictorio y pusilánime hermano para pagar su cura. Divinamente interpretada por Marie-France Alvarez, siempre al filo del quiebre, la puesta en escena de Wendy Beckett, es clásica, bien acentuada de interpretaciones entregadas con sinceridad y pathos, con trastos bien concebidos y modelos de un realismo muy Rodin, muy Camille, desde luego.

Pero la puesta que me emocionó sin retóricas y me hundió en una mar de sentimientos donde hube de rendirme, a veces, a lo estético, en ocasiones, a la historia y siempre a la inmensidad de una escena olímpica y terrenal fue: Sous d’autres cieux (Bajo otros cielos). La épica del troyano Eneas y su viaje por las islas de Hélade para obedecer el mandato de su madre, Venus-Afrodita, para fundar “la nueva ciudad”. Su paso  por Delos, Paros, Naxos, Santorini, Creta, Pérgamo, Sicilia y su duradera estancia, trágica y feliz en Cártago, sucumbiendo al amor por una Dido, hermosamente humana, amorosamente elocuente, divina, Véronique Sacri, morena de piel verde-luna que pretexta, en esta puesta, la narración de Eneas y sus vicisitudes del viaje que inexorablemente (hélas) debe continuar.

Sous d'autres cieux
Fotografía: Gastón Melo.

Harrison Arévalo es un Zeus colombianísimo que no pierde carácter expresando desde la improbabilidad escénica con su acento rico en retruécanos de un español tan pulcro y pertinente como incierto en circunstancia pero que responde bien a las intenciones sorpresivas de Maëlle Poésy, quien lo pone en valor escénico junto a una Juno, Roshanak Morrowatian, que se expresa bellísmamente en farsi.  La obra es la épica de la migración que en la inmensidad del Claustro des Carmes en Aviñón cobra grave sentido. Así, vamos a una obra que acentúa lo migratorio cuyo destino se decide en un Olimpo donde se confunden y se crean todas las lenguas, del colombiano al pulcro persa, al italiano del Virgilio implícito en Venus, al francés natural del Eneas que se explica en la lengua de casa.

Camille Claudel
Personajes en escena en la representación de “Camille Claudel” (Fotografía: Gastón Melo).

Me dolió la obra Points de non retour, donde la rumana Alexandra Badia nos cuenta su integración a Francia, las luces y las sombras que obliga a integrar su nueva nacionalidad y su proceso de descubrimiento doloroso en estas últimas de una página vergonzantemente ocultada; la masacre de los argelinos en 1961 en París y su confinación al destino que deparará a sus cuerpos el silencioso río Sena. Una masacre absurda entre 100 y 200 personas que se manifestaban pacíficamente por el toque de queda impuesto a los argelinos en París durante la guerra de Argelia y que fueron brutal y absurdamente reprimidos. La lectura de los nombres de los asesinados me dolió a punto del llanto silencioso, incontenido.

Mi pregunta se iba resolviendo de modo espantosamente claro. Aviñón me pareció estar hecho para decirle a mi país, de manera directa como lo propone Yeats, con la vida: “Cuidado México, Cuidado con tu destino”…

Camille Claudel.
Personajes en escena en la representación de “Camille Claudel” (Fotografía: Gastón Melo).

Las poblaciones de Intibucá o Lempira en Honduras de Ahuachapán, Chalchuapa o Santana, en El Salvador, bien pueden ser las islas que marcaron en el ponto helénico el paso de Eneas donde recogió migrantes que fueron quedándose en el camino.

La tragedia de París en 1961, es la de los 43 de Ayotzinapa de 2014, en México. La lectura de los nombres de los mártires argelinos me sonaban a Benjamín Ascencio Bautista, a Marcial Pablo Baranda, a Cutberto Ortiz Ramos, a Eduardo Bartolo Tlatempa, a Jorge Luis González Parral y los otros, todos de linaje, todos con nombre y apellido, con padres y madres, mis otros yo, la muerte de una mexicanidad que no fue, una desaparición terrible y dolorosa, ésa que no queremos más.

Festival de Aviñón
Conferencia de Prensa (Fotografía: Gastón Melo).

Las representaciones en ese mundo escénico y confinado de Aviñón, ponen en valor estas realidades. Las obras mencionadas igual que otras extraordinarias como Moms, como el divertídisimo y aleccionador Hamlet de Jérémie Le Louët o el Humiliés et offensés de Dostoievski, le hablan a México, inspiran allá y aquí las percepciones de distancia objetivante como lo demuestra la exposición de Wei Wei en el MUAC y como lo apunta Aviñón, el festival de Cine de Guanajuato o la biennale de Venecia.

Porque el arte es habitado todo por el mismo espíritu trágico, sólo desde el dolor puede tejerse un destino común. México duele y puede así construirse en el denominador común que viene del daño y va –queremos– a la luz de la inteligencia, de la salud mental y de la prosperidad. Porque la historia (también el arte) como dice Walter Benjamin, es aquello que sirve en los momentos de peligro.

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Marta Felgueres

Felicidades Gastón, muy interesante tu artículo como siempre!

Frank Grijalva

Gastón, felicidades por promover la cultura en este México qué tanta falta nos hace.

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