La literatura como refugio

Para Mariana Ruiz, por sus siempre acertados comentarios.

Una nueva tendencia de la psicología anima a los pacientes que sufren depresión o ansiedad a buscar alivio en el arte. Ir a museos, al teatro, sumergirse en una buena obra literaria, pueden ser de ayuda. Como lo señala la revista Culturamas, paradójicamente, los escritores no suelen distinguirse por su paz mental. La lista de los que se han suicidado es larga.

Al acabar el artículo, me pregunté qué clase de libro sería recomendable para una persona atribulada y me acordé de lo que he leído en épocas difíciles. De adolescente, Salgari y Kipling eran oasis que nunca defraudaban. Más tarde, mi mejor aliado fue Tolkien. Después, Henry James y Thomas Mann. Me sorprendió la rara elección de estos últimos, porque si me hubieran preguntado qué le daría a leer a una persona para alegrarla, se me hubieran ocurrido opciones con tramas ágiles y optimistas. Nunca La montaña mágica, que se desarrolla en un sanatorio para enfermos de tuberculosis, ni Retrato de una dama, cuya protagonista tiene todo para ser feliz y es víctima de una mala decisión.

Creo que la respuesta está en la profundidad de las historias. Aunque a primera vista sería lógico recurrir a novelas ligeras con finales felices, las grandes obras literarias son efectivas porque, al mostrarnos la complejidad de las emociones humanas, nos permiten identificar las nuestras. Sin embargo, el refugio puede ser temporal. Éste fue el caso de Sandor Márai, Stefan Zweig y Virginia Woolf, por citar algunos ejemplos.

Márai y Zweig eran antifascistas en países controlados por esa ideología y Virginia Woolf feminista de alma durante la época de lucha por conseguir el derecho al voto de las mujeres en Inglaterra. Cada uno en su medio, los tres solían reunirse con otros intelectuales para intercambiar ideas, algunas de ellas planteadas en sus obras. Aunque escribir era una pasión a la que dedicaban largas horas, al igual que todos los escritores, eran lectores ávidos y estoy segura de que más de una vez encontraron consuelo en un libro.

En su vejez, Márai era un viudo solitario que también había perdido a sus hermanos y a su hijo. En cuanto a la fama, se desvaneció cuando el régimen comunista en Hungría prohibió sus libros. Su relación con Estados Unidos, país en el que pasó los últimos años, era ambigua. Apreciaba que lo hubiera acogido, pero no dudaba en criticar aspectos con los que no estaba de acuerdo. Siempre fue un exiliado que echaba de menos Hungría. La vida de Virginia Woolf tampoco fue fácil. Se cree que sus hermanastros abusaban sexualmente de ella y un trastorno mental la sumergía en crisis depresivas y la hacía temer volverse loca.

Virginia Woolf
Virginia Woolf.

La vida de Stefan Zweig fue muy distinta. La fortuna de su familia le permitió tener acceso a la mejor educación y viajar por el mundo con libertad incluso cuando ser judío en Austria se convirtió en un serio problema. Sin embargo, como a Márai, la situación del mundo lo hacía sufrir y compartía con él y con Virginia Woolf un desasosiego interior. Los temas que abordan en sus obras nos muestran lo vulnerables que eran ante la injusticia, y la falta de comunicación que lleva a los enfrentamientos. Una vulnerabilidad fincada en su capacidad de ver al otro y de incursionar en sí mismos. Para ellos, la literatura no fue suficiente contra la pérdida de sentido. Sandor Márai se pegó un tiro poco antes de cumplir 80 años; Stefan Zweig y su esposa tomaron veneno y murieron abrazados. En cuanto a Virginia Woolf, después de escribirle una conmovedora nota a su marido, se ahogó.

Stefan Zweig y su esposa

El último texto de la escritora inglesa nos habla del pánico a perder la cordura que la lleva al suicidio. Las despedidas de los otros dos fueron menos desgarradoras, pero no por eso sus motivos menos claros. Me llama en especial la atención la carta de Stefan Zweig: “Creo que es mejor finalizar en un buen momento una vida en la cual la labor intelectual significó el gozo más puro y la libertad personal el bien más preciado sobre la Tierra.” Y después: “Dejo saludos a mis amigos. Quizás ellos vivan para ver el amanecer luego de esta larga noche. Yo, más impaciente, me voy antes que ellos.”

Me gustaría saber qué fue lo último que leyeron y contarles del refugio duradero que hombres y mujeres incluso de otro siglo han encontrado en sus libros. Asideras que permiten ver el mundo desde otra perspectiva y salir fortalecidos.

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