Sin duda, el magistral movimiento que supuso el Muralismo Mexicano, tanto en lo social, político y cultural, ha ejercido una marcada influencia en el arte nacional con el paso de los años.
Ciudad de México (elsemanario.com).- Aunque muchos consideren acabada la época muralista, y por tanto, el uso de esas expresiones en la que, los grandes hicieron suyos los emblemáticos muros del país a través de la narración de la cosmovisión indígena, el nacionalismo o la lucha del proletariado, pasando por la revolución inacabada y el papel de los campesinos en esta lucha, en la actualidad, hay artistas destacados que suelen apropiarse de la realidad y los espacios de otra manera.
No importa tanto plasmar la realidad en un mural, porque la realidad muchas veces se encuentra en los ojos del otro. Actualmente, la reapropiación del espacio es parte de la irrupción contra lo hegemónico. Aún se pueden encontrar trabajos críticos y la transformación, es impulsada por la realidad social.
Los que se encargan de llevar a cuestas el nombre del neomuralismo, parten de lo estético, indudablemente, pero también de la reapropiación del espacio físico y social. Inspirados por los grandes de la época dorada del Muralismo, quizá hasta sin saberlo, y muchos con conocimiento de causa, estos nuevos plasmantes se encargarán a su vez de inspirar a aquellos que decidan dejar en las paredes de su barrio o de una galería el sentimiento a flor de piel causado por la indignación, la felicidad o la lucha.
Es así que, esta expresión que en otros tiempos estuvo en manos de prolíficos consagrados en lo artístico pero también en lo político y lo cultural, queda en manos de una generación distinta.
La realidad del país, no es la misma que en la época postrevolucionaria. Eso sin duda. Uno a veces se pregunta como espectador y constructor de la historia reciente qué pintarían hoy Siqueiros, Rivera y Orozco.
Quizá los muros expresarían una amarga decepción del país y del mundo; un estancamiento producto de políticas que se instauraron desde las épocas de los setentas pero que nada más no repuntan. Quizás, quedarían plasmados los rostros de los familiares de los 43 de Ayotzinapa, los Tlatlaya, las urnas desilusionadas o la reciente juventud comprometida; más atrás, el despertar chiapaneco y la organización en las montañas de Guerrero. Temas, los hay.
Quizá un acercamiento a eso es lo que podemos encontrar en las calles del país, pues este Neomuralismo se enmarca en expresar ese descontento generalizado que sólo se oye desde abajo. Y desde el muro, claro está, en el que ya no aparecen los mensajes políticos sino una forma distinta de apropiarse de la realidad y claro, de enfrentarla.
Con ello, posterior a la época dorada del Muralismo Mexicano, actualmente podemos dibujar dos momentos que llegan como resultado de lo que pudo inspirar y ayudar a construir.
Un primer Neomuralismo surgiría inmediatamente tras el repique del de la época dorada, que ayudó a exportar ese medio de expresión hasta Europa, Asia y América Latina.
Incluso, al interior del país. Un digno ejemplo es el de Chiapas, que a través de su realidad logra configurar que:
“las comunidades y algunos creadores suman esfuerzos, voluntades, ideas y trabajo para representar con plasticidad su problemática y difundirla en este mundo globalizado para tratar de concientizar a los otros, pero también para dejar testimonio del legado estético-político y socio-cultural de sus pueblos”.
Esto en palabras de Leticia López Orozco, del Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM y de Mauricio César Ramírez Sánchez, de la Facultad de Filosofía y Letras-SIMMA, IIE, UNAM, en un trabajo bajo el titulo de “Problemática de la catalogación del Muralismo”.
En pocas palabras, una forma de expresión que se sustentó en lo que la inspiró y que también intentó respetar las líneas técnicas y sociopolíticas del surgido en los años veinte.
Durante ese primer momento del resurgir del Muralismo, los barrios golpeados de la ciudad también se convertirían en un medio de expresión en la década de los setentas, cuando Tepito se convirtió en escenario de un movimiento que fue conocido internacionalmente.
Posterior a este, se dibuja el segundo momento, que se separa del primero por un trazo que no se esperaba y que también fue rechazado y estigmatizado gran parte del tiempo hasta que paulatinamente se fue aceptando: el graffitti.
Con esta forma de expresión se configuraría el nuevo Neomuralismo, que transmutaría a un neomuralismo urbano, que se concentra más en la reapropiación del espacio físico y social a través del ejercicio de la ruptura aceptado socialmente: plasmar una pared y expresar una idea.
Baja California Sur y otras latitudes de nuestro territorio albergan a nuevos exponentes que, en contra de la corriente hegemónica que decide qué es arte y qué no (o en este caso qué es neomuralismo y qué no), han sabido posicionarse ante los ojos del espectador caminante que quizás agradece y alegra su andar cotidiano viendo hacia una barda intervenida por estos verdaderos artistas. Una cotidianidad que antes, sobra decir, era algo gris y entristecedora.
Así, mediante la reapropiación de un discurso, de la toma de plazas y calles, bardas o murales, este nuevo movimiento artístico en toda la extensión de la palabra se va posicionando en los ojos de los mexicanos, pero también, del mundo. Con ello, el movimiento que tuvo sus raíces en los años veinte se ha mantenido vigente hasta nuestros días a través de esta nueva figura. Pero de esto se hablará en la segunda entrega que EL SEMANARIO tiene planeada sobre el Neomuralismo Mexicano.