Investigadoras analizaron cómo los padres de distintas culturas criaban a los niños para asumir responsabilidades, y encontraron que en el caso de los padres de contextos urbanos, esto no sucedía.
Ciudad de México.- No es extraño encontrarse a algún niño haciendo un berrinche a sus padres en medio de la calle o en un restaurante, pero sí lo es verlo llevar su plato a la cocina después de comer.
Después de pasar varios meses con una tribu amazónica de Perú, la antropóloga de la Universidad de California Carolina Izquierdo se dio cuenta de que los niños se comportaban muy distinto de los infantes de las familias urbanas. En un viaje que realizó con una de las familias a un río cercano, a la antropóloga le llamó la atención cómo una niña de apenas seis años de edad comenzó a barrer los tapetes para dormir en cuanto llegaron, y al día siguiente pescó, lavó y preparó unos crustáceos para que todos comieran.
Al ver esto, Izquierdo y su colega Elinor Ochs iniciaron otra investigación con familias de clase media en Los Ángeles, California para analizar cómo los padres de distintas culturas criaban a los niños para asumir responsabilidades, y encontraron que en el caso de los padres americanos, esto no sucedía.
Los niños de Los Ángeles no realizaban tareas del hogar sin que les fuera solicitado, y cuando les pedían que colaboraran con alguna tarea, con frecuencia los padres tenían que rogarles o insistirles demasiado, y en ocasiones aun así se negaban. Este comportamiento también puede encontrarse en familias mexicanas, particularmente en contextos urbanos de clase media y alta.
Las investigadoras se preguntaban por qué los niños matsigenka ayudaban más en sus casas que los niños de Los Ángeles, y por qué los padres de Los Ángeles ayudaban más a sus hijos que los padres matsigenkas.
De acuerdo con Sally Koslow en su libro Hacia una Adultez Moderada: Observaciones desde el Nido No-Tan-Vacío, escribe que “nuestros hijos se han aprovechado de nuestra jactancia, nuestras buenas intenciones y nuestra sobre-inversión” y que “la mejor manera para que muchos de nosotros demostráramos nuestro amor sería des-aprendiendo a maternalizar y paternalizar”, para evitar que los hijos vivan en lo que ella llama una permanente “adultescencia”.
Por su parte, Madeline Levine, una psicóloga que se especializa en jóvenes, refiere que los padres “hacen demasiado” por sus hijos porque sobrestiman su influencia y subestiman las capacidades de sus hijos, pero apunta que paradójicamente “al esforzarnos tanto para ayudar a nuestros hijos terminamos frenándolos.”
En su investigación sobre las diferencias entre la educación de los hijos de las familias matsigenkas y las americanas, Izquierdo y Ochs encontraron que las primeras fomentaban en sus hijos el ser útiles desde una edad temprana. Los niños comúnmente calientan su propia comida y desde los seis o siete años los hombres empiezan a acompañar a sus padres a pescar y las mujeres ayudan a sus madres a cocinar, y en consecuencia, cuando llegan a la pubertad ya dominan algunas habilidades necesarias para la supervivencia.
“Sus habilidades fomentan la autonomía, lo cual promueve mayores aptitudes, un círculo virtuoso que continúa hasta la adultez”, señalan.
Pero en los hogares urbanos parece ocurrir lo contrario, apuntan. “Se espera tan poco de los niños que incluso los adolescentes pueden no saber cómo funcionan muchos de los aparatos para las labores del hogar que hay en sus casas. Su incompetencia genera exasperación, lo cual provoca que les pidan realizar menos cosas… muchos padres refirieron que requiere más esfuerzo lograr que sus hijos colaboren que hacer las tareas ellos mismos”, escriben.
Por su parte, los antropólogos Jeanne Arnold y Anthony Graesch sostienen que los niños de los hogares americanos son “creadores desproporcionados de desorden”, pues cada nuevo hijo representa un aumento del 30 por ciento de las posesiones de una familia tan sólo en los primeros tres años, dándole a las casas un “aspecto demasiado centrado en los niños”.
A diferencia de los matsigenkas, en la cultura urbana moderna las enseñanzas son muy elusivas, pues se concentran más en llenar a los hijos de iPads, juguetes, ropa y celulares que de habilidades para alcanzar su autonomía. De acuerdo con otra psicóloga, Hara Estroff Marano, debido al aumento de la competitividad en el mundo laboral, los padres se están enfocando más en enseñarle a sus hijos a ser exitosos en el aspecto profesional y económico que en el personal.
Queda preguntarnos si estamos “consintiendo” demasiado a los niños, enfocándonos más en su desarrollo profesional y éxito económico y abandonando su crecimiento personal y el sentido social, y las consecuencias que esto puede tener para su futuro y para el futuro del país que estará en las manos de “adultescentes”.
Andrea Jaramillo con información de The New Yorker.