Procesión, representación y reconocimiento

Crítica y experiencia de la tradición

Bruselas, 1549. Carlos V y su corte llegan a la Grand Place para formar parte de una ceremonia conocida como el Ommegang. En ese contexto, la ciudad aprovechará para celebrar la presencia del emperador y de su sucesor, Felipe II, así como para hacer gala de sus posibilidades logísticas en una de sus principales conmemoraciones de origen tardomedieval. Ommegang quiere decir “procesión”, “moverse alrededor”; se hace una procesión para agradecer, para implorar, para retornar simbólicamente a un origen, para encontrar ese origen en uno mismo y en la comunidad; en este caso, la procesión se refiere a la devoción, a la imagen que se encuentra en la iglesia de Notre Dame du Sablon, iglesia del siglo XV localizada en el barrio homónimo de Bruselas. Se cuenta que en 1348 una mujer tuvo una visión: la virgen María le indicaba robar una escultura de Amberes para llevarla a Bruselas y así lo hizo. Desde que siguió este mandato, sucedieron hechos milagrosos. Pese a ser producto del hurto devocional, esta historia reafirma la hermandad entre las dos ciudades. Hay que recordar además que el calendario litúrgico siempre ofrece oportunidad para el lucimiento de la esfera del poder temporal, máxime en el pasado.

¿Qué constituye un ritual? La realización consciente y voluntaria de una práctica simbólica acordada y sancionada por una comunidad porque la representa y le es significativa. Es la actualización de un mito y su presentificación: pocos lo entienden, pero los ejemplos son claros y hablan por sí. Tal vez uno de los más asequibles es el momento de la consagración en la misa católica; al decir “Éste es mi cuerpo”, el sacerdote invoca las palabras de Jesucristo en la última cena y al levantar la hostia, ese objeto de harina y agua se convierten simbólicamente en carne, en la carne del Cristo sacrificado por la humanidad. El Ommegang reúne entonces varias conmemoraciones, más rituales que históricas: por un lado, la procesión de la imagen de la Virgen; por otros, la llegada de la imagen de devoción a Bruselas y el aprovechamiento que Carlos V realizara de esta festividad pública para presentar a su hijo y para hacerlo ver entre los súbditos de los Países Bajos del sur. Como decía, el ritual no es impuesto por la autoridad, sino sancionado por la comunidad con su recurrencia y su entrega.

Ommegang.

Tuve la oportunidad de estar el pasado 26 de junio en el Ommegang en la Grand Place de Bruselas: cierto, muy pocos conocen esta conmemoración a la que me dejé ir guiada por un romanticismo personal y por un muy cuestionable deseo kistch. Pensé que tendría interés histórico y que valdría la pena presenciar una escenificación pública y recurrente (se trata de una conmemoración anual) que en México poco se entendería. Particularmente en México. El Ommegang refigura la presencia de Carlos V y Felipe II, por lo que la ceremonia da para hacer reflexiones mucho más puntuales, sin embargo, la mía en esta ocasión corre por el lado de la identidad. Lo primero que me sorprendió fue la afluencia de turistas, obviamente, pero más la de locales que van a respaldar a sus cofrades o familiares; los asistentes de otras latitudes habrán tenido sus razones para ir (una muy poderosa es que la cerveza Ommegang da la cortesía durante la escenificación), pero no sé si muchos de los asistentes cobraron consciencia de lo que esta ceremonia implica. Comienza con heraldo y fanfarrias, un bufón ameniza todo el tiempo, hay personas de todas edades que, vestidas “a la usanza de la época” se pasean por la plaza en lo que empieza el protocolo. Una vez iniciado, se recurre a narradores en tres idiomas (como en los Juegos Olímpicos) que van anunciando, una a una, a las personalidades que se han de dar cita y su porqué: las corporaciones de la ciudad hacen una danza con los gallardetes propios de su gremio, siguen los invitados del emperador y la descripción de su corte. Cuando se menciona al Duque de Alba la multitud (en la actualidad) abuchea. Vale la pena mencionar que hay una pantalla que reproduce lo que sucede al centro de la plaza y que, como parte del discurso visual, muestra partes del storyboard y “aligera” la carga política del acontecimiento, que no puede ser la misma para todos los espectadores. Me refiero a que lo hace accesible como espectáculo y no incurre en explicaciones innecesarias (el que entendió, entendió). Desde 1930 la ciudad de Bruselas tomó esta escenificación en torno a Carlos V como parte de su folklore y la repite anualmente. Exacto: como todo ritual, no se trata de algo que se haya realizado como conmemoración de manera ininterrumpida por más de cien años. No es medieval, ni renacentista, pero es un ritual que reúne a 1400 locales en participación activa y que motivan el apoyo y los comentarios de la comunidad (escuché a personas referirse a que habían bailado, desfilado o participado de alguna manera hace “X” años).

Ommegang.

A qué quiero llegar: el ritual es comunitario o no es. Pero es comunitario a condición de convocar ese poder de cohesión y de resignificación y restañamiento en los miembros de una comunidad y, por ello, esa comunidad no puede ser masiva. Lo masivo desimboliza, le resta importancia e impacto emocional a lo que sea porque los mecanismos de participación se vuelven más indirectos, más distantes… A veces se reducen a sólo mirar por la televisión o a comentar un meme sobre algo con lo que ya no se tiene ninguna conexión más que la impuesta por la costumbre. Como lo plantea Eric Hobsbawm en la introducción a The Invention of Tradition (http://psi424.cankaya.edu.tr/uploads/files/Hobsbawm_and_Ranger_eds_The_Invention_of_Tradition.pdf), las tradiciones que parecen clamar más antigüedad, estar más profundamente arraigadas en el tiempo, son creaciones de los siglos XIX y XX (y esto tiene mucha relación con el surgimiento de los Estados nacionales). Hay que poner atención a la manera en que se impone una práctica que después se clama tradicional, aprender a leer entre líneas en la constitución de nuevos rituales públicos es fundamental para conservar la capacidad de crítica y para decidir voluntariamente si esa creación me representa o no.

Yo decidí entregarme a la experiencia. En la deriva de los tiempos, me tocó estar en Bruselas en 2019 cuando, desde un borroso 1930 se evocaba un todavía más oscuro 1549. Sin necesidad de corroborar la corrección histórica de la escenificación (no puede haberla al 100%), el cuerpo se pierde en una experiencia de afectación sensorial y abandona su criticidad, al menos por espacio de pocos minutos. El éxito de una conmemoración pública es producir el sentimiento de unidad en lo diverso: sentada junto a un joven matrimonio de japoneses, cuando la mayor parte de la comitencia hablaba francés y abucheaba a Alba, feroz represor de la rebelión de los Países Bajos en el siglo XVI, me sentí partidaria de un equipo sentada en la tribuna de otro. No obstante, la inadecuación y el deseo de vincular históricamente a cada personaje del desfile, abandoné ese prurito racional. Los fuegos artificiales comenzaron a iluminar el cielo.

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