Qué serias son las series

Estoy entusiasmado con los diálogos de algunas series, particularmente las españolas.  Me parecen tan verosímiles que me añado a los personajes y de sus gestos suelo predecir verbalizaciones que por su improbabilidad se hacen únicas, individuales. Su lógica es tal, que convida a la implicación animosa.

Es como si los actores no estudiaran sus diálogos, como si no pensaran lo que están hablando y únicamente lo expresaran, porque corresponde a lo que están viviendo.  Son personajes hechos persona.

En ese mundo audiovisual en que nos bañamos hoy, tan cercano a la literatura, se entiende que el objetivo del escritor es de cierta forma, borrarse a sí mismo.

En una mirada, por ejemplo, las palabras parecen corresponder perfectamente al tono y la intensidad del gesto, se adivina el sentido; el grado de implicación es tal, que uno habla por los personajes. Ése es el verdadero poder del escritor, ésa la fórmula de la fascinación. La puesta en escena es la puesta en valor del lenguaje.

En otras producciones, como tristemente las mexicanas, sorprende lo pastoso de las expresiones, el escritor piensa en sí mismo y no en los personajes, no es siempre el caso, pero ocurre a menudo, muy frecuentemente, es casi norma. Creo que se trata de una especie de miedo a lo brutal, a lo espontáneo, como si el lenguaje se pretendiera mejor que la acción.  ¿Será esto producto de algún atavismo colonial?

lenguaje de las series
Imagen: Miquel Zueras.

En las producciones de otras latitudes, más naturales en el uso del lenguaje, es interesante percibir que a medida que se gana confianza emerge el insulto claro –la confianza apesta–, suele decirse. Lo vemos en las realizaciones norteamericanas particularmente, los infatigables fucks, las infinitas variedades de shit, los absolutamente incluyentes assholes e incontables bastards aplicados de formas tan innovadoras que dan lugar a verosimilitudes extraordinarias, brotando espontáneos en las más encumbradas familias y los más rancios ambientes.

Otra condición de los buenos diálogos es que se aplican con conciencia de memoria. Frases que van a referirse, que tienen sentido en el presente pero que emergerán más tarde para evidenciar su potencial verosímil, oracular o “culpígeno”. No es un “te lo dije”; sino un “porque lo dije, es”.

Por eso me apasionan los enormes recursos literarios de Michel Houellebecq, porque no calla el pensamiento espontáneo, informado, pertinente y libre, que pasa en ocasiones de la coprolalia a la exégesis sublime y otras veces al lenguaje psicoanalítico llevado del purismo freudiano a la disertación lacaniana o a la proyección micropsicológica que interpreta el gesto que emerge sin pretensión ni reparo directamente de un cerebro desinhibido, ocioso, alerta y bien amueblado.

En este contexto, lo extraordinariamente singular es que Houellebecq lo hace con elegancia; si bien sus descripciones corresponden en ocasiones a lo no antes pensado, esa originalidad expresa, no obsta, el peso, las magnitudes de la influencia motivacional de pulsiones recónditas. Así, las palabras cuyo sentido inaugura, sustancian el gesto y transparentan la motivación. Es como si descubriese con la palabra lo que sólo había sido pulsión animal y conducta reactiva a estímulos simples. Literatura reptil la de Houellebecq, supervivencia de la espontaneidad del pensamiento y construcción de sentido. Su obra es aún, libreto potencial de series por venir.

Michel Houellebecq
Michel Houellebecq (Fotografía: DW.com).

Cincuenta años antes, algo similar hizo Cortázar, quien supo de los orígenes del pensamiento literario y nos cuenta del jazz que sólo se comprende a partir de las tres de la mañana y bajo fuertes dosis de alcohol. Pensamientos filosóficos que se funden en lo denso existencial de noches que renacen de cenizas nocturnas, notas sincopadas y libros usados, sobre leídos, objetos del cotidiano y singularidades también, lenguaje rico de improbabilidades también.

Comento esto porque percibo una incursión de lo audiovisual en la vida intelectual que además de ponderar la imagen, de igual forma hace homenaje al lenguaje. Estamos ante un paradigma interesante de nueva normalización y crecimiento literario.

Nueva normalización porque de algún modo se referencia de modo distinto y perfecto para regular la lengua, lubricando anquilosadas figuras de lenguaje y crecimiento porque de la mezcla de palabras, más voluntarista que aleatoria, emerge la innovación.

series de TV

El viejo andalucismo americano y su mar de eses, como diría un autor español del siglo XX, discurre hoy más libre junto al porteño, al acento del espacio bolivariano y el tono caribeño de negritudes percutientes y tonos emergidos de profundidades cercanas al corazón que las anima y al neuma que las materializa.

Hoy en el español, como llamamos en América al castellano, lo peninsular deja de ser norma y se convierte en una probabilidad, entre otras. Vemos así, alejarse lo alambicado de una monotonía hegemónica, afanosamente imitada, adolescente de las libertades que goza en el nuevo continente desinhibido en ocasiones y afanosamente descolonizado en otras. Y así, el audiovisual y la literatura se acercan. Hoy leemos en las vistas e imaginamos, como siempre, en las letras.

En otras palabras, entonces, ¿cómo hacemos para integrar lo que en el lenguaje de las series escuchamos y entendemos hoy de manera tan distinguida?, practicándolo quizá, usándolo, jugando, hablando para empatizar desde el lenguaje de otredades. Yo que, habiendo vivido de la industria del audiovisual, tan poca televisión vi durante décadas, me siento hoy un poco más amigo del optimismo estadístico de las grandes casas de producción. Por eso pienso “¡Caray! Qué serias son las series”.

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