El infierno en la tierra existe. Si no pregúntenle a cualquier madre cuando le arrebatan una hija o hijo de manera violenta y a partir de ahí sólo obtiene un Nada como respuesta.
Esto le sucedió a Rosario Ibarra de Piedra, el 18 de abril de 1975, cuando el segundo de sus cuatro hijos, Jesús, despareció sin dejar huella tras su detención por las autoridades, acusándolo de pertenecer a la Liga 23 de septiembre (organización político-militar clandestina) y su supuesta participación en el asesinato de un policía.
Pasaron días, semanas, meses… nada.
De Monterrey, Rosario se vino a la capital y reclamó en todas las instituciones, cárceles, la Defensa Nacional, la Secretaría de Gobernación y en la Presidencia de la República, pero nada…
Llegó a interceptar personalmente en más de treinta y cuatro ocasiones al entonces presidente Luis Echeverría para pedirle le regresaran a su hijo. Todavía el penúltimo día de su sexenio, Rosario habló con él nueve veces, pero… nada.
Elena Poniatowska cuenta que una tarde en su casa dejó a Rosario un minuto para atender una llamada, y entre tanto comenzó a llover: “Cuando volví la encontré llorando: ‘¿Qué le pasa, Rosario?’ ‘Es que pensé que donde quiera que esté mi muchacho ha de estarse mojando’. A Rosario, tan valiente, tan controlada siempre, por quién sabe qué mecanismo descompuesto la lluvia figurada sobre la espalda de su hijo le abrió las compuertas del llanto.”
Y hasta la fecha… nada.
María del Rosario Ibarra de la Garza nació en Saltillo, Coahuila, en 1927. La única mujer de tres hermanos, su padre fue un ingeniero agrónomo de origen vasco, involucrado en las revueltas de 1910. Su madre, ama de casa, mujer afectuosa de brío artístico, tocaba la mandolina, violín y piano. Rosario fue una niña precoz, aprendió a leer a los cuatro años. Estudió en escuela de monjas y después la preparatoria en una institución liberal donde decidió estudiar para abogada, algo atípico en su tiempo y más en provincia.
Se podría decir que las ideas rebeldes le venían por parte de su abuela Adelaida, madre de su madre. Doña Adelaida enviudó joven. Era una persona de carácter fuerte e ideas agitadoras. Todos los 21 de marzo hacía ella misma unos botones con los colores de la bandera que decían “El respeto al derecho ajeno es la paz”. Estos los repartía a sus clientes en la panadería de su propiedad, que además se llamaba La Voz del Pueblo. Rosario recuerda: “Abrió la panadería sin saber una jota de cómo hacer pan. A todo mundo ayudaba. Quién sabe de dónde mi abuela sacaba esas ideas, ella llevaba a vivir a su casa a muchachas del pueblo, madres solteras que todo el mundo despreciaba y la criticaban mucho por eso; era muy fuerte de carácter, a mí me impresionaba mucho, linda esa vieja, era de un pueblo llamado Marín, de allá de Nuevo León.”
Estudiando leyes Rosario conoció a Jesús Piedra, médico de profesión y quince años mayor que ella. Rosario se enamoró y hasta ahí quedó la abogacía. La pareja tuvo cuatro hijos. A Rosario no la enseñaron a ser mamá, pero de chica le enseñaron a memorizar muchas poesías, a cantar, bailar y tocar el piano, por lo que sus chamacos jamás se aburrieron: “Me gustaba mucho recitar y bailar, recuerdo que cuando llegaban visitas a mi casa les ofrecía bailar y cantar, me gustaba que me vieran. Ahora me encanta cocinar, pero no sabía hacerlo cuando me casé; de chica no tenía tiempo de trabajar en mi casa, hacía muchas cosas fuera, mi mamá me ponía a estudiar después de la escuela, tenía cursos de todo porque ella quería que yo fuera un estuche de monerías. No sabía guisar ni un huevo; ya casada le preguntaba a mi mamá cómo hacer la comida, me salía a llamarla para que me dijera qué hacer, yo vivía con unas cuñadas y no quería que se dieran cuenta de que no sabía nada. A ser mamá aprendí porque eso no se batalla nada, lo único que me daba preocupación cuando mis hijos estaban chiquitos era bañarlos, por eso los bañaba mi marido.”
Aunque la familia gozaba de una buena posición, Rosario siempre inculcó a sus hijos el no quedarse quietos o callados ante la injusticia: “Yo quería tener un hogar amoroso. Tenía yo veinticuatro años cuando nació María del Rosario, después llegaron Jesús, Claudia Isabel y Carlos. Mis hijos nunca me han cuestionado por qué yo me dedico a lo que hago, al contrario, siempre me han apoyado; cuando me vine a México se vino mi hija un rato conmigo, luego vino la otra y finalmente el hijo menor. Han sido solidarios, comprometidos, jamás me han reclamado que yo me haya dedicado a buscar a Jesús; mi hijo Carlos tenía dieciséis años cuando desaparecieron a su hermano. Ellos también han sufrido mucho.”
Cuando sucedieron los hechos del 68 Jesusito, como le decía Rosario, cursaba el tercer año de medicina. Buen estudiante, deportista, el joven estaba lleno de inquietudes sociales y políticas. Aquella noche Rosario lo mandó a la tienda a comprar un queso y aceite de oliva; “¡llévate mi coche!”, le grito desde arriba… Jamás lo volvió a ver, ni a él, ni al coche (un Galaxie modelo 1970).
Desde entonces… nada.
Agotada la búsqueda en Monterrey, los Ibarra alquilaron un departamento en la capital, de donde Rosario salía diariamente a las dependencias oficiales. Con un plano de la ciudad en la mano y la esperanza en la otra se abrió paso al Campo Militar, a los Pinos, a la Secretaría tal o cual: cualquier mínima esperanza, por absurda que pareciera, era para ella la razón de un día más.
Fueron los gélidos “Nadas” con los que el destino le iba cacheteando una y otra vez en su camino los que precisamente la fortalecieron para llevar su cruzada hasta las últimas consecuencias, consecuencias que todavía hoy se siguen viviendo.
Dos años después de la desaparición de Jesús, Rosario Ibarra de Piedra, convertida ya en una de las activistas más importantes de México, fundó el famoso Comité ¡Eureka!, que reunía a las familias de personas desaparecidas o presas (que no eran pocas) durante los sexenios de los controversiales Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría.
Para Rosario y las mujeres del Comité Eureka, todos los desaparecidos eran sus hijos e hijas. ¿Por qué Eureka?: “¡Porque he encontrado! Porque en este doloroso camino nos hemos encontrado las madres y familiares para darnos fuerza y razón a nuestro reclamo. Porque hemos encontrado la solidaridad creciente de cada vez más voces de diferentes ámbitos sociales. No se puede negociar una vida humana brotada de nuestro vientre o ligada a nosotros por la sangre, por el afecto o por la afinidad y por las convicciones. Eso nos mantiene. Tener un hijo desaparecido no es vivir en paz, es vivir en la zozobra. El hecho de que me hayan arrebatado un hijo es terrible, no se lo deseo a nadie, no se lo deseo ni siquiera a quienes se lo llevaron.”
En 1978 Rosario convocó a una huelga de hambre en los muros de la Catedral Metropolitana. Gracias a esta huelga se logró la Ley de Amnistía que puso en libertad a mil quinientos presos políticos, permitió el regreso de cincuenta y siete exiliados y se obtuvo la dimisión de dos mil órdenes de aprehensión: “Rosario ha demostrado que la lucha sí sirve; que no es correcto quedarse en el dolor y la queja individuales, que no es suficiente la gestión y el trámite legal, especialmente frente a una práctica absolutamente ilegal como es la desaparición forzada de personas.”
Los siguientes años fueron itinerantes para Rosario, quien se entregó en cuerpo y alma a recorrer el mundo para llevar su denuncia. Por su lucha y acciones fue candidata al Premio Nobel de la Paz en 1986, 1987, 1989 y 2006. En este periodo fue también diputada y senadora.
En 1982 Rosario se convirtió en la primera mujer en nuestra historia en ser candidata a la Presidencia de México, por parte del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT); algo insólito si se toma en cuenta que hasta 1953 la mujer mexicana alcanzó el derecho a votar, esto en un entorno machista recalcitrante.
En su columna, que redacta desde 1976 en El Universal, Rosario escribe: “(…) Es muy dolorosa la desesperanza; produce en nuestras almas una enorme tristeza y la pena de sentir que nuestra larga lucha no ha logrado acabar con las enormes injusticias que se siguen cometiendo. Y el dolor más punzante, el que más nos lastima, es no saber lo que sufrieron nuestros seres queridos y sobre todo ¡no haberlos recuperado!”.
Desde su departamento en el Edificio Condesa, Rosario sigue incansable, levantándose a las cinco y media de la mañana y acostándose hasta media noche: “Ya no gasto mucho porque ya no ando de presumida a la última moda. En lo que siempre he gastado mucho es en libros, y leo todo lo que compro. Me gusta comer cosas sencillas, pero eso sí carne, porque como buena norteña si no como carne siento que no comí. Ya vez lo que decía Vasconcelos: ‘en Monterrey se acaba la civilización y empieza la carne asada’.”
Vale la pena ver el documental Rosario, dirigido por Shula Erenberg.
Cuesta $25 verlo aquí: https://www.filminlatino.mx/pelicula/rosario
Gerardo, este artículo, como los otros que he leído de usted aquí, tiene tantas vertientes para elegir, reflexionar, debatir… que procuro elegir la que hace la diferencia hacía algo mejor, no porque, como dijo Saramago, sea optimista y esté encantada con lo que hay, sino porque cada uno se debe aferrar a los cambios que si se logran o logramos y generar más, generar algo mejor, por supuesto la fuerza de esta mujer Rosario Ibarra es inspiradora y su historia y la de miles de Rosarios, tiene un montón de matices emocionales increíbles por una parte y desgarradores por otra, por decir lo menos. “Hasta en la tragedia, hay belleza. Tarkovski” los cambios que logró con su lucha incansable esta Mujer, no son cosa menor.
Somos la especie que piensa, que evoluciona según dicen, sin embargo los animales no se extinguen entre sí porque sí, no se casan, ni precisan tecnología, solo viven y se adaptan y adaptarse denota gran inteligencia.
Gracias siempre!! un abrazo!!!
Toda la razón, estimada Ángeles!…somos la única especie que no ve la hora de meterle el pie al semejante. Qué hermosa frase, “hasta en la tragedia hay belleza”, no la había escuchado!
como siempre mil gracias por leer, Angeles, le mando un cariñoso abrazo y que tenga una semana estupenda!
Gracias. Un gran ejemplo de entrega, tenacidad y esperanza.