A Marta Mendía de Castro y Souza, por su sensibilidad.
Salias de Biarn, Francia, 10 de septiembre de 2015.- Cuando vivía en México hacía con frecuencia un trayecto por carretera. Al menos una vez por mes. Manejaba de la Ciudad de México a Aguascalientes por la autopista, pasando siempre por el tramo inmundo de camino federal que mal que bien comunica León de los Aldama con Irapuato. En ese pedazo había – quizás ahí siga– un espectacular que defendía la vida del ser humano desde la concepción. Estaba compuesto por cuatro cuadrantes. En uno aparecía un manatí y abajo decía protegido. En otro aparecía un tigre de Bengala y abajo decía protegido. En el tercero aparecía un delfín y abajo decía protegido. Y en el cuarto aparecía un feto y abajo preguntaba: ¿protegido?
Es de todos sabido que el estado de Guanajuato es muy católico. Y es del dominio de la mayoría que la Religión Católica condena el aborto.
A mí siempre me llamó la atención el espectacular que acabo de describir con la ayuda de mi débil memoria. Esto se debe a que la razón por la que manifestaba que debe prohibirse el aborto me gusta para que se tambalee como una palmera en medio de un huracán. Nada tiene que ver un delfín con un hombre. Los delfines son mucho más simpáticos. Tampoco tiene que ver un hombre con un manatí, porque los manatís son inmensos y en Sea World han hecho peluches de ellos a los que uno puede apachurrarles la panza para que digan cosas graciosas, mientras que al niño, cuando uno le apachurra la panza, lo más seguro es que vomite algo de Gerber y que se ponga a llorar de forma estridente. Y, sobre todo, el ser humano no está en peligro de extinción. En esas nos viéramos.
La gente que defiende el derecho de la mujer a abortar dice que la mujer puede hacer lo que quiera con su cuerpo. Esta también me resulta una razón insuficiente – más bien errónea – para defender un derecho. Cualquier que entienda algo de la reproducción de los mamíferos podrá comprender que un individuo indefenso que se gesta dentro de otro cuerpo y que ya parece una persona – casi siempre con dedos, una cabeza, orejas y una nariz, y en algo así como la mitad de los casos un minúsculo pito -, es en sí un ente distinto de la madre. Quien quiera defender su derecho a abortar pensando en esto deberá fortalecer sus argumentos.
Leí en algún lado que un médico que practicaba abortos todo el rato, descubrió un día un sistema para escuchar al feto. Parece que los gritos, gemidos y quejidos que oyó hubieran conmovido incluso el corazón del insensible doctor Mengele. Luego vino la imagen famosa, aquella de la manita que se asoma por entre los labios de la vagina de su madre y que se pone a apretar el dedo del médico abortante. Esto también hubiera conmovido a Mengele y casi me da por afirmar que incluso a Himmler y al Rey de Escocia.
Una mujer que ha quedado embarazada luego de una violación plantea serios problemas entre contra abortistas. Y razones muy contundentes entre pro abortistas. ¿Por qué tendría una mujer vejada que parir a un infante producto de la violencia? Los anti abortistas dirían que el niño no tiene la culpa y que hay que salvaguardar la vida. En el caso de una mujer que quiere abortar porque ha quedado embarazada luego de largas y apasionadas sesiones no protegidas del suave y dulce con un novio fogoso, tendría que pensar más bien en que a cada acción corresponde una reacción y que hay que responsabilizarse de los actos del sensualísimo rebote.
Todo esto me lleva al día de ayer, cuando viajaba en un tren entre París y Biarritz y me puse a – ¡oh, santo ocio! – leer unas preguntas y respuestas de gente poco sofisticada en lo intelectual en un sitio llamado “Yahoo Answers”. Había dos que eran simplemente geniales. En la primera, un tipo se quejaba de que una mujer insistía en achacarle la paternidad de un niño que ella estaba por parir. Y él, que no tenía tantas ganas de entrar en el descalabrado mundo de mantener a gente que babea y no puede encontrar frutas en el bosque para alimentarse, preguntaba: And what if the girl is not the mother? A mí nunca se me hubiera ocurrido esto como argumento de defensa. Simplemente impecable. Otro, que había embarazado voluntariamente a su mujer, más bien estaba preocupado: la hembra llevaba seis meses sin que le llegase la regla. Su pregunta: And what if the kid is drinking the blood? A veces me sorprendo cuando me doy cuenta de que mi insensibilidad obstruye mi capacidad de preocuparme por cosas tan graves.
Y hablando de sangre, trato ahora de ir a mi punto: Sangre, fetos y razones cuestionables. Yo no he venido aquí a dar mi punto de vista sobre el aborto, que yo sé lo que pienso al respecto y sé también que a nadie importa. Pero hay que ser coherentes: esta columna trata de arte contemporáneo y algo me hace pensar que los diez millones de lectores que me siguen estarán hasta ahora defraudados. La cosa adquiere sentido ahora que revelaré que quiero hablar de Paula Rego, una artista portuguesa que tiene un museo en Cascais y que ha producido una controversial serie de pinturas sobre el delicado tema que hasta ahora el de la pluma viene tratando con censurable ligereza.
Curiosamente, Paula Rego no tituló su serie conocida como O aborto. En ella, la pintora plasma la soledad de la mujer en un momento tan difícil de soportar y de consecuencias tan complicadas de asimilar. Plasma los sentimientos de culpa, arrepentimiento, dolor, necesidad, duda… Será más que evidente que su obra pretende concientizar, sin más, sobre la necesidad de la mujer que quiere abortar de tener para hacerlo adecuadas condiciones de higiene, limpieza, acompañamiento y consuelo. Hay, claro, quien afirma que la obra no es más que una crítica al actual sistema legal portugués, que no admite el aborto, y da lugar entonces a que las mujeres se deshagan de sus fetos en condiciones peligrosas, complicadas, dolorosas. Ella no dice nada con palabras. Repito: ni siquiera le puso título a la obra. Las imágenes hablan más. Que cada quien saque sus conclusiones.
Parecerá miope de mi parte, o voluntariamente ciego, ya de plano, que me dé por plantear una pregunta tan gazmoña: ¿Esta serie de la Rego directamente condena el aborto? Sin duda, claramente, manifiesta una queja en contra del cuadro legal que para esos efectos rige en su país. ¿Pero por qué no preguntarnos si quizá simplemente quiere retratar lo que el aborto es y lo que implica? Paula Rego, a lo largo de su trabajo, ha sido constante en un interés por retratar la condición de la mujer en nuestro tiempo. Y el aborto es un problema que físicamente no toca más que a la mujer, aunque habrá quien siempre olvide que anímicamente, en ciertos casos, también toque a los hombres… cuando estos son valientes[1].
Y ella, pues no lo sé. Es una artista muy talentosa, que no dudo que abreve en Goya y en los desastres de la guerra – mirando los lápices de la Finca del Sordo alguno podría creer a priori que Goya condenaba la crueldad de la guerra, pero quienquiera que conociera el temperamento de aquel gordo podría afirmar que contra la violencia él nada tenía-. Claro que uno puede imaginarse que también abreva en Hockney, en Grosz y, yo agregaría – en lo que toca a la estética – en Balthus. Sea como sea, Paula Rego es una artista capaz de transmitir soledad, confusión, turbulencia anímica, dolor, sufrimiento, agonía y horror. Su trabajo hace vibrar. A diferencia de una lista bastante larga de auto denominados artistas que conozco (esta lista no habría sido del manejo de los machiguengas, por ejemplo), Paula Rego logra mover la sensibilidad de quien observa sus pinturas. Y eso está muy bien. Estén los contempladores en pro o en contra del aborto.
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[1] Se conocen pocos casos de hombres valientes. A los autores de “L’art de vérifier les dates” – París, 1770 – se les había ocurrido el proyecto, pero ya en el siglo XVIII la información no daba más que para un escueto folleto de una cantidad de páginas que no hubieran planteado ningún problema de conteo a los indígenas de la tribu de los machiguengas, por lo cual lo abandonaron.
Twitter: @Diegodeybarra