Los vericuetos de la memoria

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“Corren los caballitos

Los grandotes y los chiquitos

Porque allá en la caballeriza

La comida se sirvió”

(Cri-Cri)

 

 

 

Un museo no tiene por qué ser un lugar de solemnidad en el que uno tenga que tomarse todo con solemnidad.  Viskin lo sabe.

 

En la obra de Boris Viskin hay referencias recurrentes a pintores, escritores, músicos y cineastas, nos dice Iñaki Herranz, curador de la última muestra del artista.  En su texto curatorial recalca que en el trabajo de Viskin son constantes las alusiones a la historia del arte.  Sí: Corot, Durero y Piero de la Francesca, por citar a poquísimos.  Y también a filósofos, científicos y escritores: Einstein, Heidegger y Duras, por mencionar nomás a tres.

 

Las referencias de Viskin son las que puede hacer alguien que ha visto, leído, estudiado.  Pero en esa su última muestra hay también referencias de otro tipo.  Referencias más mundanas.  Menos complejas y sofisticadas.  Más ligeras y campechanas.  Referencias a la cultura popular y a los recuerdos de la infancia.

 

Una pieza que me entretuve mirando, ahí en medio de una sala circular del MAM, fue una que se llama Monumento al caballito, y que es algo así como un obelisco coronado por un vasito de esos que se usan en México para tomar tequila.  Se trata en este caso de una múltiple referencia vernácula que casi solamente podría ser comprendida por un mexicano: un homenaje a un caballito de tequila, un homenaje al caballito de Tolsá que está en el Centro Histórico de la Ciudad de México, y un homenaje a Cri Cri, porque en la cédula que describe la pieza el autor mandó poner un extracto de una canción del grillito aquel.

Boris Viskin.  Monumento al  Caballito

(Boris Viskin.  Monumento al caballito)

 

Cri-Cri era para los niños.  A mí me lo ponían.  A mí y a mis hermanos.  A mí, a mis hermanos, y supongo que a una infinidad de niños en México.  Me deprimía terriblemente.  No sé qué era lo que me causaba tanta angustia y tanta tristeza de oír al grillito cantor.  Creo que la voz de Gabilondo Soler me inquietaba.  Y acordarme de aquella canción del niño que no se quería tomar la leche porque ora estaba muy fría, ora muy caliente, es cosa que incluso hoy, más de veinte años después, me sigue llevando a un estado de tal desconsuelo que tengo que aguantarme las ganas de llorar.

 

Otra cosa que me provoca unas irrefrenables ganas de hundirme en el llanto más amargo es una escena de una película biográfica de Gabilondo Soler.  Una escena en la que una vieja está vendiendo rosas.  El actor le compra una y luego se la regala.  Y no es que esto me conmueva.  Simplemente me pone triste.  Profundamente triste.  ¿Era en blanco y negro la película?

 

Curioso lo que hacen las memorias.  Parado ahí, en medio de aquella sala circular, de pronto me di cuenta de que mi infancia no había sido tan feliz.  Y todo por culpa de Cri Cri.  Lo bueno es que uno tiene la capacidad de distraer a la mente y llevarla por senderos más luminosos cuando los túneles parecen no querer abrirse.  Fue gracias a esta capacidad que logré vincular ese Monumento al caballito con algo que me rescató de hundirme en la depresión.  Varias personas me han dicho que en algún lugar de la costa del Pacífico hay una casa construida sobre un risco.  En la parte más alta de la construcción, espacio que para estos efectos llamaremos azotea, el propietario ha mandado poner una larga escalera que no conduce a ningún lado.  Hasta arriba de la misma ha acomodado, para dar la bienvenida a los extraterrestres, una botella de tequila.  O una botella de mezcal.  O las dos cosas.   Con algo de paciencia, tal vez un día el anfitrión reciba a sus esperados visitantes.  Y capaz que tienen mejor facha que nosotros.

 

La esperanza le dijo a Kasper Hauser, le dijo a Viskin y nos dice a los ilusos que la belleza llegará después.  Por lo pronto, si todo se ve demasiado negro, tratemos de observar la realidad con algo de sentido del humor.  Porque si no es con humor ¿cómo se le hace entonces para sobrellevar la tantas veces pesadísima existencia?  Sí.  Hay que ver todo con sentido del humor.  O al menos tratar.  Como hace Viskin.  Aunque de repente se nos atraviese Cri Cri con su generosidad de regalador de rosas.

 

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