Senos

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En una galería parisina, a medio coctel inaugural de una muestra de arte contemporáneo, un hombre sorprende a la concurrencia cuando grita “ceci n’est pas un sein!”, al tiempo que con un manotazo le rasga la blusa a su hija, que está parada al lado de él y que no lleva sujetador.  Los asistentes interpretan el acontecimiento de distintas formas.  Unos creen que están presenciando un performance, que eso pasa en el mundo del arte hoy y que hay que seguir tomando champán; otros, un poco más enterados, afirman que se trata de la manifestación espontánea de un artista de vanguardia que está haciendo una referencia clarísima a Magritte; los más francos, por su parte, saben que el hombre simplemente está diciendo una verdad, pues es una evidencia que el seno expuesto abulta muy poco y que por lo tanto no escandaliza.  Pero sólo los más cercanos al padre de la niña cuyo seno izquierdo ha quedado momentáneamente al aire saben la verdad: que el hombre está perfectamente ebrio y que con una botella de vino encima es capaz de hacer ese tipo de desfiguros.

 

La mujer pechos al aire se ha representado desde la Antigüedad.  En la Grecia Clásica era importante que los senos fueran de un tamaño que diera al conjunto escultórico una simetría correcta.  En otras culturas y en otras épocas el interés iba más por la opulencia y la voluptuosidad (esto lo podemos comprobar observando los relieves de los templos de ciertos lugares de la India).  En Occidente los senos al descubierto han aparecido en las representaciones de vírgenes amamantando niños, pero también en la iconografía de Santa Ágata, patrona de las nodrizas, salvajemente mutilada; en los retratos de amazonas, que se cortaban el seno derecho para que no les estorbara al momento de disparar con el arco y la flecha; y en imágenes directamente provocadoras, en las que los artistas pintaron a la mujer en su calidad de poseedora de un arma fatal de seducción.

Escuela de Fontainebleu. Retrato de Gabrielle d’Estrées y su hermana
Escuela de Fontainebleu. Retrato de Gabrielle d’Estrées y su hermana

Hay un cuadro que siempre me ha parecido ambivalente, porque en él el seno es al mismo tiempo un seno maternal y un seno erotizado.  Se trata de la famosa pintura de Jean Fouquet que se reproduce aquí abajo y para la cual sirvió de modelo Agnès Sorel, amante del rey Carlos VII de Francia.  Nótese el gesto de alarma del querubín rojo que está justo detrás del seno expuesto.  Nótese también algo curioso: el seno descubierto no tiene una caída muy natural.  Y se adivina que el que está tapado tampoco.

Jean Fouquet. Virgen con el niño o Díptico de Meulun
Jean Fouquet. Virgen con el niño o Díptico de Meulun

Esto de la caída natural de los senos me transporta a mi cena del martes, sentado con un amigo francés en un restaurante de Polanco.  En algún momento vimos que empezaron a llegar muchos hombres y mujeres que se fueron a acomodar al fondo del salón.  La mayoría llevaba camisetas de algún equipo de fútbol.  Fue entonces que nos dimos cuenta de que iban a ver un partido que se transmitiría ahí por una pantalla inmensa.  Las mujeres llevaban los jerséis deportivos íntimamente pegados al cuerpo.  Mi amigo me hizo notar que la mayoría de las mujeres tenían pechos falsos.  Me dijo que eso siempre le había llamado la atención de México, Colombia y Venezuela, los tres países latinoamericanos con los que tiene algún tipo de relación.  En esos lugares, en ciertos medios, operarse las tetas es prácticamente una obligación.  Eso piensa él.  Fue entonces que me acordé de “Sin tetas no hay paraíso”, un libro de Gustavo Bolívar en el que el personaje principal, Catalina, es una niña que quiere trabajar como prostituta para los miembros de las mafias de la droga, pero como a este tipo de individuos les gustan los pechos grandes, primero necesita conseguir dinero para hacerse implantes.  Pero esto sucede en América Latina.  ¿Por qué no existe tal furorpor las cirugías estéticas de la zona pectoral en países como Francia?  Será culpa de Simone de Beauvoir?  ¿Y será entonces que, puesto que la lectura de Simone de Beauvoir no permeó lo suficiente en América Latina, ciertas mujeres de estas latitudes seguirán presentándose a hombres estancados en la etapa de lactancia como objetos sexuales de relativa asimetría?

 

El miércoles por la noche se inauguró un espacio llamado KOMMA en la calle de Colima.  El acontecimiento central fue un performance del fotógrafo Bernardo Aja.  Una pared desnuda.  Un bote con pegamento para espectaculares.  Una escoba.  Cuando todo mundo estuvo reunido y atento, la tormenta comenzó.  Pablo Gutiérrez leyó un texto sobre la valentía para enfrentar los miedos, para caminar en la lluvia, para salir del sendero, para mostrarnos como somos.  Entre párrafo y párrafo, el artista fue pegando en el muro tiras de papel que terminaron conformando una fotografía de gran formato.  Luego, pegó una sección fotográfica descontextualizada del lado izquierdo.  Luego otra, de otro formato, en la parte superior; finalmente una última – un seno – en el cuadrante superior derecho.  Luego se volteó y agradeció.  Y la gente aplaudió efusivamente.

 

Bernardo Aja Performance De la serie Tormenta
Bernardo Aja Performance De la serie Tormenta

 

Me quedé mirando el resultado, pero no pude pensar mucho.  La historia daba para mucho análisis.  El juego había sido divertido: le jeu de coller[1] una serie de elementos para formar un collage que al final daba una composición fotográfica perfecta pero sin por ello dejar de ser collage en su naturaleza y de tener elementos adicionales propios de una obra de ensamble.  Pero todo esto lo pensé después.  En ese instante la cabeza no me dio para eso, porque sólo me dio para pensar en un seno.  Porque un seno – sea éste uno de amamantar, uno mutilado, uno seductor, uno de a mentiras o uno que de forma arbitraria ha sido pegado en la parte superior derecha de una fotografía de gran formato – no es susceptible de dejar de azorar.

 

 

[1] El juego de pegar

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