¿Otra década perdida para México?: 2004-2013

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Ante el vigésimo aniversario del inicio del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (TLCAN-Nafta), que se dio simultáneamente con el alzamiento armado del EZLN (Ejército Zapatista de Liberación Nacional) en Chiapas, ha corrido abundante tinta sobre si el Tratado ha beneficiado productivamente o no a México.  Aún reconocido que el comercio entre México y Estados Unidos (USA) se acrecentó y de que “faltó amarrar cosas en el TLCAN” (Jaime Sierra Puche, Cartera, el Universal, 7 de enero de 2014), es evidente que la simple numerología, la coyuntura, y las visiones insulares impiden ver el bosque de lo que ha sido la economía Mexicana, a partir de sus principales indicadores.

Es innegable que el comercio con USA creció, que la inversión extranjera incrementó inicialmente sus flujos a México y que el establecimiento de maquiladoras disparó el empleo en la frontera norte.  Aún más, sin duda el TLCAN hizo, junto con el petróleo, que la crisis 1994-1998 fuera menos cruenta de lo que fue, especialmente en materia de empleo y, por lo tanto, del achicamiento del mercado interno que posteriormente se dio por la caída del consumo privado y la mortandad empresarial de la pequeña y mediana empresa.  Sin embargo, más allá de su primer impacto sobre la economía nacional, la década pasada puede ilustrar como evolucionó la economía nacional, con respecto a otras economías del continente, a pesar del TLCAN o probablemente como consecuencia del la política económica del Tratado,.

El recuento relativo de México con los otros países de la región latinoamericana, correspondiente a la segunda década del TLCAN, arroja resultados nada halagüeños para la economía nacional y hace temer que su tendencia declinante se mantenga en el mediano plazo (Balance preliminar de la economía de América Latina y el Caribe 2013, ONU-CEPAL).  Ante tal situación, huelga discutir si el TLCAN ha resultado positivo para el crecimiento del país; en todo caso, los expertos en materia del comercio internacional y de la economía industrial, pasada el agua bajo el puente, podrían explicar porqué no se obtuvo el resultado prometido, al menos en materia de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB), el empleo y el mejoramiento de los salarios.

Tales temas, entre otros, son en los que los gobiernos post-inicio del TLCAN han resultado fallidos en sus logros.  Sin duda, de ello se podrían extraer lecciones para abordar la nueva oportunidad que se le ofrece a México por la reindustrialización de USA, que va más allá de su boom energético, pero que es producto de la nueva estructura económica global y de la política deliberada del gobierno norteamericano.

En el desempeño de América Latina y el Caribe 2004-2013 del crecimiento del PIB y, consecuentemente, del PIB per-cápita México presenta un resultado sombrío (David Márquez Ayala, www.vectoreconómico.com.mex).  En tanto el crecimiento promedio anual del PIB en la región fue de 3.97%, México alcanzó 2.64%.  De igual forma, mientras que la región logró un crecimiento promedio del PIB per-cápita de 2.76%, nuestro país apenas obtuvo 1.41% de crecimiento.

Estas cifras agregadas, adversas ya en sí, enmascaran una realidad aún más grave para el país. En la década pasada, México fue después de Haití y El Salvador la economía que menos creció.  Situación enfatizada por algunas fracciones en la pasada legislatura federal y señalada por el Candidato Enrique Peña Nieto (EPN) en los debates presidenciales.  Así, como consecuencia del magro desempeño de la economía, el crecimiento nacional del PIB per-cápita fue el tercero más bajo, de la región.

Obviamente, en un proceso circular, en México el mercado nacional ha dejado de ser un motor de la economía, y el bajo crecimiento ha hecho que se estreche aun más.  Por lo que en 2009 nuestro país fue el que más decreció, como resultado de la crisis internacional.  En contraste, Brasil decreció únicamente 0.3% y Chile, 1%, en tanto Colombia creció 1.7% y Argentina cerca del 1%.  Países muchas veces referenciales para México, tanto para la definición de las políticas nacionales, como por su relativo tamaño económico.

Dicho de otra manera, en virtud del estrecho mercado interno y de la alta dependencia externa de la economía, la crisis internacional afectó más fuertemente a México que al resto de América Latina y el Caribe.  En este contexto, economías secularmente estancadas, con recurrentes episodios de inflación, como Argentina, Bolivia, Ecuador Perú y Uruguay, por sólo citar a las más representativas, en la década pasada alcanzaron una tasa promedio de crecimiento del PIB por arriba del 4% y entre 2010-2012 algunos de estos países lograron crecer por arriba del 6%, tasas muy altas a las logradas por México.

Indiscutiblemente, una variable fundamental para explicar el crecimiento del PIB, por el lado factorial, es la formación de capital; es decir la inversión productiva.  El rezago relativo de la inversión de México frente a los otros países de la región explica su bajo crecimiento, pero también la parsimonia de su dinámica productiva.  En 2004 la formación bruta de capital de México era 20.8% en relación al PIB, siendo el promedio en la región de 17.9%.  Para 2013 se estima haya sido de 22.2%, casi el mismo nivel de 2012, mientras el promedio regional fue de 23% del PIB.

El énfasis en la inversión de casi todos los otros países de América Latina explica su rápido crecimiento y el rezago relativo de México.  De esta manera Colombia, Chile, Argentina, Ecuador y Venezuela han logrado tasas de formación de capital de alrededor de 25%.  El caso más sobresaliente es el de Perú que en 2012 y 2013 logró tasas de formación de capital por encima de 30% del PIB.  Sin mayor inversión no hay mayor crecimiento; esto no sólo lo enfatiza la teoría, sino también los hechos lo evidencian.

Indudablemente, en la formación de capital la inversión extranjera directa desempeña un papel crucial.  Sin embargo, este tipo de inversión se dirige normalmente hacia economías dinámicas y con un amplio o potencial mercado interior; circunstancia que no parece corresponder a México.  Así, en tanto México recibió en 2004 un poco más de 20 mil millones de dólares de inversión extranjera directa que representó el 41% de la inversión extranjera total de la región, se estima que en 2013 fue de alrededor de 24 mil millones de dólares, siendo sólo el 17% del total de la región, que alcanzó casi 150 mil millones de dólares.  Ciertamente los flujos de inversión extranjera productiva se han dirigido hacia otras economías más dinámicas, manteniéndose relativamente sin mayores cambios absolutos para México.

Sin un mayor análisis de las cuentas con el exterior, el déficit en cuenta corriente creció en la región aceleradamente entre 2012 y 2013, compensado con la entrada de capitales, en tanto en México pasó de casi (-) 14.6 mil millones de dólares a (-) 17.5 mil millones.  Sin embargo, por un mayor déficit comercial, remisiones de pago de intereses, regalías, entre otros conceptos, es probable que las presiones para México sobre esta cuenta se amplíen.  Máxime si se considera que la deuda pública externa y la deuda nacional alcanzan ya del orden de 230 mil millones de dólares.  Elemento que ha sido el Talón de Aquiles nacional con el exterior en las pasadas crisis.

De acuerdo a lo anterior, la dinámica productiva de la región latinoamericana demuestra un adverso resultado para México.  En el periodo 2004-2013, México fue el país que menos creció después de Haití y El Salvador también uno de los que menos mejoró en su ingreso per-cápita.  La baja formación bruta de capital, es decir la falta de mayor inversión, ha hecho que las perspectivas económicas para el país no resulten halagüeñas.

Es posible que la apertura petrolera y la reforma fiscal puedan alentar la inversión extranjera y la inversión pública, lo que haría crear nuevos escenarios para la economía nacional.  En tanto ello sucede -si es que sucede en el mediano plazo- en el corto plazo la deuda pública nacional crecerá en 2014, se tendrá que lidiar con las presiones inflacionarias derivadas de un mayor gasto público y el aumento de los impuestos, en tanto la demanda de mayor empleo seguirá generando una mayor informalidad.

Ante la evidencia de una década perdida, la pregunta que deberíamos hacernos es saber ¿qué salió mal? O al menos ¿que salió mal, a pesar del TLCAN?

Bien preguntó en 2010 una indígena aimara, del Perú, ¿sigue mal México?

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