Ideas preconfiguradas

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Las flores saben lo que nosotros muchas veces no queremos aceptar.

Ciudad de México.- Escribo esto al inicio de una época en que ya casi no hay aquello que da color. Hoy amaneció haciendo un frío particularmente del carajo. Un grado centígrado marcaba el termómetro cuando inesperadamente me levanté, sin ganas pero ya sin sueño, en un horario que normalmente correspondería a aquel en el que normalmente me duermo. Ya para las nueve, cuando con dedos temblorosos escribía un cuento que pretendía espantar más que La caída de la casa de Usher de Poe, la aguja marcaba los ocho grados. Pero yo no sabía si la temperatura decretada era la del interior de mi departamento, que da al norte -este dato tendré que verificarlo- o si correspondía más bien a la realidad callejera. En esta temporada ya no hay aquello que da color. Deja de haber flores. No las hay ya para estos tiempos en Europa, y en México están tristes. Me pongo a pensar en la obsesión por las flores en las culturas de todas las épocas, en la obsesión por los alcatraces de Diego Rivera, la obsesión de Frida por la endémicas de su tierra, las que usaba de sombrero; la de Van Gogh por las flores amarillas que miran al sol cuando lo encuentran, la de Monet por los lirios de agua y, claro, la obsesión de Thomas de Quincey por la papaver somniferum (en realidad más por su producto); en la pintura europea romántica la obsesión por las flores que sirven de coronas, las que pueden flotar un tiempo en un río que corre hacia abajo arrastrando un cuerpo inerte, flores que se dan sólo por temporadas, a diferencia de lo que sucede en países más consentidos de la naturaleza, como verbi gratia, en principio, éste en el que vivimos.

Claude Monet. Nenúfares
Claude Monet. Nenúfares

Pero las flores saben lo que nosotros muchas veces no queremos aceptar, quizá porque no nos lo han enseñado: que se les ha condenado a enarbolar el concepto de alegría, y ellas no tienen por qué siempre iluminar. Esta época es buen tiempo para flores marchitas. Para flores como las flores del señor Des Esseintes, flores como aquellas flores que ese personaje decadente, obsesivo, misántropo y desencantado mandó pedir de distintas latitudes para alimentar su morbo y su decepción: esas flores que tenían que ser unas más feas que las otras, escalofriantes, espantosas, horripilantes, perturbadoras. Esas flores magistralmente descritas por Huysmans en À rebours, y que no sabemos bien dónde es que existen: flores con garras, flores con colmillos, flores que hacen muecas, flores de colores pálidos, de colores sepias, de colores apagados: guinda, ocre, verde olivo, marrón de roble y gris de ceniza; flores del color de la mierda de los enfermos de tuberculosis, del color del vómito de los dipsómanos terminales y del color de la cerilla de los vagabundos que duermen cuando pueden en alcantarillas hediondas.

Vincent van Gogh. Girasoles.
Vincent van Gogh. Girasoles.

Mal nos han acostumbrado aquellos elementos de la naturaleza a predisponernos a la alegría, mientras que otros nos han impuesto a sentimientos de desesperanza. Creemos que las flores son la dicha y la bondad, y que el sol debe ser procurador de la alegría y de la vida; olvidamos que también a éste, al que los cursis llaman astro rey, sabe quitarla (no hay que dejar de lado que al Míster Jones de Horacio Quiroga la muerte vestida de blanco lo arrancó de una insolación, y que las ampollas que a cualquiera provoca el sol candente suelen convertirse en llagas).

Hay flores de invierno, y soles del infierno, soles que queman y destruyen y flores que provocan escalofríos. Lo bueno engaña, lo malo se nos presenta cada vez con mayor frecuencia y nos hace tropezar con el miedo, y las verdades son, siempre, relativas. Los conceptos se pervierten, y nuestras preconcepciones se nos revelan. Sobre todo en momentos turbios. Como éste.

Manuel González Serrano. La flor de la alquimia
Manuel González Serrano. La flor de la alquimia

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