El vestigio de una ausencia

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Uno no puede evitar el regreso a los espacios que ha habitado, aunque hayan sido destruidos, aunque hayan sido transformados, aunque ya no sean localizables.

“I’m not interested in the crime. It’s the room where the crime has happened. It’s the kitchen, the dishes. You can put the people there by yourself.”

Mamma Andersson

 

Ciudad de México.- Behind the curtain. Así se llama la más reciente exposición que le montaron a la artista sueca en la galería David Zwirner. Yo la vi y me gustó mucho. La vi por internet, claro (me pasó lo de siempre, de un tiempo a esta parte: quería ir a verla in situ, pero cuando busqué dinero en las bolsas ya no estaba ni el billete del Metro de la Ciudad de México, que siempre guardo como precaución por si un día me asaltan o me secuestran y me dejan tirado en el quinto pino). La pintora trabaja en Estocolmo y se llama Mamma. Si usted lee estas últimas dos palabras en voz alta verá que se trata de cacofonía pura. Ignoro si la mujer efectivamente se llama así. Si es el caso, entonces los padres son unos provocadores. Pero ella no. Ella, en cambio, no. Ella es una evocadora. Ella sugiere, no representa. A ella, que le gusta el teatro, no le interesan las actuaciones, sino el lugar donde las cosas suceden. Le seducen los settings. En su obra no hay presencias. Quizá sólo encuentre uno, en esos cuartos, en esos paisajes íntimos, en esos espacios negados – aparentemente – a nuestra visita, el vestigio de la presencia del hombre.

Mamma Andersson expuesta en la galería David Zwirner
Mamma Andersson expuesta en la galería David Zwirner

Esos cuartos tienen olores. Y humedades. Eso se siente. No importa que no estén los personajes, con sus tristezas y sus alegrías; y sus tedios y sus molestias; y sus quejas y sus carcajadas grotescas. Ahí han estado. Y seguramente ahí volverán a estar en cualquier momento, para perturbar la paz que no se ha generado nunca del todo, porque siempre -bichos que acostumbran dejar su estela- siguen alterando los ambientes con sus vibraciones incómodas.

Pocas veces los personajes aparecen físicamente en su obra. Y cuando esto sucede, en realidad no están presentes. Su turno de tener predominancia sobre el escenario no ha llegado. Y con la Andersson, este turno nunca les corresponderá: aparecen minimizados, volteados (lo niños castigados, con las caras apoyados sobre las superficies frías de los pupitres del salón de clases), de espaldas, y allá en los rincones de los escenarios, rezagados. Son personajes secundarios de los espacios que ellos mismos han creado.

La evocación de la presencia pasada -y futura- del hombre que todo lo calienta y todo lo enfría, y todo lo apesta y todo lo perfuma; y todo lo fabrica y luego todo lo destruye.

Hay cosas de nuestras vidas que están volviendo siempre. Hay cuartos a los que retornaremos, aunque hayamos salido de ellos hace mucho tiempo (nunca hacemos caso: volvemos al lugar donde hemos sido felices, y la felicidad ya nunca nos la volvemos a topar). Uno no puede evitar el regreso a los espacios que ha habitado, aunque hayan sido destruidos, aunque hayan sido transformados, aunque ya no sean localizables. ¿Será que los cuartos, los paisajes, los rincones y los escenarios teatrales en los que actuamos, en suma, sólo existen verdaderamente en la memoria?

Ahí están los lugares. Y en ellos el crimen ha ocurrido. Y en ellos el crimen debe -porque puede- volver a ocurrir. Aunque nosotros no estemos. Aunque nunca se nos vea, y de nosotros sólo quede el vestigio de un maldito pasar.

Mamma Andersson. Kitchen
Mamma Andersson. Kitchen
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