El título, Sólo quiero hacerte feliz, me parece fantástico por ser una gran ironía de la vida familiar: ninguno es feliz y ninguno hace feliz al otro.
Ciudad de México.- No quería escribir la reseña de Sólo quiero hacerte feliz sin haberla visto por una segunda vez. Mis ojos tenían que comprobar si la primera impresión no fallaba, si mi entusiasmo instantáneo me había cegado de ver ciertos detalles.
En una casa de Cuautla, durante los setenta, Ana se encarga de cuidar a su madre enferma (hipocondríaca mejor dicho) a costa de añejarse, dejar pasar hombres y mutilar experiencias vitales. La hija se sacrifica (¿?) por la madre mientras que para sus hermanos en el D.F., Rey y Raquel, cualquier pretexto es bueno antes de ir a visitar (ya no digamos cuidar) a su madre.
En pleno éxtasis (mezclado con depresión), Ana decide vivir un affair con su cuñado, Mauricio. En la fantasía no existe alguna prerrogativa moral. Raquel castra a su marido sistemáticamente mediante el dinero y una supuesta superioridad intelectual, por lo tanto, el acuerdo les convenía a ambos: una se escapaba de la neurosis, el otro de la dictadura matrimonial.
Y casi en lo que los psicólogos llamarían un acto fallido, Ana convoca a sus hermanos para cuidar a su madre, alias Mamuy, mientras ella tiene unas merecidas “vacaciones en Acapulco”. Con la intención de hacer más verosímil esta mentira, Mauricio esperaría a Ana en alguna plazuela de la ciudad y de ahí se irían a vivir su fin de semana de sexo salvaje.
Todas las fantasías se rompen con la realidad y en mayor medida, las sexuales. Cuando Ana recibe a su hermano y cuñada para darles los lineamientos del cuidado de la madre y la casa, se atora. Es incapaz de salir de esas cuatro paredes. Se refugia en la moral: no va a la cita con Mauricio, se aferra a la profesión (auto) impuesta de enfermera y decide vivir el “hubiera”.
La falsa salida de Ana del entorno familiar hace una especie de llamado a los demás miembros porque, en un sentido casi trágico, Mauricio, Raquel y Neto, el veterinario del gato y eterno enamorado de Ana, llegan a la casa para pasar juntos un fin de semana entero. Y es aquí donde arranca la historia de Alan Ayckbourn con tres obras distintas.
Cada una de ellas, que se explica por sí misma sin necesidad de ver las otras dos, retrata este reencuentro familiar en tres lugares distintos de la casa: la sala, el comedor y el jardín. En cada uno de los espacios se arma el rompecabezas de este fin de semana; en algunos los personajes se desbordan, en otros se contienen; al final, Ayckbourn hace un acercamiento a la neurosis familiar en todos sus ángulos y posibilidades.
El dolor de estos personajes se cuela en cada una de las carcajadas del público; lo mejor del asunto (o triste) es lo reconocible de este hartazgo familiar en la audiencia mexicana. Ya que vi la obra (o mejor dicho las tres obras) dos veces, puedo afirmar la maestría dramática de Ayckbourn para desarrollar tres historias sincronizadas de un mismo conflicto y todo bajo las reglas de la comedia. La estructura es verosímil y en ningún momento se siente forzada; en algunos momentos hace falta información, sin embargo, el trazo de las rutinas cómicas borra esta pequeña irregularidad.
Cuando vi Sólo quiero hacerte feliz me recordó a Escarabajos de Hugo Argüelles. Sé perfectamente las diferencias técnicas, estilísticas y de nacionalidad de cada uno de ellos (Ayckbourn inglés, Argüelles mexicano), pero lo que los hermana es su brillante capacidad para retratar a la familia como un grupo unido por la miseria.
A pesar de que varios reporteros han calificado a la obra como una comedia romántica, el verdadero talante del texto se encuentra en la caducidad de la institución familiar y su necesaria revaloración social. A mí me cautivó el pacto sigiloso de estos personajes para regodearse en la propia miseria y en la del otro; de hecho, es su única manera de relacionarse. Cuando alguno de ellos se trata de salir de esta dinámica, como Ana, la devuelven a su lugar en la maquinaria del dolor.
Por eso el título, Sólo quiero hacerte feliz, me parece fantástico por ser una gran ironía de la vida familiar: ninguno es feliz y ninguno hace feliz al otro. La crítica social propia de la comedia viene de la imposibilidad de los personajes para salirse del banquete de la miseria. Y en una cultura como la nuestra, ñoña y doblemoralina, aferrada a la idea de la familia al más puro estilo de Nosotros los pobres a costa de lo que sea, la historia funciona de una manera efectiva con la audiencia.
Ayckbourn también hace una exploración sobre lo que consideramos felicidad. Y sus conclusiones, nos llevan a pensar en ésta como una gran falacia social. Nadie sabe qué es, nadie sabe con qué se come, cómo se consigue pero cómo morimos por obtenerla. En Sólo quiero hacerte feliz descubrimos que detrás de la felicidad no hay nada y sólo nos quedamos con nuestros deseos rabiosos de que alguien más nos cargue, nos cumple, nos dé.
Amén de que Mariana Garza y Pablo Perroni son unos héroes nacionales por dirigir y mantener el Teatro Milán y Foro Lucerna (ya se ganaron un capítulo en la historia del teatro mexicano con letras de oro), debo aplaudir su gran lucidez para escoger las historias en donde están como actores y productores. Se nota una preocupación porque el público pueda significar la anécdota, así como los conflictos; no hacen alegorías autocomplacientes ni mamotretos intelectuales; hay un verdadero interés por la diversión y entretenimiento del espectador.
La dirección de Juan Ríos Cantú es impecable por dos razones: el ritmo del montaje y la construcción de los personajes. Todas las obras dependen del ritmo pero en Sólo quiero hacerte feliz estamos frente a un Ferrari que si no se sabe manejar a velocidades altas, el resultado podría ser un desastre. Esta obra se necesita hacer a 200 km/h y Ríos aconsejó a sus actores sorprendentemente para nunca desbarrancar el coche.
Me llama la atención la construcción de los personajes porque está llena de sutilezas (en segundo y tercer plano). Ríos le da una entrañable dimensionalidad al texto al propiciar en sus actores ciertos gestos, movimientos y miradas que enriquecen al drama. Mi único comentario urgente sobre la dirección de Ríos está en el planteamiento visual; como el público puede ver la obra desde cuatro frentes, hay ciertas cosas importantes para el desarrollo del montaje (miradas, reacciones) que se pierden en algunos lugares. Sería conveniente ajustar ciertos trazos para disfrutar la obra desde cualquier butaca sin tener alguna pérdida.
Aquí están mis notas sobre la actoralidad: Mariana Garza (Ana) es una actriz sin precedentes porque después de verla en una obra tan densa y oscura como Aquí y ahora (de Hugo Arrevillaga), es increíble verla en un tono de comedia de manera tan efectiva. Anahí Allué (Sara, la esposa de Rey) es el alma del montaje; destaca su maestría para hacer los cambios de tempo más complicados.
Los remates de Yuriria Del Valle (Raquel) en las rutinas cómicas merecen ser aplaudidos de pie; Ricardo Fastlicht (Rey) convence con una de las actuaciones masculinas más entrañables de lo que va del año (gracias a él pude conectar con los momentos más dolorosos de la historia). Con este comentario hacia Mario Alberto Monroy (Neto, el veterinario) no quiero sonar grosero ni descalificar sus años de experiencia: para mí es el actor revelación; su manejo de energía y economía de trabajo corporal son fuera de serie.
Dejé al último a Pablo Perroni (Mauricio) por una situación peculiar. Su eficiencia actoral es indudable; se agradece ver a un intérprete tan arriesgado como él. Sin embargo, la primera vez que lo vi usaba una peluca; en la segunda ya no la traía. No sé si este cambio de caracterización obedece a una contingencia o una decisión permanente. Noto esto: la peluca le ayuda a construir el personaje en la movilidad y ¿por qué no? hasta para atraer la energía necesaria de Mauricio. No soy el director pero le conviene incorporarla a su caracterización después de ver las dos versiones.
Sólo quiero hacerte feliz es el trabajo más osado de esta primera mitad del 2015. Me acabo de enterar de la incorporación de Marú Dueñas en el papel de Sara por dos semanas; muero por verla para ver cómo se redefine el montaje. No se pierdan la oportunidad de ver este trabajo entrañable que seguiré viendo porque, por lo menos a mí, me hace muy feliz.
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“Sólo quiero hacerte feliz”
De: Alan Ayckbourn
Dirección: Juan Ríos Cantú
Foro Lucerna (Lucerna 64, colonia Juárez)
Viernes – Comedor 8: 45 p.m.
Sábados – Sala 1:00 p.m., jardín 6:00 hrs., comedor 8: 30 p.m.
Domingos – Sala 5:00 p.m., jardín 7: 30 p.m.