Él hizo estremecer mi entraña y todavía no me recupero del golpe. Pienso, siento y revivo cada imagen y entro en un placentero laberinto.
Ciudad de México.- Él. Giménez Cacho. Él. Almela. Daniel y Laura trabajan con el sudor de su frente para honrar la memoria de Cummings. Ya lo habían hecho antes con Shakespeare y Scola; ahora prefieren ser guiados por este gringo que nunca tuvo miedo de romper las pautas y las letras. Él de Cummings es reinterpretado por la dupla Daniel Giménez Cacho-Laura Almela más uno: Rodrigo Espinosa. Necesitaban a un músico, a un actor, a otro loco como ellos capaz de respirar a su ritmo y optar por la experimentación.
Cummings murió en los sesenta y se adelantó a todos los movimientos de ruptura de esta década. Estuvo cinco, diez, tal vez quinientos pasos adelante de la Era de Acuario, el feminismo de las jóvenes que usaban la píldora anticonceptiva, las marchas políticas de los universitarios y hasta de la reinterpretación del arte de Warhol. Pisó callos con todo su trabajo, no sólo porque se burlaba de los doctos modelos creativos, sino porque apelaba a una expansión de la conciencia.
Sus ensayos, poemas y obras de teatro no querían seducir a la razón con argumentos acomodaticios sino querían ofrecer una experiencia estética en sí misma. Forma y fondo en un perfecto equilibrio. Una especie de yin y yang literarios capaces de cuestionar, renovar y transformar. El trío Almela-Cacho-Espinosa lo sabían y lo saben al momento de tocar Él. No podían estar alejados de su efecto transgresor en el papel.
Y así, con esta consigna, nos reciben en el escenario con unos ojos enormes como los de las pinturas sesenteras de Margaret Keane. Unas cuencas desorbitadas le pertenecen a cuerpos en movimiento de jazz, R&B y pop. Enormes espejos reflejan la imagen de la conjunción del escenario y el público. Ruido. Espinosa toca la batería, Cacho simula un maniquí con sutiles rasgos de animación y Almela acaricia un dildo. Ruido.
La estampa de inicio es perfecta para sugerir lo que verá el público. Él lo puedo definir como un videojuego (ojalá a Cummings le haga gracia esta analogía): en un primer nivel vemos a un matrimonio roto; el sexo se pudrió y las buenas costumbres de la clase media mantienen unidas las heridas de ella y él y él. Sentí la presencia de un amante, del otro, de la infidelidad capaz de troquelar el amor con la culpa. Monogamia. Ruido. ¿Monogamia?
Él siente y no dista mucho de lo que siente Ella y el otro Él. No existen diferencias reales entre el universo masculino y femenino. Ambos forman una compleja unidad. La sociedad insiste en desarraigarlos a través de palabras, gestos y pensamientos. La palabra Él no significa nada sin Ella. Son palabras, no realidad.
Cuando el público recibe este primer golpe de adrenalina, se le permite el acceso al segundo nivel: el acto creativo. ¿Quién manda en la creación: el creador o su obra o las musas? ¿Cuánto dolor se debe de poner en el tributo a la gestación del arte? ¿Cuántas muertes (sociales) dictamina la creación? Ruido. Almela la mujer-esposa- cómplice prefiere reír y llorar; Cacho el hombre-creador-trabajador prefiere callar y seguir escribiendo una obra; Espinosa el hombre-amante-inspiración necesita tocar la batería.
Cada palabra es un golpe a los sentidos y a la conciencia. Trato de recuperarme y, súbitamente, llego al tercer y último nivel: el arte. Mucho ruido. Cummings plantea la experiencia artística como un cuerpo, al más puro estilo religioso, con las raíces propias del ritual en sociedades tribales. Llego a la frontera entre la realidad y la ficción y me enfrento a un monstruo de mil cabezas llamado “existencia”.
Él no necesita de la lógica lineal para sacudirnos. Tampoco de una anécdota o de una estructura aristotélica. La palabra se vuelve arma y destino. Un discurso intelectualizado nos hace bromas desde formas de expresión sofisticadas. Y siento la necesidad de leer el texto en papel pero no puedo despegar mis ojos y oídos de este trío en el escenario.
Conmueven, accionan y revelan. No tienen desperdicio alguno de la experiencia teatral; sudan, lloran, bailan. La imaginación los sustenta y la oposición de ritmos los hace navegar por las inquietantes preguntas de Cummings. El cuerpo y la voz están cargados de la sabiduría que sólo los años, el oficio y el riesgo pueden dar.
Nunca pensé ver a Cacho y Almela en un ejercicio actoral tan arriesgado como éste; ya el trabajo con Shakespeare y Scola los sacudía, sin embargo, Él no tiene precedentes. La inclusión de Espinosa hace explotar la cabeza del espectador; aplaudo el olor a peligro en cada secuencia: los intérpretes nunca están cómodos y transitar de un parlamento a otro es un acto de equilibrismo puro. Se nota el alma joven de los tres; son dignos emblemas de esas familias, a las que pertenece Mick Jagger o Bob Dylan, que entre más años se vuelven más agudos, vivaces, vibrantes (en comparación de muchos actores jóvenes en años incapaces de arriesgar en su oficio).
Él hizo estremecer mi entraña y todavía no me recupero del golpe. Pienso, siento y revivo cada imagen y entro en un placentero laberinto. Ruido. Este montaje lo llevaré en mi corazón amén de ser el único trabajo del año con los testículos suficientes para desafiar la oferta y verdaderamente llevar la experiencia teatral a su límite. Esto es vanguardia y renovación hecha en México (hasta se inflamó mi espíritu patriotero).
Cummings debe sentirse satisfecho por la reinterpretación de su obra. El maestro (de corazón) de Cacho-Almela, Margules, también. Almela, Cacho y Espinosa hacen vibrar el escenario cada noche; caen al abismo y el público no puede hacer otra cosa que quedar fascinados. Ruido. Él. Hombre y mujer. Él. Unidad. Fascinación. Silencio.
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Él
De: E.E. Cummings
Dirección: Laura Almela y Daniel Giménez Cacho
Teatro El Milagro (Milán 24, colonia Juárez)
Jueves y viernes 20:30 hrs., sábados y domingos 19:00 y 21:00 hrs.
@TeatroElMilagro