Hace más de veinticinco años mi padre me sugirió leer un interesante libro que me hizo consciente de la importancia trascendental que reviste el diálogo entre los países, principalmente entre México y Estados Unidos. Ese libro es un referente para comprender la interacción entre estos dos socios y vecinos. Su lectura nos transmite una radiografía sobre la idiosincrasia y el comportamiento de los mexicanos y los vecinos de Estados Unidos. Dicho libro se titula Vecinos Distantes, cuyo autor es un destacado periodista, otrora avecindado en nuestro país, Alan Rydin. Este título, que suena un poco anacrónico, persigue el propósito de hacernos reflexionar sobre el desconocimiento o vaga percepción que las sociedades de ambos países poseen la una de la otra.
Y pareciera casi imposible, o mejor dicho inaceptable, que aun teniendo un largo límite fronterizo, una historia compartida un tanto complicada, un intercambio cultural y comercial intensos, no hayamos llegado a un escenario de comprensión, diálogo moderado, de búsqueda de beneficios mutuos aún más profundos; quizá esta tarea carezca de un final, sino que lo más valioso sea un propósito en contante construcción, en donde la diplomacia, el poder político y financiero, sean sólo tres destacados ingredientes aunque no precisamente los únicos o los más importantes; el diálogo social enriquece y dinamiza nuestra relación, y acelera el surgimiento de nuevos vasos conectores entre ambos pueblos.
El valor político que posee el TLCAN es innegable. Hay una gran diversidad de ejemplos de grandes beneficios para los tres países integrantes, aunque tampoco negamos que los retos están siempre presentes en un tratado tan poderoso como éste. Uno de esos retos, sin temor a equivocarnos, radica en que nuevas voces saltan con la propuesta de replantear sus alcances y sus beneficios, satanizando este mecanismo de intercambio comercial del hemisferio norte del continente americano. La ofensa mutua es una sinrazón. Lejos de esgrimir argumentos sólidos del que pudieran surgir propuestas para incluirlas en una enriquecedora revisión del tratado, generan posiciones polarizadas, que sólo denotan ignorancia y ausencia de rigor de estadista en sus declaraciones.
El TLCAN fue concebido con instancias de diálogo, concertación y seguimiento de sus alcances a diferentes niveles, desde concejos de ministros de economía, para implementar e interpretar el tratado, así como para dirimir controversias. Grupos de trabajo y comisiones especializadas vigilan el día a día de este instrumento comercial de Norteamérica. Justamente de estos crisoles debe surgir una propuesta de adecuación de los mecanismos comerciales, sin embargo, la contrapropuesta mexicana debe ser de tal altura y con tal solidez, que pueda sostener la pesada lengua de los auditores más ácidos.
La ingenuidad sería un pecado en grado supino. Existen valladares, que a bote pronto, pudieran parecer insalvables por la postura radical que se percibe del nuevo gobernante electo del país vecino. De nuevo surge el anacronismo del título del libro antes mencionado, “una vecindad distante”, que genera prejuicios e intimida.
Europa, después de dos guerras que dejaron honda herida en el mundo, con enormes e imborrables diferencias, ha podido remontar retos mayúsculos en aras de un espacio democrático, de seguridad, de mayor cohesión, de estabilidad financiera y política, de libre trasiego de bienes, capitales y personas; un marco jurídico integrador de regiones y grupos sociales, además de intereses económicos y políticos; un mosaico plagado de colores y sabores europeos. A través de ese caleidoscopio podríamos entender aquellas largas y valiosísimas disertaciones del filósofo español José Ortega y Gasset, compiladas en “Las Tribus de Europa”.
Los que edificaron la Unión Europea la apuntalaron fuertemente con sólidas instituciones, aunque de acuerdo al tema de este artículo, una de ellas es la que captura nuestra atención: el Consejo Económico y Social. Este órgano convoca a los grupos de interés más variopintos de la Europa comunitaria y hace las veces de caja de resonancia de los problemas que laceran las sensibles fibras de todas esas “tribus”.
El diálogo social debe mantenerse como una propuesta irrenunciable, a través de un foro permanente representativo de los beneficiarios y verdaderos protagonistas del TLCAN, procurando la apertura de amplios escenarios de análisis, generando una prospección más audaz en la relación comercial entre Estados Unidos, Canadá y México y trazando nuevos derroteros en los alcances de este mecanismo comercial del norte de América.
Un foro donde estén representadas agrupaciones de empresarios, transportistas, sindicatos de trabajadores, uniones de consumidores, lobbies importantes de cadenas de valor, importadores y exportadores. Un espacio deliberativo, que se convierta en la caja de resonancia de los eventuales problemas que enfrenta el TLCAN, pero también en plataforma de lanzamiento de los nuevos alcances del tratado comercial. Que se erija en consejero de los otros órganos en temas como comercio, aranceles, desregulación y simplificación administrativa, comunicaciones y transportes, infraestructura portuaria, energías renovables, productos orgánicos, pymes, cadenas de valor, medidas zoo y fitosanitarias, seguridad y combate a la corrupción, proteccionismo, dumping, inversiones, materias primas, cambio climático y medio ambiente, tránsito de personas, bienes y capitales, empleo y capacitación, y un largo etcétera.
Esta instancia se convertiría en un catalizador eficiente para aquellas voces extremas que perturben la buena marcha de una relación comercial sana, intensa, productiva, democrática, equilibrada, transparente y eficiente; que no permita que los extremos ideológicos y los prejuicios trastoquen los intereses de aquellos para los que dicho tratado fue hecho. Un espacio en donde surja un arma poderosa: el diálogo social de Norteamérica.