¿Cuánto cuesta el concepto?

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Entramos a un museo con la actitud que el recinto impone: guardamos una distancia, nos dejamos envolver por la atmósfera cultural que dicta respeto. Una exposición tiene sentido temático y si es de arte contemporáneo, además tiene una serie de fines sociales, didácticos y morales.

 Una feria de arte como Art Basel Miami cambia esto por completo, son las mismas obras, pero aquí las galerías no ponen una cédula a la entrada que nos dé una visión poética u ontológica de lo que están vendiendo. El concepto y las grandes intenciones se limitan al precio y a la fama del que firma la obra. Las obras más mediáticas no son trabajos autorales en el sentido de la unicidad y particularidad de la obra, son firmas de artículos de lujo, que generalmente se fabrican en serie, como los letreros de Jenny Holzer o los objetos tipo tienda de regalos de Murakami.

La feria es un gran centro comercial del nuevo lujo excéntrico con precios estratosféricos nada metafísicos. Hay galerías que venden obras de acervo, que son una inversión y que pueden formar parte de una colección seria: Freud en pequeño formato por 5 millones de dólares y Bacon por 16 millones de dólares. La buena pintura actual casi no estuvo presente. Esta mega tienda de lo contemporáneo tiene establecidos sus criterios: la mayoría de las galerías venden lo que la moda dicta.

Es significativo ver cómo la obra se transforma dependiendo si está en un museo o en una feria de estas dimensiones. Aquí la obra forma parte de la oferta de una galería y no tiene un curador que se haga una reunión de objetos que establezcan un diálogo, o lo que se necesite para aceptarlas como arte.

La solemnidad con la que las obras son abordadas en un museo, en los textos de los críticos que ven en un montón de cables enredados con focos colgando “intersecciones culturales, deseos de reunir hibridaciones de ideas” se eclipsa ante la irreverencia mundana del ambiente. La comercialización desacraliza a la obra, la despoja de las pretensiones que le otorgan el curador y la institución cultural.

En la feria lo único que impone su autoridad es el precio y el público expresa su opinión porque sabe que es parte del espectáculo. Se fotografía con las extravagancias, en las ametralladoras de gelatina, en la concha gigante ideal para decorar un restaurante de mariscos, en el ensamble de animales disecados.

¿Qué es lo que cambia si la obra es la misma que se exhibe en el museo con grandes discursos? Que aquí manda el dinero. Lo que en un museo no se puede tocar aquí el galerista lo descuelga, deja que el posible comprador lo manipule. El galerista ocupa el lugar del curador, y el concepto se reincorpora como slogan de venta. Se puede observar lo que decorará la casa de Will Smith que se paseó con guardaespaldas por los stands, provocando un caos que ninguna obra causó.

Estas obras que hacen de su concepto y de sus valores morales el sentido de su existencia, se reducen a una lista de precios. Esa es su verdadera aura, lo que cuestan.

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