El académico de la Universidad de Columbia y gran influyente en el posicionamiento de los diversos objetos que llaman arte contemporáneo, dice que el arte no es una cuestión de gustos, que no es como una botella de vino “me gusta o no me gusta”.
Continúa explicando que lo importante no es qué vemos, es lo que la obra significa y esto no tiene qué ver con la apariencia del objeto, por eso precisamente no tiene por qué gustar.
Es una opinión tendenciosa y mal planteada, porque en realidad una infinidad de los objetos del arte contemporáneo no son arte y sin embargo están hechos para agradar y gustar, son decorativos y se esfuerzan en ser simpáticos.
Un ejemplo son las obras realizadas con luz. Los trabajos descomunales de Jenny Holzer, realizados con tiras de luz Leds como las que usan en los conciertos de rock o en Las Vegas. Las obras reproducen palabras y frases. Son piezas impresionantes, gustan en el sentido estricto del hecho de estar, en primer lugar, ante la luz eléctrica que a todo el mundo agrada y con tecnología realizada para decorar, esa es la única función de los Leds.
Claro que Holzer gusta, a los turistas les encanta fotografiarse al lado de estas obras como lo hacen en una fachada de un hotel o en el escenario de un concierto de música pop. Pero eso no significa que sea arte, no hay factura, no hay creación y la obra existe y depende en su totalidad de un invento tecnológico, es prácticamente un readymade.
Entonces la opinión de Arthur Danto de que el arte ya no tiene que gustar porque su significado es lo primordial es incongruente con estas obras hechas para gustar, para ambientar, como son todos los objetos de Jeff Koons, sus perros rosas metálicos son props que podrían decorar un parque de diversiones.
Las pinturas de puntos de Hirst que podrían ser cortinas de baño, la obra de Murakami y son, paradójicamente, las grandes estrellas contemporáneas. El mismo Warhol, que es uno de los artistas más estudiados por Danto, hizo toda su obra para quedar bien con el espectador, de hecho en sus diarios escribe que con las serigrafías de los retratos tenía la ventaja de que los personajes siempre se veían mejor de lo que eran porque esta técnica hacía imposible que les mostrara las arrugas o los granos.
En estas obras no hay significado, lo único que existe es la apariencia. El arte obviamente va más allá del gusto, porque este es pasajero, es irracional e impulsivo. Una obra de arte es trascendente cuando es resultado de una búsqueda comprometida, no de la satisfacción inmediata de un capricho, como sucede con el gusto. El arte no se comporta como un refresco o una canción de moda, supera su momento histórico. Las obras de Koons, Murakami, Hirst, Holzer y miles de artistas, están realizadas para la satisfacción instantánea, tienen el nivel conceptual de un objeto de una tienda de regalos tipo Hello Kitty. Ni con esa avalancha filosófica que ampara a estas expresiones para ser llamadas arte dejan de verse como son: objetos de lujo.