Pintaba y dibujaba con la más preciosista escuela japonesa y entre sus modelos estaban sus hermosos gatos y, además, diseñaba vestuario, se vestía con un escaso trozo de tela en la cintura y metía a Kiki de Montparnasse desnuda en una jaula para irrumpir en una fiesta.
Tsuguharu Foujita se graduó de en la Escuela Imperial de Bellas Artes de Japón en 1910, fue un revolucionario, un vanguardista pintor japonés que vivió el spleen del Paris de principios de siglo, amigo de Modigliani.
Con un sentido de la belleza contradictorio, a veces austero y en otras ocasiones inclinado a excentricidades que, aun hoy, son imposibles de imaginar. Su obra es elegante, con esa sabiduría estética que han acumulado por siglos en Oriente. Sus tintas y pinturas de sus gatos son una creación concentrada en la observación y convivencia con estos hermosos seres.
Un gato nunca posa, ni se detiene acatando la voluntad de alguien, es libre, suave, indolente. Retratarlo es un ejercicio de la memoria y la constante presencia, de vivir juntos y al mismo ritmo, a la velocidad de sus juegos, al espacio de su sueño. Fujita los dibujó dormidos, mirando, cazando un insecto, persiguiendo la luz, y una vez conquistado este hermoso tesoro, descasando bajo un rayo del sol.
El arte no es el tema, es la aproximación, la visión que se pueda tener de ese tema. Fujita sabía ser un gato, sabía compartir esta realidad con ellos para tener la anatomía de sus cuerpos elásticos en la pluma, en el papel.
En los retratos de los animales hay un cuidado especial para que su personalidad no quede oculta tras el ejercicio pictórico o el dibujo. En los de Fujita se siente la camaradería, la complicidad de los que se entienden entre ellos y dominan sus códigos secretos. En Mi Sueño, una mujer duerme rodeada de felinos, pequeños zorros, y diferentes animales, todos guardan esa actitud decimonónica de parecer humanos, menos los gatos que se resisten a ser domesticados completamente, podríamos decir que ellos toleran que los integremos en nuestra sociedad.
La buena compañía radica en que los felinos son inteligentes y saben cómo dar a conocer sus rituales y sus preferencias, una vez que ellos nos educan a nosotros, podemos vivir juntos, como decía Montaigne, “no sé si yo juego con mi gato o él es el que juega conmigo”. En un autorretrato el pintor sostiene a su amigo que lo mira con devoción, en la otra mano tiene uno de sus delicados pinceles, se ve esa presión que se tiene que hacer para detener a un gato más allá del tiempo pactado. Fujita usa su fina línea para describir el pelo, los colores, sus blancos matizados, perlados, que eran resultado de sus mezclas personales con tintas japonesas de las que nunca reveló su fórmula.
El mundo es del artista que sepa observarlo, apropiarse de él con su mirada, interpretarlo y cambiarlo con la constante reproducción, porque esos gatos, a pesar de ser congruentes, verosímiles y auténticos, no son reales, son únicamente los gatos de Foujita.