Las maravillosas migrañas de Alicia

Lectura: 2 minutos

Para Guada e Inés, por sus ataques de risa

cuando leían los curiosos poemas de Lewis Carroll.

El síndrome de Alicia en el país de las maravillas puede hacer creer a una persona que ha enloquecido. Uno de los síntomas es la impresión de cambiar de tamaño: de un momento a otro, la cabeza se vuelve enorme o el pobre individuo se siente un gusano en la inmensidad de la cama. Esto suele ir acompañado por alucinaciones y por una pérdida parcial de la visión; como le sucedía a Alicia con el gato de Cheshire, las personas y los objetos se llenan entonces de manchas de colores o de huecos. Por si fuera poco, en ocasiones el tiempo transcurre de manera anormal y se confunden las palabras. El dolor de cabeza ataca después aunque, por fortuna, no siempre se instala.

Menos el dolor, en Alicia en el país de las maravillas, la protagonista experimenta cada uno de los eventos antes mencionados. Como son similares a los que ocasionan cierto tipo de drogas, hay quienes se imaginan a Lewis Carroll consumiendo alucinógenos. Sin embargo, para decepción de quienes se divierten inventando mitos acerca de su vida, las descripciones de lo que le sucede a Alicia en el cuento son un verdadero manual del padecimiento que lleva el nombre del libro: tenemos al conejo y al relojero obsesionados por el tiempo; la paulatina desaparición del gato; los cambios de tamaño de Alicia y sus confusiones al hablar… y la caída al pozo, claro.

Los dolores de cabeza son diabólicos. Si, además, van acompañados por auras, que una reina enfurecida decida cortar esa parte del cuerpo no resulta en ese momento tan mala opción. Lewis Carroll se quejaba de jaquecas. Gracias a Alicia en el país de las maravillas, los neurólogos han deducido que padecía del síndrome que llega a ser incapacitante. Para suerte de sus lectores, él tuvo la capacidad de usar los efectos que lo envolvían para crearle un mundo a una niña con quien se encariñó. Sin las migrañas de Carroll, no existiría el sombrero loco, ni el gato, ni la reina adicta a descabezar gente, ni las ocurrencias de Alicia cuando confundía las palabras.

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