Exitosos, ricos y mediocres

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El éxito y la felicidad son parte de las imposiciones proselitistas del neoliberalismo, del capitalismo y de los regímenes totalitarios. El adoctrinamiento sucede en conferencias multitudinarias, con oradores que predican las fórmulas para alcanzar la abundancia, lograr negocios y coronar los sueños o en campos de reeducación para que se convenzan de las bondades del régimen. Los ideales publicitarios y los propagandísticos conviven con promiscuidad ideológica. La mirada al futuro optimista del realismo socialista o la portada en la revista del corazón.

Martha Rosler, Garage Sale

Ser feliz y exitoso en el arte es un despropósito. La creación no es infalible, el arte no es una sucesión de éxitos, es un historial de fracasos. Cada obra lograda tiene tras de sí más tropiezos, más dolor, más renuncia que lo conseguido. No existe trayectoria artística sin obras fallidas. Las obras abandonadas, que el artista dejó inconclusas porque no logró lo que buscaba, son fragmentos indiscretos de una batalla pérdida. Por cada artista rico y famoso que expone sus obras en museos como el Guggenheim o la Tate Modern de Londres, hay miles que nunca alcanzaron el reconocimiento que merecían. La insatisfacción y la frustración que muchas veces implica crear arte contradicen a la quimera de vivir como personajes de una serie de televisión. Es terrible porque esta sociedad depredadora estigmatiza los fracasos y, en cambio, válida al crimen si este acarrea éxito. Presentarse con las manos vacías de triunfo es una pesadilla que ha empujado a cientos de artistas al suicidio.

© 2012 Scott Rudd www.scottruddphotography.com

Pero para aniquilar a esta tragedia y transitar por los caminos luminosos y alfombrados del éxito y la felicidad llegó el arte contemporáneo materializando el paraíso en la Tierra: se puede ser exitoso, rico y famoso y no tener un gramo de talento, inteligencia o sensibilidad. Los artistas del radymade, que no hacen su obra, montan sus “estudios” en el museo para que seamos testigos de cómo la alegría inunda la sala y “cada día hace una obra de arte”: una botella de plástico, un tinaco o su orina con cerveza derramada en el piso. Otro artista documenta con cientos de fotografías la excitante actividad de cómo le crecen el cabello y la barba. La exultante Martha Rosler expone una venta de garaje en el atrium del MoMA y el público vive una experiencia estética gozosa comprando cojines y trastes viejos, pagando decenas de veces más que si los adquirieran nuevos en una tienda.

Wilfredo Prieto cerveza y orina

 

Wilfredo Prieto saps

Estas obras instantáneas proporcionan felicidad instantánea y hacen que Rilke y sus Cartas a un Joven poeta se queden en las mazmorras de la amargura. Integrar al arte en los movimientos de autoayuda aplaudiendo cualquier ocurrencia por fin espantó a la sombra traumática de culparse a sí mismo por no alcanzar la esencia de la propia creación. La dicha llena el pecho, la sonrisa es incontenible ante la posibilidad de consagrarse en un museo dejando en la sala un montón de grava y pedazos de ladrillos, varillas y crear “esculturas amorfas” “con restos de la remodelación de la casa que él mismo habitará”. El éxito es motivo de felicidad, crea un aura que hace que esa persona resplandezca a su paso. El regocijo de no enfrentarse con la obra: ya no hay que “explorar las profundidades de donde mana la vida” como sugiere el necio de Rilke. La facilidad es parte de la comodidad, de ese sillón mullido que significa poner unos luchadores de plástico y cajas de cartón en la sala. El artista cuenta con la guía de un líder para lograr este estado de beatitud. El curador le da su bendición con una cédula saturada de adjetivos. El dichoso artista realiza las obras con comités de “saberes y expertos interdisciplinarios”, y además, le asignan un apoyo económico y lo mandan a la Bienal de Venecia para que se suba a un árbol y hable por un bote vació atado a un cable. Ante tanto dolor que hay en el mundo, ante las tragedias que cada día aparecen en las noticias es un motivo de embeleso que exista una corriente del arte dedicada a hacer felices a las personas. Habrá obcecados que escucharan a Rilke y “cargarán con su destino”, que se empeñen en hacer su obra y en experimentar el fracaso en esa lucha, siempre desigual, con la creación. Allá ellos. Para los optimistas ahí está la mágica escalinata para que suban sus dorados peldaños hasta la realización absoluta y demuestren que entre más mediocres, están más cerca del cielo del éxito.

Pedro Reyes Venice Biennale 2003 aPedroReyesVeniceBiennale2003

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