Después de años y años seguimos en lo mismo, no solamente no encontramos la fórmula para que el país crezca, sino que pareciera que nos empeñamos en hacer las cosas para que esta condición de mediocridad económica se perpetúe sin generar los empleos que se necesitan y provocando que los inversionistas, locales y extranjeros, quienes detonan la actividad productiva, simplemente pierdan la confianza en el país.
Si revisamos el pasado, observamos que los periodos de recesión en nuestro país han sido una constante. En materia de crecimiento económico, la historia de México se puede dividir en cuatro épocas: 1) el periodo de Porfirio Díaz, es decir, los últimos años del siglo diecinueve hasta la primera década del siglo veinte; 2) el periodo revolucionario y la postrevolución; 3) el llamado desarrollo estabilizador, 4) la crisis de las devaluaciones que incluye la década perdida, básicamente con Miguel de la Madrid en la presidencia; y, 5) la crisis de 1995 y 2008.
El periodo de Díaz, 1876 a 1911, estuvo marcado por grandes y notorios altibajos desde el punto de vista económico. Díaz fue un profundo defensor del progreso como medio para impulsar un mayor bienestar de la población, siendo uno de sus principales logros la expansión de la red ferroviaria del país. Durante el porfiriato se registraron algunos años de fuerte crecimiento económico y estabilidad política que permitieron emprender proyectos de inversión de largo plazo.
La presidencia de Díaz sólo se interrumpió entre 1880 y 1884, cuando ocupó el cargo Manuel González. A partir de su regreso, Díaz ejerció la presidencia de manera continua a través de elecciones constitucionales que ganó obteniendo la mayoría de los votos. A pesar de haber obtenido logros importantes, estos tuvieron costos económicos y sociales principalmente sobre las clases menos favorecidas.
De acuerdo con información oficial, durante el porfiriato se registró la tasa de crecimiento más alta en la historia del país: 11.04% en 1903, mientras que en 1905 el país creció 10.34%. No obstante, en este periodo también se registraron fuertes contracciones de la actividad productiva como en 1899 (-5%) y en 1902 (-7.23%). A pesar de avances relevantes en el país en materia administrativa y económica, como la emisión de la Ley Ferroviaria y la Ley General de Instituciones de Crédito, el país creció a una tasa promedio de tan solo 2.9%.
Aunque el movimiento revolucionario expulsó a Díaz en 1911 y dio paso a la presidencia de Madero, el 6 de noviembre de 1911, no existe un verdadero consenso respecto a la fecha exacta que marca la finalización de la revolución mexicana. Algunos historiadores ubican 1917 como el fin de la Revolución mexicana con la promulgación de la Constitución mexicana; algunos otros, sitúan el fin del conflicto en 1920 con la presidencia de Adolfo de la Huerta; unos más en 1924, con el inicio de la administración de Plutarco Elías Calles, y otros aseguran que el movimiento se extendió hasta los inicios de la década de los cuarenta.
Lo cierto es que después del exilio de Díaz el país continuó registrando periodos de extrema convulsión. En la lucha por el poder, fueron asesinados los principales líderes revolucionarios, Emiliano Zapata en 1919, Carranza en 1920, Pancho Villa en 1923 y Álvaro Obregón en 1928. Esta inestabilidad se vio reflejada en fuertes vaivenes de la economía que se vieron magnificados con la crisis bursátil de Estados Unidos en 1929.
Así, por ejemplo, el PIB se expandió 6.4% en 1925, para después contraerse 3.6% en 1929 y 6.6% en 1930. Los eventos en Estados Unidos se agravaron y dieron origen a una profunda depresión económica, no sólo en Estados Unidos sino en todo el mundo. De hecho, en 1932 la economía mexicana observó una caída de 14.8%, lo que representa la peor caída del PIB en toda la historia de México desde que se tiene registro.
Después de varias décadas de turbulencia económica y política, México adoptó un modelo económico conocido como desarrollo estabilizador y que abarcó desde 1940 hasta 1970; consistió en buscar sentar las bases para que la economía creciera de manera sostenida con estabilidad de precios.
Durante este lapso, también conocido como el milagro mexicano, el país creció a una tasa media de 6.56%, registrándose incluso tasas de expansión del PIB de 11.01% en 1964, que fue el segundo crecimiento más alto de la historia económica de México y crecimientos cercanos a 10% en 1941, 1950, 1954 y 1968, con una inflación promedio de 2.5%
Si bien el desarrollo estabilizador tuvo grandes resultados, lo cierto es que también se incubaron algunos desequilibrios que terminaron por explotar en diferentes momentos. Uno de los antecedentes más relevantes fue la devaluación del peso conocida como “sábado santo”, ya que se realizó el 17 de abril de 1954 cuando la cotización del peso pasó de 8.65 pd a 12.5 pd en virtud de que durante los dos años anteriores las exportaciones mexicanas (entre 1951 y 1953) cayeron 10%, con el consecuente impacto sobre la balanza de pagos.
La paridad de 12.50 pd se mantuvo sin cambios durante 22 años, hasta el 31 de agosto de 1976, cuando se asumió el esquema cambiario de libre flotación, llevando a la cotización hasta 22 pd al final del gobierno de Luis Echeverría, lo cual significó una devaluación de casi 80%. En los primeros años del gobierno de López Portillo el tipo de cambio se mantuvo estable, hasta que se presentó la “currency crisis” que ocasionó que el Instituto Central volviera a decretar la libre flotación de la moneda mexicana el 18 de febrero de 1982, llevando la cotización a 46 pd, es decir, una devaluación del 72%.
Las condiciones económicas se agravaron y el gobierno mexicano anunció que no podría seguir cubriendo el servicio de su deuda externa, por lo que la administración del presidente López Portillo estableció el control del mercado de divisas y la estatización del sistema bancario. De esta forma, al cierre de 1982, ya bajo el gobierno de Miguel de la Madrid, el tipo de cambio se ubicó en 149 pd, una devaluación de 470%.
Durante los siguientes seis años, México estuvo sumergido en crisis recurrentes y en un profundo letargo económico. Al cierre de 1988 la cotización del peso ya se encontraba en 2,300 pd; esto significa que la relación peso-dólar se multiplicó por 15 veces, ocasionando un incremento importante en los niveles inflacionarios y caídas en la actividad económica
En este lapso de seis años, la inflación mantuvo un paso galopante hasta alcanzar un nivel de 160% en 1987, el mayor nivel en la historia, mientras que la economía cayó 3.5% en 1983 y 3.1% en 1986. Durante los seis años que van de 1982 a 1988 el PIB de México creció en promedio sólo 0.3%, es decir, para todos los fines, la economía permaneció estancada.
Con la firma del Pacto de Solidaridad Económica, el 16 de diciembre de 1987, inicia una nueva etapa de cambio estructural que consistió en atacar frontalmente el crecimiento desmedido de los precios bajo la premisa de fortalecer las finanzas públicas y generar condiciones de certidumbre a través de la fijación de algunos precios claves de la economía como el tipo de cambio, origen de muchas de las crisis anteriores.
El aspecto más relevante de la política cambiaria fue la instrumentación, el 10 de noviembre de 1991, por primera vez en la historia económica de México, de un esquema de bandas de flotación del peso, así como la abrogación del control cambiario vigente desde diciembre de 1982. Este esquema consistió en dejar que el tipo de cambio flotara libremente dentro de una banda que se ensanchaba diariamente.
El esquema dio certidumbre a los diferentes agentes económicos y contribuyó a abatir la inflación, desafortunadamente, una serie de eventos internos y externos exacerbaron el nerviosismo y la volatilidad del mercado cambiario, razón por la cual, ante la cuantiosa pérdida de reservas internacionales la Comisión de Cambios decidió adoptar un régimen de libre flotación el 22 de diciembre de 1994, lo que dio lugar a una fuerte devaluación del peso y a una caída del PIB de 6.3% en 1995.
La última gran contracción de la economía mexicana se presentó en 2009 (-5.3%) cuando el mercado crediticio en Estados Unidos se debilitó significativamente ante el deterioro de la cartera vencida del sector hipotecario, lo que provocó mayor incertidumbre, restricciones de liquidez y fuertes caída en el precio de las viviendas.
Habrá que reconocer que después de la devaluación de finales de 1994, México ha tenido la capacidad de mantener los equilibrios macroeconómicos, y esta condición permitió que el país pudiera afrontar con mayor fortaleza los efectos de la crisis hipotecaria estadounidense; a pesar de esta solidez macroeconómica, México no crece.
Durante 2012 y 2013, se aprobaron diversas reformas estructurales que sientan las bases para un mayor crecimiento en el largo plazo, aunque, desafortunadamente, estas reformas tardaron mucho en llegar y, cuando lo hicieron, el mundo se encontraba haciendo esfuerzos importantes para salir de la recesión que ocasionó la crisis subprime en Estados Unidos. Esto limitó el impacto positivo de las reformas estructurales e impidió que el país lograra mayores tasas de crecimiento.
De hecho, la tasa de crecimiento promedio de México en este sexenio que termina fue de 2.3%, similar al promedio de los últimos 25 años, mientras que para 2019, ya estando en funciones la nueva administración, se espera un crecimiento de entre 1.5 y 2.0%; el impacto de la decisión de cancelar los trabajos del aeropuerto en Texcoco y otros más, han mermado la confianza de los inversionistas y esto se traducirá, al menos el próximo año, en una menor generación de empleos. Ojalá pronto podamos encontrar la fórmula para crecer.
La fórmula para crecer es por medio de la múltiple creación de Asociaciones Púbico-Privadas por ejemplo con el Tren Maya con la participación de empresas ferroviarias de varios países que ya se pronunciaron por contribuir a su ejecución inmediata: Francia, Italia, Alemania, ó en Dos Bocas con empresas del Modelo de la India, de Estados Unidos y europeas. En aeronáutica, Canadá; y además hay grandes oportunidades de crecimiento con las energías renovables, las ZEE, la zona libre de la frontera norte, el T-MEC, el CPTPP y más.
Don Fernando y el aeropuerto de Texcoco? no entra dentro de lo que Ud. enumera ? no encuentro donde está la lógica de haber proscrito esa obra que a todas luces tiene la aprobación de todos los organismos en aeronáutica internacionales y un potencial económico solo negado por haber hecho de su cancelación un compromiso de campaña muy mal calculado.