La reproducción mecánica de la irrealidad

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El arte crea expectativas casi míticas. Negando la arbitraria e infundada suposición de Walter Benjamin, de que el arte pierde su aura en la época de la reproducción mecánica, la obra vista en vivo por primera vez deja una impresión que se queda depositada en la memoria, que nos acerca con impacto a la experiencia estética. Podemos ver mil cromos de los paisajes de Tuner pero esa ocasión en que pudimos verlo a unos pasos de distancia, de presenciar la escala real, captar su pincelada, de apreciar los verdaderos colores sin la adulteración del proceso de reproducción, ese día no se escapa de la memoria. La tecnología permite que una obra pueda ser reproducida miles de veces pero no ocupa el lugar de un original. La autoría y la unicidad de la obra no se ponen en peligro con la reproducción ya que no sustituye al objeto mismo, una copia es un documento, es información, no es la obra. El espectador no es ajeno a la realidad, sabe que tener una impresión digital de una pintura no es tener a la pintura misma. La reproducción mecánica no le ha afectado ni un ápice al gran arte, al verdadero.

A las exageraciones de marketing que llaman arte contemporáneo, al arte VIP, video, instalación, performance, al readymade, a la apropiación, y demás objetos vacíos de inteligencia y rellenos de retórica académica, a esos, la reproducción mecánica les dio su razón de existir. Gracias a que se puede tomar cualquier objeto industrial, robarse cualquier trabajo o hacer copias de obras artísticas y llamarlas arte, existen decenas de miles de obras y miles de museos que las exhiben. La experiencia estética ante la presencia viva de la obra original va más allá de las modas, y de la publicidad, porque es un contacto personal e íntimo de nuestras emociones y nuestra inteligencia en el que no puede entrar una influencia exterior, ahí no hay lugar para retórica.

No existe, hasta la fecha, ningún tipo de impresión digital que se acerque, ni de lejos, a la monumentalidad y el misterio de Las Meninas de Velázquez. La presencia del original impacta aunque sepamos que existen , millones de reproducciones. El aura del original, retomando la errónea idea de Benjamin, no puede ser tocada por la posibilidad de una reproducción, al contrario, ver una impresión despierta la curiosidad de conocer el original. Lo mismo sucede con la música: la posibilidad de escucharla grabada, y llevarla con nosotros, no se equipara a la sensación de estar en un concierto en vivo y participar de ese acto ritual de la interpretación musical, sentir de cerca los golpes de los instrumentos, las pulsaciones de los artistas, compartir la emoción que ellos sienten.

lasmeninas

Otra cosa es si la obra es una montaña de escombros o es la documentación de “algo” en proceso, da lo mismo si lo vemos impreso porque el aspecto del supuesto original no se altera con la reproducción. Esto hace que la presencia de la obra misma marque una diferencia abismal entre el arte verdadero y el arte VIP: que al arte verdadero hay que verlo en vivo, hay que conocerlo, y mantener con él una relación personal. El resto de las cosas se ven beneficiadas en su apariencia dentro de las páginas de los catálogos, acompañadas con decenas de folios explicativos, lejos de la observación objetiva que pueda analizarlas y desmontar su presencia como arte. Si la obra es de arte verdadero crece con la contemplación en vivo, en directo, y si es de arte VIP, se viene abajo, indefensa ante la visión sin filtros y en su exacta dimensión. La retórica del plagio que toma las obras de otro y las reimprime es la ilusión irracional del autoengaño, esa acción ni los convierte en creadores, ni cuestiona algo, y mucho menos acaba con la autoría, descubre a un plagiario y no disminuye al creador.

 El temor desproporcionado, superficial y sin fundamentos de Benjamin dio la vuelta sobre su propio eje y propició una excusa para que surgieran miles de falsos creadores que encontraron en la industrialización del objeto artístico y en la velocidad de la copia una forma fácil de ser parte de un discurso artístico sin creación y sin obra. Una idea con aspiraciones filosóficas unida a obras con aspiraciones artísticas y todo al margen de la lógica y la realidad.

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