La semana pasada había hablado de la buena salud en la que se encuentra el teatro en México con el montaje “El filósofo declara”: un texto digno de la realidad contemporánea, un grupo de estupendos actores, una dirección interesante para el público. Esta semana tocamos qué tan desastrosa y terrible puede vislumbrarse la escena mexicana a través de “I love Romeo y Julieta”.
Se vende como una adaptación libre del texto de William Shakespeare con “las canciones de los cantautores más importantes de México”. No tenía expectativa alguna a pesar de conocer grandes referentes que han tropicalizado ya esta historia: la obra de teatro “West Side Story” de Jerome Robbins, el trabajo cinematográfico de Baz Luhrmann o la inolvidable versión de Franco Zeffirelli. En serio, no tenía expectativas.
El primer problema del montaje fue la adaptación y dirección de Manolo Caro. Ya había visto dos obras dirigidas por él – “No sé si cortarme las venas o dejármelas largas” y “Sin cura o adiós le dije” -; después de haber visto tres muestras de su trabajo puedo llegar a la conclusión que Caro fue educado por las telenovelas y, por lo tanto, aspira a contar historias parecidas a las de este género. No desdeño a la telenovela; es más, no juzgo las ansias de melodrama de este director. El tema a analizar es el tratamiento tan superficial de sus guiones.
No sé quién le dijo a Caro que “Romeo y Julieta” de Shakespeare es una cursi y edulcorada historia de amor. Si revisara a profundidad este texto se daría cuenta cómo la violencia y el sadismo son sus ejes centrales; de hecho, este relato es uno de los más cruentos de la literatura Occidental. “Romeo y Julieta” funciona si se logra la transición de un juego de adolescentes babosos a una brutal y feroz confrontación entre dos familias; hay sangre, hay dolor; Shakespeare logra todo el tiempo impregnar un olor a muerte. De hecho, en algún momento, se muestra cómo el hacer daño al otro causa placer. La historia del amor imposible entre Romeo y Julieta es un vehículo para contarnos la herencia de odio entre los Montesco y Capuleto; las aspiraciones románticas no existen.
Y Manolo Caro hace todo lo contrario. Si él quisiera, el odio, como premisa central de la obra, también puede ser tratado en los esquemas de una telenovela, pero hace personajes débiles, relaciones entre ellos poco verosímiles, diálogos retóricos, situaciones de humor involuntario. El problema es mayor cuando de esto queremos hacer un musical.
El marketing de “I love Romeo y Julieta” cuenta con el atractivo de tener las piezas emblemáticas de los cantautores más reconocidos del país; es una gran desilusión encontrarte sólo con canciones de Juan Gabriel, Joan Sebastian y Marco Antonio Solís. ¿Sólo ellos son los cantautores mexicanos más importantes?
Pero imaginemos, Manolo Caro y su equipo consideran a estos tres músicos como los más sobresalientes. La falla radica ahora en la selección de canciones; ninguna de ellas es capaz de contar la historia. Lo difícil de un musical es encontrar la melodía idónea para hilvanar la situación de ciertos personajes en ciertas circunstancias. Entonces, cuando llega el segundo acto, es más importante cantar “El Noa Noa” que la rivalidad entre los Montesco y los Capuleto. El espectáculo parece más un cancionero.
En cuanto a la dirección, Manolo Caro tiene buen gusto; se nota que ha viajado a Nueva York y Londres y está a la vanguardia de los recursos escenográficos y de iluminación. Pero de nada sirve, insisto, si la historia no importa. Por momentos los actores no saben qué hacer, no existió una guía adecuada para ellos.
Las coreografías son explosivas, los arreglos de las canciones están bien logrados, la estética es sugestiva; ya quisiera cualquier producción de la UNAM o el INBA contar con el presupuesto de “I love Romeo y Julieta”; pero ninguno de estos elementos es capaz de lograr unidad y consistencia al montaje. Y el gran riesgo de esta situación es cuando el público prefiere el pequeño concierto a la obra de teatro.
En términos actorales subyace una gran deficiencia. Existen desde pequeños detalles como el volumen de voz muy bajo (a pesar de llevar micrófono) hasta situaciones complejas como una superficial construcción de personajes. Sin duda los actores brillan más en el terreno musical y coreográfico. El único trabajo sobresaliente es el de Alan Estrada quien interpreta a Romeo; espero que algún día le haga justicia la revolución y pueda trabajar en musicales a su altura; en él hay una estrella del teatro musical mexicano.
Por último, hay una indefinición de su audiencia. ¿Para quiénes están haciendo esta obra? ¿Cuál es su público meta? Digo esto por el lugar donde se presentan: el Voilá en el centro comercial Antara. Sus consumidores asiduos tienen más de 30 años, situación que genera ruido cuando la obra tiene elementos más atractivos para los jóvenes; sus consumidores tienen acceso a bebidas alcohólicas en ciertas funciones, ¿conviene presentar esta obra de teatro con tales circunstancias? Porque, al final del día, ni es cabaret, ni es teatro musical, ni es un concierto… sino todo lo contrario. A lo mejor es el verdadero Noa Noa.