La corrupción a mis setenta años

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Este año cumplo setenta y me siento muy contento de llegar a este número. Cuando era pequeño temía morir antes de los cincuenta y no por temores infundados, pues había escuchado un relato que todos los hermanos varones de mi abuela paterna habían fallecido de ataques del corazón antes de haber llegado a los cincuenta años, y mi propia abuela falleció en el año mil novecientos cuarenta y seis y no sé qué edad tenía, pero seguramente tenía menos de sesenta ya que mi padre tenía sólo veintiséis años, siendo el menor de sus hijos. Ese temor se desarrolló en esa edad, seguramente de la escuela secundaria, en la que se aprende que hay enfermedades que se transmiten genéticamente. De todas maneras, jamás confesé ese temor a nadie y solamente lo compartí después de haber llegado a los cincuenta. Cuando era un padre joven, digamos con treinta años, compré pólizas de seguro de vida para garantizar que mis hijas no queden huérfanas y sin dinero. Ciertamente no debe ser agradable ser huérfano, pero huérfano y sin dinero, debe ser muy triste.

¿Qué me hace feliz hoy? Muchas cosas. Seguramente las cosas que hacen felices a todos los septuagenarios. La salud, el amor y el dinero. Dispongo de todo eso y en buenas cantidades, por lo menos al momento de escribir estas líneas. Considero tener una buena salud, no tomo medicina alguna; poseo amor en abundancia de mi esposa, familia, amigos y conocidos; tengo dinero suficiente para vivir un buen par de años más, todo tiempo que la corrupción no me alcance.

Julio May y su esposa
Foto: Julio May y su esposa.

Y es la corrupción la única cosa que me hace infeliz, me entristece y me preocupa. No me preocupa tanto en lo personal, ya que gracias a mi profesión y mi experiencia, logré mantenerme más o menos a salvo, aunque podría detallar varios brazos de ésta que han logrado rasguñarme.

Recuerdo mi miedo y mi preocupación cuando fue la crisis de los misiles en Cuba cuando yo tenía trece años. Ahora, en estos días de la crisis humanitaria de Venezuela, me volví a preocupar y temí cuando la ayuda humanitaria que, vendría desde Rusia, fuera bienvenida, así como la ayuda que llegaba desde EE.UU. y otros países. Mientras yo festejaba el veintitrés de febrero mi aniversario de matrimonio, no podía apartarme de las imágenes que transmitía la televisión de lo que pasaba en la frontera venezolana. Todos los días en Barranquilla me encuentro con decenas de venezolanos y seguramente algunos que se declaran venezolanos pidiendo limosnas, y al pasar los días esa imagen se convierte en difícil de digerir, pues, ¿cuánto puede una persona colaborar cuando todos piden “colabóreme”’, ¿cuántas veces por día podemos limpiar el parabrisas del carro?

En Colombia se está despertando un odio al venezolano, lo encuentran responsable de la violencia que no faltaba aquí aún antes, de la desocupación y otros males. Supongo que es verdad que la invasión de venezolanos produce un desplazamiento de trabajadores, pues a ellos sencillamente les pagan menos. Y según el economista del Banco de la República de Colombia, tal como escuché la semana pasada, explicaba que la mitad o incluso más de la mitad de los trabajadores colombianos no reciben el sueldo mínimo y que el aumento del seis por ciento que recibieron este año es un error, porque no responde a los datos de la inflación publicada por la oficina de estadísticas (DANE) y tampoco al incremento de la productividad. En otras palabras, el incremento del salario mínimo, en realidad, también es un acto de corrupción, un acto político. No me opongo que haya incremento del salario mínimo, pero lo que debe haberse es una redistribución del ingreso.

América Latina y corrupcion
Fuente: Celag.

Hoy en Bogotá se reúne el Grupo Lima y esos dirigentes actuales de este continente no son más que los representantes históricos de las fuerzas que gobernaron históricamente los países, y que en su manejo dieron lugar al nacimiento de Perón en Argentina, de Castro en Cuba, de Allende en Chile, de Lula en Brasil y sí, también a Marulanda en Colombia. Y debo agregar a otros, entre ellos a Morales en Bolivia y Mujica en Uruguay.

Todo lo mencionado se puede poner bajo un título en letras mayúsculas CORRUPCIÓN, pues todo responde a intereses y gracias a la propaganda logran mover muchas personas. La supuesta división izquierda y derecha para mí es anacrónica desde hace muchos años, más bien podemos dividir al mundo entre ricos y pobres y los votos en gran medida se compran, y en otra gran medida se obtienen prometiendo un mundo mejor, erradicando la corrupción.

A diferencia de muchos países pobres que realmente “no tienen qué comer”, Venezuela es un país rico y tiene las mayores reservas de petróleo del mundo, y si no ha desarrollado industrias, es porque podía comprar todo. No considero que el proceso socialista que nació en el país debido a la corrupción de los regímenes anteriores a Chávez produjo esta crisis, sino la corrupción que se comió el proceso. El mismo Chávez confesó en un reportaje que leí hace varios años, que su mayor fracaso fue la imposibilidad de combatir la corrupción. Yo mismo escribí una larga serie sobre Venezuela y eso incluyó un capitulo sobre la corrupción (1). Tengo entendido que la corrupción también conquistó su propia familia. ¿Por qué cayó el gobierno de Kirchner?, por la corrupción y no es porque no había corrupción antes y no la haya después, pero ése era el mensaje ganador. Y ¿acaso Correa y Lula no cayeron en desgracia por la corrupción?

EE.UU. y Rusia o Trump y Putin tienen sus intereses en ese petróleo y, por supuesto, la doctrina Monroe de América para los americanos. ¿Acaso todo eso no es corrupción? No desconocemos que el negocio de las armas sea la mayor corrupción del mundo.

Muchas veces me pregunto cuál es la receta para que pueda apartarme de la cuestión que me hace infeliz, me entristece y me preocupa. Al día de hoy no la he encontrado, y soy pesimista de ver un mundo mejor en los próximos años. Cuando era joven había ciertos personajes en el mundo de la política, del arte, e incluso de la economía, que lograban despertar mi emoción, mi imaginación y, desde luego, levantar sus banderas. Es triste pensar que, si cierro los ojos y pienso en las diversas personalidades del mundo, posiblemente la única que me parece digna de admirar es Elizabeth, la reina de Gran Bretaña, por la edad y porque creo que su pueblo la ama.

Julio May, a finales de febrero, 2019.

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