Los colomos son plantas de hojas grandes como orejas de elefante. El agua de la lluvia no las traspasa y vistas desde abajo forman pequeños bosques en donde es fácil imaginar duendes. Conozco gente que asegura haberlos visto. Alguien incluso hablaba de cómo el hombrecito lo observó un momento sin inmutarse antes de regresar a su refugio. La propiedad del Colomo era también conocida por unos reptiles que parecen surgir de la mitología mexicana: los tilcuates. En ciertas zonas se dice que adormecen con su cola a los recién nacidos para que las madres los amamanten a ellos en la oscuridad. Aquí, en esta tierra cercana a la de Rulfo, cuentan que los machos siguen a las mujeres y las hembras a los hombres. Por si fuera poco, son tan feos que mirarlos da escalofríos. Las descripciones varían. Puede ser como “un grueso trozo de madera renegrido, con ojos rojos de fuego, una cresta y patas de lagartija” o “una serpiente negra, grande y gorda, con la cola partida en dos.” Sea como sea, es mejor alejarse de ellos.
Los duendes que han vuelto a cuidar los veneros de agua en el Colomo tampoco son de fiar, que no nos engañe su aspecto parecido al de cualquier humano, porque éstos no tienen orejas puntiagudas ni se transforman en animales. La única diferencia con nosotros es su tamaño diminuto. El peligro consiste en su afición por robar el espíritu de los niños que pasan tiempo cerca de los cuerpos de agua a su cuidado. Por eso es indispensable protegerlos con un rosario en el cuello y gritarles que no se queden, que vuelvan a casa en cuerpo y espíritu.
Además de su ubicación en medio de una selva baja poblada de manantiales y riachuelos, historias como las anteriores han hecho del Colomo un sitio misterioso. Antes se llegaba sólo a caballo. Después de bajar una loma tortuosa, aparecía la casita, una construcción sencilla, de muros encalichados y techo de tejas. Tenía un porche en donde se podía descansar antes de ir a buscar en los árboles un mango maduro, una guayaba o un puñado de aguïlotes. Las mujeres lavaban en el río y el jabón había menguado la fauna acuática. En las pozas sólo quedaban renacuajos y los maromeros que más tarde se convertirían en zancudos. Por eso, lo mejor del Colomo eran las albercas al interior de la casita. La primera, de agua sulfurosa y caliente, era del tamaño de una tina. Como estaba techada y una rendija era el único paso de luz, los ojos tardaban en acostumbrarse a la oscuridad. La segunda alberca era amplia y su techo era el follaje de los árboles. El agua surgía de un manantial y se reciclaba por medio de un canal que rodeaba el tanque. Ningún químico dañaba su pureza. Al cerrar la puerta, el cuarto se convertía en un refugio en el que nada malo podría suceder. Los sonidos eran de viento, pájaros y agua; el olor, a piedra caliente y a las flores de la temporada que el aire llevara.
Este paraíso un día dejó de serlo. Empezaron a correr rumores que nos ahuyentaron. Fue invadido y más tarde abandonado. Los manantiales dejaron de fluir y un temblor cambió la temperatura del agua. Parecía una mala señal. El Colomo se iba convirtiendo en un recuerdo, casi en un sueño. Hace poco, una persona decidió rescatarlo. Los veneros fluyeron de nuevo por causes limpios y los árboles y animales del monte que habían hecho del Colomo su hogar respiraron, aliviados, al ver que nadie pensaba destruirlos. Su hábitat sería respetado. Ahora, cuando llueve por las noches, me imagino a los duendes soñando con niños perdidos, o con lo que sueñan los duendes, a los tilcuates en espera de nuevos mitos sobre ellos, a los jabalís acurrucados con sus crías, a los cuatis que se cuelgan de las ramas y a la onza que, de vez en cuando, se deja admirar.
Que magnifica narración Susana Corcuera, es un deleite tu prosa fuida e informativa. Rescaté recuerdos que creía olvidados, gracias
Gracias, Ramón. Yo también rescaté recuerdos de ese lugar maravilloso y de las historias que nos contaban ahí mientras comíamos mangos verdes.
Muy bien hecha la narración, volvi a vivir bellos recuerdos
¡Cómo nos divertimos ahí, Marina!
Muy linda historia, gracias por compartir tanto lindos recuerdos.
Me da gusto que te haya gustado, Alejandra.