Realidades compartidas

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La realidad no existe en el arte. Lo que el artista lleva al lienzo es invención pura. Que la veracidad de la forma sea tan contundente que nos haga pensar que eso es real no significa que lo sea. 

Cuando el pintor reproduce un paisaje, unos juguetes en un balcón, el rostro de un anciano, se inspira en esa imagen y la recreación la convierte en algo nuevo, inusitado, en una experiencia distinta. La literalidad es una situación imposible en el arte, lo que vivimos como realidad es un material moldeable, una posibilidad que se altera.

La pintura hiperrealista, cuando llega al nivel de arte, es algo más que el momento, el lugar o la persona que la inspiró. No es testimonio fotográfico, la pintura desafía la versión univoca de la imagen para potenciarla y convertirla en otro estado de la verdad. Es el caso de los paisajes urbanos de Samuel Meléndrez, son sitios imposibles de encontrar o reconstruir, existen en su lienzo, el color se localiza en su paleta. La intensidad de la luz que se proyecta en los edificios, las perspectivas de la arquitectura, las tonalidades del muro que destaca la luz neón de un hotel, la composición nostálgica, es fantasía pura. Ricardo Amezcua con su dominio de la anatomía da algo más que la materialidad de un cuerpo, inventa una presencia sensual, que enmarca recurriendo a metáforas, las texturas hacen de las obras pequeños frescos renacentistas influenciados por Rafael. Si creemos en la existencia de la modelo, es por la congruencia de la obra, por la armonía que emana.

Los paisajes imposibles de Diego Narváez no pueden ser más que en su lienzo, los asimilamos porque nuestra imaginación se sirve de la memoria para aceptar que esas arquitecturas existen en alguna parte, tal vez la hemos visto o tal vez las hemos imaginado. Pero lo que es completamente creado son los elementos que contradicen la situación, invitándonos a ver y compenetrarnos con el lienzo. El parecido físico de un retrato no es el objetivo de la pintura. Su reto es captar ciertos rasgos, actitudes y miradas que nos describan quién es esa persona. Los retratos de Luis Miguel Sánchez son entrañables porque se internan en la personalidad y recrea presencias. La realidad para el arte no es suficiente, el arte exige creación, la idea que surge a partir de algo y que convierte ese momento o lugar en otro distinto y extraordinario. Estamos saturados de la obviedad del arte contemporáneo, de su literalidad exenta de imaginación que lleva a la sala del museo objetos de uso cotidiano, imponiéndonos la observación de cosas que fuera de ese contexto carecen de valor.

No necesitamos ver cajas de cartón vacías, ni fotos de cadáveres robadas de la prensa, necesitamos ver algo que la realidad no se capaz de aportar y que el artista con su talento si pueda inventar. La obra de estos pintores nos da la oportunidad de una experiencia estética que se deslinda de la visión cotidiana y nos permite apreciar belleza, esa muestra de inteligencia hoy tan marginada del arte.

 

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