A lo largo de mi vida he sido un convencido que el derecho debe respetarse, sin embargo, esta afirmación debe responder a la siguiente pregunta: ¿por qué debe respetarse?
La respuesta que generalmente me dan a esa pregunta, es “porque si no se respeta habrá una sanción”. Creo sinceramente que eso (la sanción) debería ser lo último que nos preocupara; en mi opinión, el derecho debe respetarse porque sólo así podemos garantizar una relación armónica entre individuos en una sociedad.
En concreto, el derecho tendría que respetarse por convicción, no por temor a la sanción. Debería ser la convicción de que respetando las “reglas del juego” todos podemos vivir mejor, y no me refiero a los grandes problemas jurídicos, me refiero a la vida cotidiana. Así, si todos (por convicción) respetáramos, por ejemplo, las reglas de tránsito, todos nos veríamos favorecidos con una fluida vialidad, si no existieran los “picudos” que rebasan por el acotamiento, para luego más adelante interrumpir el tráfico al querer integrarse a los carriles ordinarios, la circulación no se vería entorpecida. Éste es sólo uno de los muchos ejemplos que podría dar.
En mi condición de abogado y, más aún, en mi condición de investigador del derecho, he apoyado múltiples causas, a veces en contra de una opinión mayoritaria. Así, sin ser mujer, creo que ellas merecen todos los derechos y en ese tenor he defendido muchas veces los derechos de las damas.
De igual forma, sin ser (por el momento) adulto mayor, me queda claro que éste es un grupo vulnerable al que debemos proteger desde el derecho, e igual pasa con niños, discapacitados o personas cuya identidad sexual no se acopla a la tradicional y dicotómica posición de hombre-mujer.
En este sentido, he de decir que trabajo en una institución en donde la mayoría son mujeres, tanto estudiantes como profesoras, y en mi clase de derecho o de bioética, inevitablemente hablamos de los derechos de los diferentes grupos sociales, niños, adolescentes, adultos mayores, mujeres, etcétera, y en el etcétera se incluyen temas relacionados con homosexuales o lesbianas, a quienes, por cierto, si les quitamos el adjetivo, simplemente nos quedamos con las personas, con los ciudadanos de éste o de cualquier país.
Pues bien, parece que algunas de mis compañeras no se han dado cuenta que, como ya lo mencioné, hablo de los derechos de los diferentes grupos vulnerables, para ellas yo sólo hablo del aborto o defiendo los derechos de los gays, y desde esa perspectiva, parece ser que hay quienes han llegado a pensar que soy gay.
Esa posición, además de ser evidentemente prejuiciosa, me parece increíble en un ambiente universitario, en el que deberíamos poder hablar de cualquier tema y en todo caso, los temas “tabú” deberían ser abordados y analizados racionalmente. No me molesta que alguien piense que puedo ser gay, están en su derecho, lo que me sorprende son los grandes prejuicios que siguen imperando en una sociedad como la mía. Pensar que soy “gay” porque defiendo los derechos de los homosexuales es tanto como decir que soy “prieto” por el simple hecho de ser mexicano.
Creo sinceramente que antes que homosexuales o heterosexuales existimos los seres humanos, las personas (así a secas) y precisamente, como personas, en un país que se dice democrático, laico y en el que se supone que impera un Estado de derecho, este tipo adjetivos deberían salir sobrando. Pero lamentablemente no es así, más allá del derecho, está la cultura y con ella los prejuicios que en ella hemos ido engendrando.
Hoy pasamos por un momento crucial en movimientos como el de #MeToo, sólo espero que impere la cordura y que dichos movimientos no degeneren en una cacería de brujas, cacería que recordémoslo duró cientos de años en contra de las personas con preferencias sexuales diferentes a las “ordinarias”.