Preguntar

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Condenado a muerte por dudar, por cuestionar para llegar a la sabiduría, para recorrer el camino de la existencia con la guía de las ideas, esa aventura pervertía a los jóvenes, Sócrates bebió la cicuta y en cada sorbo su filosofía se volvía eterna. Las preguntas que evadimos acorralan nuestro ser, son las que no escuchamos, saberlas nos obligaría a actuar, y en eso está el inicio de las renuncias postergadas. Crear un autorretrato, pictórico o literario, es el enfrentamiento con esas preguntas, con la incógnita expuesta. En la Neue Galerie de Nueva York, muestran The self-portrait from Egon Schiele to Beckmann.  Retratarse es condenarse, decirle al mundo cómo nos vemos, lo que de nosotros mismos negamos o conservamos, decir “soy la obra que rivaliza con este ser”, lejos de la certeza, el rostro muestra las dudas que lo hacen inexacto, representado, inventado. Lo más inaccesible es el rostro con el que pasamos por estos días, y el rostro que dejaremos al irnos con la evolución que inició con la amorfa hinchazón de la infancia hasta el bagazo que la vida arroja.

Max Beckman, Neue Galerie, Nueva York
Self-Portrait with Horn, 1938, Max Beckman (Neue Galerie, Nueva York).

Felix Nussbaum pinta las pesadillas de su pasado, recupera al hombre que las vivió, y los rasgos de la tortura en el campo de concentración del genocidio en la Segunda Guerra Mundial. El pequeño formato, el detalle del estilo renacentista, indaga por qué sobrevivió después de la muerte de su familia y sus amigos, y así continuar sin paz, sin consuelo. El traje, el muro y la torre de vigilancia, en la ropa la estrella bordada de la condena, en la mano su identificación, en la mirada el miedo.

Oskar Kokoschka se señala, su mano en el pecho responde “yo soy esta mano”, la herramienta del artista, esa mano educada que obedece a la mente, se mira y nos mira, el interrogatorio está en el espejo y termina en el espectador. El espejo es el escenario de todas las existencias, ventana infinita que nos retiene. Nuestro rostro es el primer y último extraño al que nos enfrentamos, el artista que se autorretrata analiza y juzga, es trágico no saber cómo nos ven los demás, desde el desprecio o la idealización, la idea del yo es distinta a la que nuestros testigos albergan.

Max Beckmann entre geometrías, las rayas de su bata, las líneas de la ventana y la puerta, las curvas de la trompeta, su pincelada enérgica y la sombra del rostro, oculto, la mirada de reojo, desde su exilio escucha el escándalo de la tragedia. La voz interna, esa que llamamos conciencia, el diálogo que conduce nuestros pensamientos, es el sonido de un autorretrato, que no mostramos, que subsiste hasta que no nos ofrecemos respuesta, réplica, el día que dejamos de escucharnos, dejamos de mirarnos. Testimonios de la evanescencia, perduran, terminados no necesitan al modelo, ni al artista, dejan de ser personales, ahora son ficciones, versiones y variaciones, la realidad rivaliza con la memoria, y pierde, desperdiciamos la vida, y nuestros recuerdos naufragan en repuestas inútiles y vanas.

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