Llevó a la expresión máxima las cuatro raíces de los musicales: la opereta, la tradición musical negra, la línea argumental judía y la plástica ostentosa del circo y vodevil. Desde los sesenta, década que vio nacer el trabajo de Fosse, este tipo de obras se contagiaron por un espíritu de vanguardia; de esta corriente nacieron nombres importantes como Andrew Lloyd Webber y Tim Rice; asimismo se logró la consolidación de figuras con una enorme trayectoria capaces de reinventarse ante el trabajo de las nuevas generaciones; un ejemplo de ello es Stephen Sondheim.
El público acogió con gran receptividad esta nueva manera de entender y hacer los musicales; el éxito de las producciones de Broadway y Londres (sin duda alguna los lugares de origen del género) se debió a la audacia en las historias expresada por canciones entrañables. Sin embargo, estos nuevos bríos se detuvieron a finales de los ochenta. Las audiencias cambiaron y estas obras no pudieron seguirle el paso a la nueva realidad social. Todos los esfuerzos quedaron reducidos a gustos kitsch de épocas pasadas.
La crisis ha sido tan severa que el único gran éxito escénico y financiero desde los ochenta fue Mamma Mia estrenado en 1999 con canciones de Abba. La relación de México con los musicales ha sido (y sigue siendo) como la enfermiza idolatría de un niño a su hermano mayor: quisiera ser como él, copia sus gustos y disgustos, trabaja para buscar su aprobación. Desde los setenta, la cartelera mexicana presenta los títulos más importantes de la escena de Broadway con la fantasía de tener su nivel técnico y calcar sus formas y estilos. El costo es un desinterés de sus hacedores por el público. Como el niño al hermano mayor, un sector teatral en México siempre se compara obsesivamente con Broadway; para aquél lo importante es “parecerse a”, no “conectarse con los asistentes”.
Esto ha provocado que la mayoría de los musicales que se presentan en México sean huecos, con una poca conexión genuina con el público. Hay casos donde sucede lo contrario pero, en la generalidad, el público sale de una función sin importarle en lo más mínimo la historia o el espectáculo. Para muchos este tipo de obras se enfrascan en lo superficial, predecible y cursi.
Es así que los esfuerzos por levantar un musical 100% mexicano siempre es digno de celebración. Este comentario no es xenófobo. Es tan importante presentar “Jesucristo Superstar”, “Los Miserables”, “Chicago” y “Amor sin barreras” como montajes mexicanos. ¿Qué tenemos que decir los mexicanos a través de los musicales? La respuesta siempre será fascinante.
El Teatro Polyforum presenta en su marquesina “Placer o no ser. Un misterio musical”. Diría que es un musical con mucho misterio. Cuenta el pasaje psicológico de una mujer al vivir el abandono de su pareja. La premisa suena fácil pero, el verdadero misterio, radica en cómo la complejidad invade el argumento para mostrarnos la radiografía de esta mujer en sus emociones más profundas y salvajes.
La historia fue escrita por José Joaquín Blanco y Jaime López; todo el argumento es un guiño a la vida y el trabajo de la escritora estadounidense Dorothy Parker. El mayor logro literario radica en cómo un musical puede ser representado por un solo personaje tan exquisito en sus matices, tan contradictorio en sus decisiones, tan humano. No se necesitan más tramas, la exclusiva presencia de esta mujer impacta al público de una forma bestial.
La mancuerna Blanco-López comprueba una vez más que la unión entre los musicales y el rock siempre genera proyectos interesantes (recordemos The Wall de Pink Floyd). La presencia de José Joaquín en el texto se manifiesta en un cuidadoso tratamiento de las palabras y frases; convierte cada parlamento en un exquisito juego lingüístico. Jaime, uno de los mejores cantantes y compositores mexicanos (su trabajo destaca en el rock), hace gala de su maestría musical al revestir las canciones con una belleza cruda.
Maru Dueñas interpreta a la mujer ahogada en el abandono, en la tristeza, en su más profundo temor. Complace a los espectadores con un trabajo corporal y vocal cuidadoso en extremo; en cada función emprende un viaje emocional con matices adecuados y justos. Su participación luce más cuando Jaime López y Cheko Zurita están en escena como acompañamiento musical. El trío logra momentos inolvidables.
El director, Sergio Zurita, propone un montaje donde todo depende de la responsabilidad del intérprete. No hay una escenografía costosa, un aparato de iluminación complicado o un vestuario sofisticado, a diferencia de los grandes musicales de Broadway y los importados a México; sólo está el alma de Maru, Jaime y Cheko para excitar la imaginación del público con sus palabras, música y cuerpos. El gran acierto de Zurita es nunca caer en maniqueísmos para entender el corazón de esta mujer; consigue un tono alejado del melodrama o de un recurso burdo; se ha pulido tanto como director que éste es su mejor trabajo.
La obra vale la pena por ser el ejemplo de cómo la cultura mexicana resuelve el género del musical; da pistas de cómo debe evolucionar para no estancarse en la nostalgia. La mejor definición de “Placer o no ser. Un misterio musical” es un canto a la vida. Es de esos montajes que al salir te reconcilias con tus problemas cotidianos y te das cuenta del sentido de tu propia circunstancia. Esta mujer demuestra cómo en el dolor más profundo siempre habrá un instinto, un pequeño instante tal vez, que nos conduce al placer y, por lo tanto, a luchar por la vida, a no rendirnos.
“Placer o no ser”
De: José Joaquín Blanco y Jaime López
Dirección: Sergio Zurita
Polyforum Cultural Siqueiros (Insurgentes Sur 701 esq. Filadelfia, colonia Nápoles)
Martes 20:30 hrs.